Exclamé: “¡Maldita sea!”. Traté de desenredar la pierna pero no había forma. A pesar de que me estaba poniendo cada vez más nervioso, miré bien la planta.
Tenía tallos largos, delgados, empedrados de púas afiladas y corvas que se enganchaban en la ropa clavándose más cuantos más esfuerzos hacía por liberarme.
Estaba seguro de no haber visto nunca allí una zarza. Sin duda, era una trampa que nos había tendido Reyes.
“¡Emilio, ayúdame!” Sabía que si tiraba, empeoraría la situación, pero el miedo no me permitía estar quieto.
En la penumbra reinante Emilio no lograba distinguir lo que estaba pasando. “Sube ya” repetía. “No puedo. Ayúdame”.
Me estaba llenando de arañazos. Las uñas afiladas de la zarza me tenían atrapado. Empecé a sudar. La planta me estaba inmovilizando con mi eficaz colaboración.
Una de las ventanas de la casa se iluminó. Reyes y su marido habían regresado. Y a mí me tenía atado de pies y manos ese perro de presa del mundo vegetal.
Emilio bajó de un salto, se acercó y valoró la situación. Luego sacó de un bolsillo de su pantalón una navajita. La abrió y empezó a cortar por aquí y por allá con destreza y rapidez.
La planta espinosa fue aflojando la presión de sus vigorosos tallos. “De prisa” lo apremié innecesariamente.
Metiendo la punta de los zapatos entre las piedras de la pared, trepamos por ella y desaparecimos en menos que canta un gallo. No se me ocurrió pararme a mirar mis heridas. Corrimos como si nos persiguiera una legión de demonios. Lo primero era poner tierra de por medio.
4
“Acabamos en la Tarazana” dice Emilio esbozando una sonrisa. “Sin resuello” puntualizo.
Mi amigo cortó varias rodajas de chorizo ibérico a las que añadió un puñado de picos. “Es de Cumbres Mayores. Seguro que no has comido uno como este”. El embutido, todo magro, de un apetitoso color rojo, tenía una pinta estupenda. Haciendo un gesto con la mano me animó a probarlo el primero.
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‘Tenía tallos largos, delgados, empedrados de púas afiladas y corvas que se enganchaban en la ropa clavándose más cuantos más esfuerzos hacía por liberarme.’ Por mas que estemos convencidos a nivel racional que mantener la calma y aceptar la situación es lo mas sensato tenemos cierto instinto masoquista que le gusta hundirse en su propia mierda con la ciega ilusión que esta resolviendo el problema. Muchas gracias por el texto!
A menudo contribuimos a complicar la situación con nuestra actitud. El miedo, los nervios, la impaciencia nos juegan malas pasadas, como al protagonista de este relato que acaba comprendiendo que así no soluciona nada y pide ayuda a su amigo Emilio.
Ciertamente las ramas largas, flexibles y vigorosas de una zarza no sólo inmovilizan sino que también hieren, haciendo saltar por los aires a la racionalidad.
Gracias a ti por tu comentario. Saludos cordiales.
La loca de la casa siempre es más peligrosa que la realidad. Excelente relato que en su sencillez narrativa guarda todo un universo psicológico y emocional.
Abrazobeso grande y siempre cariñoso, frater carus.
Esa zarza que el niño se encontró en el huerto, que antes no estaba allí, no es ficticia. De hecho su amigo Emilio le ayuda a desenredarse con su navajita con la que corta los espinosos tallos.
No me atrevo a decir que no es imaginación, porque seguro que algo de eso hay. Ciertamente podemos enredarnos en ella, pero también, como es el caso, puede salvarnos de nuestras decisiones erróneas. Un abrazo.