“Cualquier hombre o mujer, en cuanto mero ser vivo, tiene derecho a tomar las medidas defensivas que considere necesarias para su supervivencia y para su dignidad. Creo que he estado hablando de eso mayormente. Ese perdón cuya descripción has hecho, es sobrehumano. Ese perdón total nos sobrepasa y me parece ridículo, un contrasentido, hablar de perdones parciales, que no serían más que esas medidas defensivas a las que hago constante alusión. Por cierto, habrás observado que no propongo nunca medidas ofensivas.
“Confieso que ni querría ni sabría perdonar a quien me está dando bofetadas. Ni mi altura moral ni mi carne doliente, es decir, mis limitaciones humanas, me lo permiten. Esa proeza está reservada a los santos. Yo sólo aspiro a librarme del mal, a no convertirme en un esbirro suyo, a poner tierra de por medio.
“¿Conoces la historia de Epicteto y su amo Epafrodita? Este, para sacar a su esclavo filósofo de su imperturbabilidad, con muy mala uva, le colocó en un pie un borceguí de tortura y empezó a apretar. Epicteto, sin que se le alterase la voz, le advirtió que, como no parase, le iba a fracturar un hueso. Pero Epafrodita estaba lanzado. Se oyó un crujido y Epicteto declaró: “Te lo dije. Ya me has roto la pierna”.
“¿Quiénes proceden como Epicteto? Ese ideal de ataraxia es prácticamente inaccesible. Aunque ejerza atracción, la mayoría de los mortales es consciente de que se halla por encima de sus posibilidades. Sólo cabe entender ese ideal como una invitación o una orientación.
“De hecho, los mismos estoicos reconocían que la ataraxia era una meta inalcanzable. Ni el mismo Epicteto ni Sócrates ni ningún otro sabio de la Antigüedad realizaron ese ideal, al que sólo se puede tender. Desde luego, ellos fueron los que más se aproximaron, los que lo encarnaron más cabalmente.
“Lo mismo se puede afirmar de ese perdón magnífico que planea más alto que las águilas, de ese perdón liberador que, según sus apologetas, te expande el pecho y te inyecta un chute de alegría y bienestar como ninguna droga ha conseguido hasta este momento. Pero yo pienso que ese gran perdón no depende de ti, excede tus fuerzas. En el caso de los elegidos puedo entenderlo como una gracia que el cielo les concede. Pero nosotros, simples ciudadanos de a pie, debemos tener la humildad de ponerlo en manos de Dios.
«Jesús en la cruz no dijo: “Os perdono porque no sabéis lo que hacéis” sino “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen” (Lc 23, 34).
«En cuanto a Borges, que como todo escritor de fuste ha abordado las principales cuestiones y ha dejado dicho al respecto cosas muy sensatas, cosas que tal vez choquen o no se comprendan en una primera lectura, normalmente por inmadurez o por la ceguera impuesta por los prejuicios, no tuvo empacho en confesar que él no creía en el perdón.
«Estas fueron sus palabras: “Si yo obro mal y me perdonan, ese acto de perdón es ajeno y no puede mejorarme a mí. El ser perdonado no tiene importancia”.
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En cuanto a lo que dijo Jesús: » Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen», cuando leí el libro de un jurista, que por cierto parecía muy serio, y me hizo reír mucho, decía lo siguiente entre sus aforismos, cambió esto: » Padre perdónalos porque sí saben lo que hacen».
Entiendo que Jesús tenía en cuenta el alto grado de inconciencia de sus verdugos. Sócrates equiparaba el mal a la ignorancia. Según él, hacemos el mal porque desconocemos el bien. Si lo conociéramos, lo practicaríamos, estaríamos abocados a ejercerlo. También Dostoievski dice algo en ese mismo sentido.
Confieso que no lo veo tan claro. Me parece una incongruencia difícil de asimilar.
Podemos declararnos ignorantes o refugiarnos en la inconciencia para no asumir la responsabilidad de nuestros actos.
