La discoteca se llenó de un público variopinto que, tarde o temprano, era engullido por la pista.
El monstruo devoraba y regurgitaba con la indiferencia de un dios bailarinas de ballet con vaporosos tutús, jeques árabes de pobladas cejas y aviesa mirada, frágiles gueisas de floreados kimonos, vaqueros sacados de una película rodada en Almería, gatos negros de hermosos mostachos, arlequines saltarines, busconas besuconas, espantajos con refajo, un trapecista juerguista, una teutona tetona, escoceses, tiroleses y otros artistas circenses.
Apuré mi «gin lemon» y fui por otro. A la vuelta me crucé con la flamenca que me guiñó un ojo. Estuvo un rato merodeando. Quizá esperaba un gesto de mi parte para entablar conversación. Pero esa señal no llegó y se zambulló en la pista con revuelo de faralaes.
Anulación, aniquilamiento, imperio de músculos, huesos y nervios, animalidad y promiscuidad como verdades primeras, como cuando éramos primates, reptiles, peces, amebas.
“Se te ve aburrido” dijo Araceli sentándose a mi lado. “Perdido más bien” “Estás un poco borracho” “Es probable” “Vamos a bailar. Esto se ha animado muchísimo” “Ahora salimos”.
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De entre ese gentío abigarrado que respondía puntualmente a los cambios de ritmo, que ya agonizaba en espasmódicos movimientos, ya pregonaba su recuperada vitalidad alzando los brazos, girando la cabeza, doblando el tronco, imprimiendo a las caderas un vaivén obsceno, de entre esa turbamulta que se entregaba a una ceremonia dionisiaca sin tirsos en las manos, sin pámpanos aprisionando las sienes, sin copas de vino alzadas en honor del hijo de Zeus y Sémele, de entre ese barullo que no se sabía si era un rebrote del caos primigenio o el exquisito resultado de siglos de cultura, en mitad de esa tolvanera de cuerpos magnéticos, de individuos anónimos, de máscaras grotescas, surgió la imagen ordenadora, el principio rector.
La pista ya no era solamente el lugar de la confusión y el desorden, ni el ara de la abdicación, ni una máquina generadora de vagos ensueños o devastadoras alucinaciones. Como la almendra de dura cáscara, también este fruto de la civilización encerraba una semilla en su interior.
“¡A mí los caballeros andantes, los encantadores, los gigantes, los curas, los barberos y los bachilleres! ¡A mí Blancanieves y su cohorte de enanos, los dioses del Olimpo, el gato con botas, Edipo acompañado de su madre Yocasta, su padre Layo y su hija Antígona! ¡A mí Andrés Hurtado y sus inútiles conocimientos de medicina!”.
Araceli se sobresaltó cuando me oyó gritar esas insensateces. Cogiéndome del brazo, empezó a zarandearme.
“¡A mí mi hada madrina y mi ángel de la guarda, a mí Alicia y Laura y Beatriz! ¡A mí Anita Ozores escoltada por el magistral y el donjuán oficial de Vetusta! ¡A mí Aladino y Alí Babá de la mano de Sherezade! ¡A mí los buscadores de tesoros, los buscadores de ovnis, los buscadores de psicofonías! ¡A mí…!”
“Por favor, Ignacio, estás llamando la atención. ¿Te has vuelto loco? Has bebido demasiado”.
Nada de eso era verdad. Ni estaba borracho ni había perdido la cabeza ni nadie se fijaba en mí.
Yo era uno más. Otro comparsa disfrazado de diario. En la discoteca circulaban personajes más despampanantes que un pobre diablo que imploraba la ayuda de unos entes de ficción.
Mis palabras no eran escuchadas. Podía seguir desgranando mis letanías a voz en cuello sin que nadie reparase en mí. Podía desgañitarme. Otro clamor se superponía al mío disolviéndolo.
Y ese vocerío proclamaba a los cuatro vientos: “¡Esto es carnaval!”.
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De espantajos con refajos está el mundo lleno y las discotecas ya ni digamos aunque la verdad es que es más lo que me imagino, hace mucho que no voy a ninguna.
El párrafo en el que describes a los bailones en la pista es genial.
Hace también mucho tiempo que no voy a una discoteca. De hecho no me acuerdo de la última vez. No es un mundo que me atraiga. Demasiado aturdimiento para mí. Me alegro de que hayas apreciado la escena de los enfebrecidos coribantes.
Gran lectura, como siempre. No necesito aclarar que los ánimos no están para mayor comentario, lo cual no implica que no haya disfrutado tu relato. El guiño de Ana, el Magistral y Víctor, me ha encantado.
Abrazobeso fraterno y cariñoso y siempre agradecido.
Me alegro de que este cuento equívoco te haya hecho pasar unos minutos relajado y olvidado de otras cosas. Este relato carnavalesco y trufado de referencias literarias fue escrito hace tiempo. El mismo que dejé de ir a las discotecas, a las que nunca fui adicto. Un abrazo.
Gracias a ti, que los momentos por los que estamos pasando son más complicados de lo que oficialmente se está informando.
Tiempos postmodernos,
ajenos a cualquier valor,
donde dinero y poder
reducen la vida
a una leve mota de polvo.
Abrazobeso con fraternal cariño, magister carus.
Certero diagnóstico expresado poéticamente, como no podía ser menos. Buenas noches (en España).
Súper. Nos leemos.
Muchas gracias por tu paseo por el bosque. Nos leemos. Saludos cordiales.
Me ha encantado, Antonio, y, la verdad, me he reído una barbaridad, en particular cuando el protagonista sucumbe al principio rector y entra en la verborrea paroxística final. El salto entre la primera entrada, de ritmo pausado y descriptivo, a esta segunda, en la que los acontecimientos se desarrollan vertiginosamente, me parece un gran acierto. Y que te voy a decir del final. Entre nosotros: el carnaval me produce los mismos efectos que a Ignacio: una necesidad imperiosa de decir insensateces. Un abrazo.
No es tanto lo que ha bebido como la influencia del ambiente carnavalesco, potenciado por la música y las luces discotequeras, la causa de que Ignacio se suba al tiovivo y su comportamiento sufra una alteración que asusta a su amiga Araceli.
Me alegro de que te haya divertido este relato. Tu apreciación crítica es muy atinada. Hay dos partes bien diferenciadas en esta narración que va acelerando su ritmo hasta su conclusión. Un abrazo.
Que bueno!!!….así son las discotecas…para olvidar de todo cantando, gritando y bailando…lo que te da la gana. Y nadie lo importa . Que astuto eres …nos has enganchado con el andaluzo de la primera parte. ¡ Esto es carnaval! Besos locos de carnaval.
Así son los carnavales y así son las discotecas. Se canta, se baila, se grita, se libera uno de ataduras sociales (el lema de uno de los carnavales de Isla Cristina y de otros lugares, supongo, era precisamente ese: «En carnaval nos quitamos el disfraz»).
El relato transcurre, pues, en ese periodo desenfrenado que antecede a la cuaresma.
Ignacio encuentra en el centro de esa locura, en la pista de la discoteca, algo que lo seduce y que suscita su frenesí verbal. Y se pone a proclamar, sin que nadie le preste la menor atención, la clave literaria de ese maremágnum.
La flamenca, como gancho, ha funcionado bien. La ambigüedad es un señuelo efectivo.
Buen fin de semana.
Reblogueó esto en Ramrock's Blog.
Gracias por rebloguear. Saludos cordiales.