De niños nos conquistó la musicalidad de la Marcha Triunfal:
¡Ya viene el cortejo!
¡Ya viene el cortejo! Ya se oyen los claros clarines.
¡La espada se anuncia con vivo reflejo;
ya viene, oro y hierro, el cortejo de los paladines!
Y la de la no menos épica Salutación del Optimista:
Ínclitas razas ubérrimas, sangre de Hispania fecunda,
espíritus fraternos, luminosas almas, ¡salve!
El nicaragüense era un seductor que nos enseñó a amar la literatura. Su rey con
un palacio de diamantes,
una tienda hecha de día,
y un rebaño de elefantes,
un kiosco de malaquita,
un gran manto de tisú
y una gentil princesita,
nos introdujo en un mundo presidido por la imaginación y el ritmo. En esos dos campos Rubén Darío era un maestro. Así que leímos y recitamos a menudo sus versos. Era un placer memorizarlos y escanciarlos en público o delante del espejo.
“Azul”, “Prosas profanas”, “Cantos de vida y de esperanza”, todos sus libros nos cautivaron. En ellos aprendimos a contar sílabas poéticas marcándolas con los dedos sobre la mesa. Ahí está el origen de nuestro gusto por los heptasílabos y los alejandrinos.
Hemos oído que al autor de “Poema de otoño” lo acusaban de ripioso. Nosotros, que nunca renegaremos de él, lo consideramos simplemente unas veces más sublime que otras.
Desde nuestra lealtad infantil nos parece que Rubén Darío ha acogido todo en su obra. En el largo poema “Coloquio de los centauros” esos caballos medio humanos o esos hombres medio equinos conversan, entre otros temas, de la muerte. Dice Medón:
¡La Muerte! Yo la he visto. No es demacrada y mustia
ni ase corva guadaña, ni tiene faz de angustia.
Es semejante a Diana, casta y virgen como ella;
en su rostro hay la gracia de la núbil doncella
y lleva una guirnalda de rosas siderales.
En su siniestra tiene verdes palmas triunfales,
y en su diestra una copa con agua del olvido.
A sus pies, como un perro, yace un amor dormido.
También habla de sus temores cara al futuro. En el poema “Los cisnes” expresa una premonición que no se está cumpliendo, aunque los números de las diferentes fuentes no coinciden. