El lugar adonde me condujo era un llano en las afueras del pueblo. Antes de llegar se oía un zumbido persistente que se incrementaba conforme nos aproximábamos. Era un sonido como el que produce un moscardón volando. Pero era evidente que, salvo que fuera de un tamaño descomunal, no podía tratarse de un insecto.
Aunque estaba intrigado por ese bordoneo, me abstuve de preguntar a García Silva.
Cuando nos hallábamos cerca de la explanada, dirigí la mirada al cielo y el enigma quedó resuelto. Un enjambre de aviones teledirigidos surcaba el espacio.
Los niños que los manejaban, los hacían entrar en barrena o describir un rizo perfecto. Habida cuenta de la multitud de aparatos que evolucionaban en el aire, era incomprensible que no ocurriese un accidente.
Otro detalle me admiraba también. Siendo los aviones iguales, ¿cómo podía distinguir cada cual el suyo?
Al principio tuve la certeza de que, tarde o temprano, se produciría un choque. Cuanto más tiempo pasaba, más me convencía de lo infundado de mi temor. Los pilotos eran auténticos expertos.
García Silva dio muestras de impaciencia. Comprendí que quería participar en esa sesión de aeroacrobacia, pero sabía que el encargado de los aviones no le alquilaría uno.
Por eso me había pedido que lo acompañase: para que fuese a hablar con dicha persona que se hallaba recostada en la pared de un inmenso cobertizo vigilando el juego de sus clientes.
No tuve inconveniente en hacer de mediador. Pensé incluso que sería una forma de librarme de él, pues en cuanto tuviese el mando a distancia en la mano, se olvidaría de mí.
Me disponía a cruzar el llano cuando tres aviones en formación de ataque descendieron y me enfilaron. Los aparatos se habrían estrellado contra mí si no me tiro al suelo.
Si había sido una broma, no tenía ninguna gracia. Arrodillado, permanecí con la vista fija en esa pandilla de mocosos en un vano intento por averiguar quiénes habían sido los autores de la fechoría.
Me levanté y, tras dar algunos pasos, presencié una maniobra que no me gustó. Varias escuadrillas se estaban formando.
Cada vez más escamado observé cómo se dirigían a diversos puntos. De pronto caí en la cuenta de que yo estaba situado en el centro de su campo de operaciones.
No había tenido tiempo de digerir ese descubrimiento y ya un avión procedente de cada unidad se abatía en picado sobre mí. A esta ofensiva sucedieron otras.
Pegado a la tierra, no me atrevía a mover un dedo. Sin pensar en nada esperé una tregua que me permitiera alcanzar el límite de la explanada. Cuando se produjo, salí pitando.
Inmediatamente los aviones se lanzaron en mi persecución. Tenía la esperanza de que me dejasen en paz tan pronto como abandonase la pista. Creía que sólo estaban interesados en expulsarme de allí.
Los cuatro aparatos que iban destacados viraron a la derecha y, describiendo una curva cerrada, se situaron frente a mí. Luego, meciéndose en el aire, me acometieron.
Logré esquivarlos encorvándome y haciéndome a un lado. Durante unos minutos estuvieron jugando conmigo al ratón y al gato.
Me embestían desde todos los ángulos. Había momentos en que la rabia me dominaba y, enderezándome, gritaba: “¿Qué queréis de mí?”.
Como corría a ciegas, caí rodando por un terraplén. Cuando paré de dar vueltas, miré hacia arriba. Varios aviones me sobrevolaban, pero no podían atacarme porque estaba fuera del campo de visión de sus controladores.
Me dolía todo el cuerpo. Me puse en pie y, mientras me sacudía el polvo, examiné un viejo aeroplano que había resbalado por la pendiente, embarrancando a medio camino.
Luego escuché el ruido provocado por un pequeño alud de piedras. Era García Silva que bajaba apoyándose en el canto de los zapatos.
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La «dulce» crueldad que algunos niños manifiestan…
Estás haciendo sufrir al protagonista de esta historia. No le tienes piedad y eso indica lo genial narrador que eres. Nuestros personajes de ficción son para sacarles hasta lo último.
Abrazobeso con cariño siempre fiel y fraterno, cher Antoine.
A veces es crueldad pura y dura. En «El señor de las moscas» William Golding deja bien claro hasta dónde puede llegar la infancia.
La historia sigue su curso. El autor tiene que atenerse a la dinámica del relato so pena de incurrir en contradicciones y empalagos. Hay que mantenerse distante. Dejar que se cueza el guiso. Un abrazo.
Y los mejores guisos siempre se cuecen a fuego lento y despacio.
Abrazobeso cariñoso, frater.
Le pasa de todo al protagonista. Parece una escena de la película «Los pájaros» pero con aviones de juguete.
Veremos…
No lo había pensado pero esta escena guarda parecido con la de la película de Hitchcock, en la que los pájaros atacan a los personajes.
Pues las penalidades del conductor del seíta no han acabado todavía. Así es la ficción y la vida.
Me encanta: una vez más haces gala de tu capacidad de descripción y palabra que es como estar asistiendo a una película. La escena de los aviones me ha hecho recordar otra que he visto hace un par de días: una docena de adultos (de mi quinta, o sea bastante talluditos) compitiendo con veleros teledirigidos en un pequeño estanque de parque. Llovía y venteaba (mucho) y los competidores luchaban a muerte entre sí y contra la climatología en un ambiente bélico que poco tenía que envidiar al de tu relato. Ya he visto esta escena antes, también con aviones. Me llama la atención que esto de los teledirigidos guste mucho más a los padres que a los hijos… ¡Buen día, Antonio!
Este episodio ha salido, como señala Paloma y ahora tú, bastante fílmico. En el ser humano, seguramente más en el hombre aunque yo no me hago ilusiones al respecto, hay un fondo de agresividad que, si las condiciones lo propician, aflora y hace de las suyas.
Los niños actúan vengativamente en el delegado de García Silva. No los quieren, ni a este ni a aquel.
En mi pueblo hay bastante afición a los drones. Al igual que en el relato, que no está inspirado en este hecho posterior a la redacción, los dueños de los aviones teledirigidos van a una explanada en las afueras, a tres o cuatro kilómetros, para hacer volar y piruetear los aparatos. Un abrazo.
Reblogueó esto en Ramrock's Blogy comentado:
#relatos
Gracias por rebloguear. Saludos cordiales.
Sí te ha salido fílmico el relato, yo he tenido en mente mientras leía, la escena mítica de Cary Grant en «con la muerte en los talones/north by northwest»
Hitchcock al canto. Una magnífica película de intriga con Cary Grant perseguido por una avioneta, más o menos como le ocurre al protagonista de este relato que, de alguna manera, también va con la muerte en los talones.