La iglesia eleva su compacta mole en uno de los lados de la plaza. Es una pesada construcción en la que se han ido acumulando los estilos arquitectónicos con el paso de los siglos.
En la actualidad, entre dos de sus contrafuertes, se amontonan los escombros procedentes de una reforma en el interior.
Según me explicó Alejandro Méndez, antiguo compañero de instituto, licenciado en Arte que se dedica al estudio de las curiosidades locales, las autoridades han tomado conciencia del valor de este edificio y han aprobado unas obras parciales de restauración.
Si no fuera por sus indicaciones y comentarios, no habría sido capaz de distinguir las aportaciones de las diferentes culturas que se han sucedido en este rincón de la sierra.
“Desde los cimientos cuyos materiales proceden de una terma romana, pasando por las ventanas de arcos lobulados y la torre de ladrillos, sin olvidar la portada renacentista, hasta el altar mayor de un barroquismo extremo, este templo es el crisol donde se funde lo mejor y más representativo de judíos, moros y cristianos, un ejemplo de armonización e integración”…
Después de la obligada visita a la iglesia, dimos un paseo por el pueblo.
Anduvimos al azar por las calles que forman el casco antiguo. Aunque mi amigo permanecía callado, temía que en cualquier momento la emprendiese de nuevo y me pusiese en antecedentes de un lugar tan cargado de historia como ese barrio.
Vagamos ensimismados hasta llegar a una esquina con una farola. Nos paramos y encendimos un cigarrillo. Mi cicerone propuso tomar una copa en un pub recién inaugurado.
Este establecimiento estaba en las afueras del pueblo y se llamaba “The Moon”.
Méndez me contó que pensaba doctorarse. Ya había presentado la tesina. Ahora estaba haciendo un trabajo de investigación en los archivos parroquiales.
Prosiguió diciendo que utilizaría esos datos para su tesis doctoral, que era una ampliación de su tesina. Así que ahora pasaba una buena parte de su tiempo entre mamotretos de hojas amarillentas y documentos de letras de difícil lectura.
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Eran las once de la noche cuando arranqué mi coche de segunda mano para regresar a casa.
Méndez me había animado a matricularme en los cursos de doctorado. Según él, tenía que hacer algo. No debía desesperarme (ciertamente no lo estaba). Y otras cosas por el estilo. Respiré aliviado cuando nos despedimos.
El coche rodaba ruidosamente por la estrecha carretera bordeada de encinas. Empezaron a caer gotas de agua y me acordé de que el limpiaparabrisas no funcionaba.
Quité el pie del acelerador, frené y aparqué a un lado. Luego bajé el cristal y encendí un cigarrillo.
Al rato dejó de lloviznar. El aire nocturno era frío. El encuentro con mi amigo era un hecho remoto. Di una última calada, apagué la colilla y arranqué de nuevo. Tenía las ideas claras. Mi percepción de la realidad se había agudizado. No me cupo duda de que esta transparencia mental era el objeto de mi visita a Alejandro Méndez.
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Porque volver a lo esencial siempre aclara las turbulencias del alma, aviva la percepción y nos permite aceptar la realidad, que ni es buena ni es mala, tan sólo es.
Excelente relato, Antonio, porque en su aparente sencillez, encierra mucho de la vida.
Abrazobeso con fraternal cariño, siempre.
Vamos a buscar algo y no lo encontramos. Luego, casualmente, unas gotas de lluvia, un limpiaparabrisas que no funciona, nos obligan a hacer un alto y el milagro de la claridad mental o de la paz acaecen.
En efecto, hay que partir de esa premisa de aceptación de la realidad no sólo para seguir adelante, sino para construir lo que quiera que sea. Un abrazo.
Así, mi querido Antonio, es esa fracción, si está uno receptivo, la que se vuelve en una epifanía que nos devuelve el respiro y, ¿por qué no?, la esperanza.
Grande abrazobeso fraternal, carus amicus.
Pienso reconocer en tus escritos la importancia de la naturaleza – con sus variados estados mentales 😉 – para reencontrar el equilibrio interno. Qué gusto volver a leerte. Un abrazo de buenas noches colombianas.
No creo en las casualidades. Las cosas ocurren por alguna razón, de algún significado son portadoras.
En este caso, lloviznó, el protagonista paró el coche porque el limpiaparabrisas no funcionaba, y allí, a un lado de la carretera, rodeado de encinas, se produjo el milagro de la claridad mental. En plena naturaleza. ¿En qué otro sitio podemos reencontrar el equilibrio, la paz y sentirnos agradecidos de haber nacido?
La Naturaleza tiene mucha importancia en mi obra, de la que es más un personaje que un tema, y en mi vida.
Un abrazo de buenos días andaluces.