Del techo colgaba una lámpara de hierro con una vela en cada uno de sus diez brazos. A la derecha de la cama había una mesita de noche con tapa de mármol donde reposaba un candelero.
La luz natural era escasa. Pronto quedamos a oscuras. Se escuchaban toses, carraspeos y otros ruidos apagados.
Allí imperaba un ritmo lento. Al confrontar mi mundo y este otro, quedó de manifiesto el desajuste de mis pautas vitales. No cabía hablar de grandes diferencias sino de sutiles distinciones entre lo que uno creía ser y lo que era.
Este edificio de dos plantas era una hospedería regentada por una congregación de frades. No me encontraba en el dormitorio sino en la enfermería, donde en ese momento se atendía a un elevado número de accidentados.
Por fin bajaron la araña y prendieron los pábilos. La enfermería quedó iluminada por la suave luz de las velas. Luego hicieron lo mismo con los candeleros individuales.
Los enanos que realizaban esta tarea, utilizaban una caña en cuyo extremo había enrollada una mecha encendida. La caña estaba provista también de un cucurucho de latón.
Miré el embozo de la sábana, el pulido mármol de la mesita de noche, el techo encalado, las cortinas de color hueso. La luz de las velas difuminaba los contrastes. El resultado era un continuum de diversas tonalidades de blanco.
Un frade entró con una bandeja. Fue un choque cromático. El hábito de la orden era pardo, como la manta con la que Chencho y Moncho me habían cubierto.
En la bandeja traía un cuenco humeante. “Es la hora de la cena”.
El frade me observó y añadió: “Voy a buscar un almohadón”.
Regresó con uno y lo colocó a mis espaldas.
Dije: “Nunca pensé que acabaría comiendo la sopa boba de los conventos”.
El frade cogió la escudilla y replicó: “No es sopa sino gachas. Bobo serías si no las comieras. Esto te va a sentar bien”.
Aparte de los ingredientes comunes, las gachas tenían dos o tres clases de semillas trituradas.
Después de darme la última cucharada, el frade me quitó el almohadón y quedé mirando al techo.
Duré poco tiempo despierto. Antes de que pasaran los enanos con el matacandelas, dormía apaciblemente.
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Me ha encantado tu cierre a la «novella», querido Antonio. No has resuelto la vida de Jonás, pues a partir de ahora todo queda abierto al efecto que haya ocasionado o no, en su existencia, el clímax que le dio un giro de tuerca. No murió, por lo tanto aún tiene posibilidades para enmendar lo enmendable, para perdonar lo perdonable y para dejar atrás lo olvidable, a fin de seguir, pero no de la misma forma como ha vivido al momento en que finaliza el relato, sino asumiendo las nuevas circunstancias. No sabemos cómo lo ha afectado físicamente el accidente sufrido; es más, siendo el personaje central de la historia, ni siquiera tiene nombre, porque puede tener el que tus lectores querramos ponerle intencionadamente. Ahora sólo le queda dejarse llevar, vivir el momento a momento como lo ha estado haciendo desde que Moncho y Chencho lo rescataron, para restablecerse, por completo o con secuelas, y tomar las decisiones necesarias para seguir viviendo.
Lo único que sí nos regalas entre líneas es que no se dejará vencer, pues no está deprimido ni caído, dándose el lujo de ironizar ante los pequeños detalles que se le presentan (como el episodio de la sopa).
Bien me lo anticipaste, maestro, que el final era abierto (que nunca ambiguo) y se da en el momento justo de la trama.
Hermosa y brillante lección de narrativa breve nos has compartido en «El camino de regreso», un camino que todos recorremos a ciegas o con atención.
Bravísimo, bardo. Aplauso de pie y con toda mi admiración.
Para el hermano-amigo, todo mi cariño y un grande abrazobeso,
Creo que no hay experiencias definitivas. La que ha sufrido Jonás ha sido dura, pero ya sabemos que el hombre puede tropezar innumerables veces con la misma piedra o con otras. El final es abierto. Esperemos que Jonás haya aprendido la lección y la transformación (la metanoia) se opere. Y que el Jonás resultante sea acorde con su naturaleza profunda. Un Jonás respetuoso con él y con los demás.
Pero nunca se sabe. La vida es una novela con desenlaces parciales e inciertos y así es hasta que se produce la bajada del telón.
Las posibilidades que se les ofrecen a él y a cualquiera las expresas perfectamente. Nada más hay que añadir al respecto.
El relato acaba como un contrapunto a la velada de Orozuz. Allí se trata de un salón con invitados encantadores que mantienen insustanciales conversaciones, aquí de una enfermería con accidentados que no hablan, y que desean recuperarse de sus fracturas y heridas.