Si perdonásemos, habría que hacerlo en el caso que cita el jurista, es decir, perdonar a aquellos que saben que han obrado mal. A los que lo ignoran o no tienen conciencia de ello (y esa es la forma más nefasta del mal), los perdonas y se mondan de risa. Un abrazo.
El perdón otorgado es una medicina que alivia el alma sufrida del ofendido, ahí radica su valor. En efecto, no tiene efecto mayor en a quien se le otorga. Si éste reconoce su desvío del camino del bien, su función es resarcir de alguna forma la falla, para lo cual debe reconocerla, analizarla, asumirla, a fin de entender su real inutilidad, para no repetirla ni replicarla de alguna otra forma.
No estoy muy convencido de soportar el mal recibido estoicamente, creo que hace mucho más daño que el mal mismo.
En fin, tus textos sobre el perdón dan para mucha reflexión y para no dar nada por sentada, sino para estar en constante revisión del modo como conocemos, interpretamos y aplicamos los valores éticos.
Carus frater, grande abrazobeso con imperturbables cariño y admiración.
Si el perdón del ofendido se combina con el arrepentimiento del ofensor, tenemos un negocio redondo. Si al ofensor este asunto lo trae al fresco, el perdón, como has señalado en otro comentario, puede no ser más que un acto de soberbia, una muestra de mi superioridad moral de la que puedo alardear llegado el caso.
Me he centrado sobre todo en la cuestión de que el perdón no está en nuestras manos.
Yo puedo intentar no convertirme en un esbirro del mal. Puedo distanciarme y olvidar (¿no es el olvido una forma de perdón?).
Como siempre, lo expresas muy bien en el primer párrafo de tu comentario.
Es verdad que mi perdón no depende de tu arrepentimiento. En realidad mi perdón depende de una fuerza superior que se me escapa. Pero si tú cambias y me pides perdón, aunque yo no sepa exactamente en qué consiste, te lo concederé. Diré: «Te perdono» y seguramente se producirá el milagro de la transformación de dos personas, de su reconocimiento, de su reconciliación. Un abrazo.
Y quien pide el perdón con sinceridad y con plena convicción, está libre de su falla y se ha granjeado ese perdón, sea que se le conceda o no (lo que sale sobrando).
El tema del perdón no es moco de pavo, Antonio, bien lo afirmas y parece ser que, al final, no depende realmente de nosotros.
Grande y muy cariñoso abrazobeso, frater.
Este tema es vasto y con numerosas implicaciones. Mi larga divagación sobre el perdón nació de una conversación que mantuve con un amigo con quien fui a cenar una noche de verano a «El Gordo» y luego a tomar una copa a «La Tata», justo al lado del restaurante.
Ahí está el origen de este artículo. Lo que hablamos se quedó dando vueltas en mi cabeza. La única forma de arreglar medianamente mis obsesiones y mis atranques es poniéndolos por escrito. Y eso hice.
Tranquilamente volví sobre este asunto y traté de fijar mi posición. Así que este post en cuatro partes se puede entender como una respuesta a ese amigo que, creo, no se ha tomado la molestia de leerla. Un abrazo.
Suele suceder, querido Antonio, que quien provoca nuestra inquietud, deje desapercibida la respuesta a lo que (a veces sin proponérselo) lanzó al tapete.
Confío en que la cena y la copa hayan sido satisfactorias, jeje.
Las revoluciones que luego surgen en tus neuronas son tan bien recibidas siempre, pues por lo menos conmigo hacen eco y mueven a seguir reflexionando al respecto, acción tan agradecible en estos tiempos. Parafraseando al padre Sócrates: «¿Qué pensar no es actuar?»
Que tu cierre de semana sea espléndido rumbo a un fin de semana fructífero, magister carus.
Como siempre, mi abrazobeso lleno de cariño fraterno para ese amigo tan grande que eres.