I
Acababa de trasladarme al pueblo por razones laborales. En cuanto llegué, la vi. Era una vieja algo encorvada, vestida de negro, con toquilla y una bolsa de plástico en la mano. Andaba de prisa, con la cabeza gacha.
Y no dejé de verla a diario. Me topaba con ella, arrebujada en su toquilla y con la bolsa de plástico en la mano, a las horas y en los lugares más inverosímiles.
Sin que se lo pidiera, alguien me explicó que esa pobre mujer vivía sola. Tenía sobrinos que le habían ofrecido su casa, pero ella prefería la suya aun siendo antigua y destartalada.
Me alojaba en una pensión cercana al domicilio de la vieja. Por la mañana temprano, cuando iba al trabajo, la descubría luchando con la enorme puerta que se resistía a cerrarse.
Más de una vez pensé que no lo lograría, y se me pasó por la cabeza la idea de ayudarla.
Aminoraba la marcha, me paraba y quedaba a la expectativa. Ella agarraba la aldaba y empujaba con una rodilla, acabando siempre por conseguir su objetivo. Luego guardaba la respetable llave, recogía la bolsa de plástico que había dejado en el umbral, y echaba a andar.
Los vecinos se burlaban de ella. Sus constantes idas y venidas eran una fuente inagotable de anécdotas.
Como esos individuos famosos por su cerrilidad o por su ingenio, por su santurronería o por su amaneramiento, la vieja formaba parte también de la mitología popular.
Entre los que chismorreaban más, se contaban algunos parientes, en especial un primo llamado Modesto que se complacía en referir con todo lujo de detalles “las locuras de la vieja”.
Su historia favorita era la del funesto equívoco. Iba ella una noche por una calle mal iluminada y la confundieron con una loca de verdad, una loca peligrosa que se había escapado del manicomio y había vuelto al pueblo.
Alguien indicó a los loqueros que había visto a la fugada por aquella calle. Dada la oscuridad reinante, atraparon a la vieja que se debatió ferozmente. Tras doblegarla, la condujeron a la ambulancia.
Camino de Sevilla, se percataron de su error y la devolvieron al pueblo, dejándola a la puerta de su casa y pidiéndole mil perdones. La vieja no se dignó responderles.
Todos sabían que era inofensiva. Delgada, de rostro alargado y ojos hundidos, ¿qué mal podía hacer una mujer gastada por los años?
En la bolsa de plástico llevaba naranjas, retazos de tela y a veces una fiambrera vacía. Con ella iba en verano y en invierno, por la mañana y por la noche, andando de prisa, sin mirar a ningún lado, sin detenerse a hablar con nadie, atenta a su improrrogable gestión.
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En tiempos actuales donde la vejez ha dejado de ser un estadio de respeto y dignidad, es tan típico censurar en torno a los viejos, colgándoles todo tipo de estupideces encima.
Pinta para muy interesante el relato. La vieja, sin duda, guarda un secreto vital, que sospecho será una lección para el mundo irrespetuoso e incomprensivo a su alrededor.
Buen inicio de semana, caro hermano. Abrazobeso enorme.
Es verdad que a menudo los ancianos se convierten en una carga o en un estorbo que interfiere el disfrute de la vida a sus allegados. En España, en ese sentido, se produjo un vuelco a principios de este siglo. Muchas mujeres vinieron de América y de los países del Este para cuidar a los ancianos que se quedaban solos en casa y no querían ser internados en una residencia. En el autobús se escuchaba comentarios poco halagüeños respecto a este tema en boca de algunas emigrantes.
El relato va por otros derroteros. Es una reflexión sobre la existencia centrada en el personaje de esta vieja que vive sola y tiene algunas rarezas.
Mañana publico el final del cuento, su desenlace. Más que un secreto lo que la vieja guarda es una última decisión. En cualquier caso el mundo permanecerá indiferente. Un abrazo.
Así es, en el fondo, todos le somos indiferentes al mundo.
Y como siempre, lo que se sale de la «norma» siempre es mal visto por la mayoría.
Abrazobeso cariñoso y fraternal.
Me ha gustado ver el término fiambrera y no tupper asociado a esa anciana. No hubiera estado mal también una bolsa de esas de tela de cuadritos, que yo recuerdo en manos de mis abuelas…
También por el lenguaje pasan los años y en este caso la palabra está muy bien ubicada.
Buen relato y buen personaje, seguro que esconde muchas reflexiones como cada uno de tus textos.
Saludos,
En la época en que está ambientado el relato los «tuppers»(por cierto, no he encontrado la palabra equivalente en español) eran de uso restringido a zonas urbanas. En los pueblos prácticamente no se conocían. Como tampoco había hoteles sino fondas y pensiones, en una de las cuales se aloja el personaje-narrador.
Recuerdo perfectamente, cuando se iba de jira o a la romería, las fiambreras con filetes empanados, tortillas de patatas y croquetas de pescado. Another time. Ahora todo está más plastificado. Saludos cordiales.