Allí era una suntuosa cena de exquisitos platos que culminan en las pulardas asadas, aquí son unas simples gachas con semillas trituradas (una comida vegetariana). Allí había una araña de bronce sobredorado que pendía como una espada de Damocles, aquí es una lámpara de hierro que sube y baja para poder encender y apagar las velas. Allí primaba el lujo, aquí la monocromía del blanco en diferentes tonos, sólo interrumpida por el hábito pardo de un frade (en este pasaje hay un reflejo de Zurbarán y sus cuadros de monjes, de los que en el Museo de Bellas Artes de Sevilla puede admirarse su «San Hugo en el refectorio de los Cartujos». Magníficos son también sus bodegones y sus naturalezas muertas -el cuadro de San Hugo ofrece una en primer término-, así como sus vírgenes).
El protagonista, en efecto, aparece sin nombre. A lo largo del relato él mismo elige uno cuando cae al barranco. «Llamadme Jonás» dice lúcidamente. Y aquí, aparte de la referencia bíblica, hay otra más cercana a Moby Dick, que empieza precisamente así: «Llamadme Ismael». El personaje que hace esa declaración, no tiene tampoco nombre, o al menos yo no me acuerdo. El arranque de la novela de Herman Melville se cuenta entre mis textos literarios favoritos.
Ni que decir tiene que puedes bautizar a tu gusto al protagonista de El Camino De Regreso. Un nombre de acuerdo con tu propia interpretación, pasado por el tamiz de tu experiencia.
Los personajes de los libros son públicos. El lector tiene derecho a dialogar con ellos e incluso a pedirles cuentas. Los grandes libros dan mucho de sí en este sentido, y no estoy pensando solamente en el Quijote o en Shakespeare.
Gracias mil por el seguimiento del relato, por tus impagables divagaciones, por tu compañía, todo lo cual confluye en el día de hoy, festividad de la Inmaculada (otro de los motivos pictóricos de Zurbarán), cumpleaños de mi abuelo José, que fue un segundo padre para mí (el gran padre, «le grand-père», según los franceses), y víspera del mío, por lo que todo lo anterior lo considero un regalo.
Que tengas una feliz semana. Un fuerte abrazo.
Hermoso comentario con el que redondeas la exégesis de tu relato. En efecto, como comienzas terminas la narración, sólo que no de igual manera, sino más bien con la otra cara de una misma moneda, caras que unidas forman ese todo.
Tienes toda la razón, las descripciones del entorno físico son muy gráficas, pictóricas, a lo Zurbarán en lo que concierne al hospitalito, con lo que dejas vislumbrar ese otro don que tienes: el ojo, lo que capturas con él.
Seguir tu relato, como seguir toda tu creación es motivo de gusto inmenso e íntimo para mí. Te acompaño porque me acompañas y porque me acompañas te acompaño, lo que para mí es invaluable y entrañable.
Preparándote para el festejo, te anticipo un abrazobeso especial con todo mi cariño y mi admiración constante, mi muy querido hermano-amigo-maestro. Felicidades, Antonio.
Ha sido una obra redonda. El clima de tu novela es muy reconfortante porque de todos los contrapuntos que se vislumbran en ella, de la densidad y drama de la historia, el leimotiv surge a cada instante, igual que en la vida, como ya lo has explicado. La recomposición interna y externa de Jonás es incierta y así tenía que ser. Su vida todavía puede dar múltiples cambios, diversos choques cromáticos, y en ese ambiente de austeridad donde se cierra la historia, la intermisión lo llevará, sin duda, a meditar en las oportunidades que nos ofrece la existencia para tomar uno de sus caminos de regreso.
Muchísimas gracias por deleitarnos con tu creatividad literaria. Un abrazo.
Gracias por la opinión que te merece este relato largo o esta novela corta. Y por los comentarios con que has jalonado su lectura.
Como ya he señalado, el final es abierto. Lo que Jonás llegue a ser a partir de ahora depende de él. En su caso y en el nuestro, el futuro es incierto. Nadie lo tiene asegurado. A nivel humano los logros son siempre problemáticos. Hay que seguir empeñados en la lucha para no retroceder. Y así y todo nada está garantizado.
Jonás se recuperará, espero. Está en vías de hacerlo. Ha pagado un precio elevado por llegar a ese punto de inflexión (representado por la enfermería de los frades) que le permitirá recomenzar. Creo que, en definitiva, es el desafío al que todos nos enfrentamos.
Me complace enormemente que esta historia haya despertado tu interés. Un abrazo.
¡Tremendo nivel! ¡Enhorabuenas, sinceras!
Gracias también sinceras. Buen fin de semana.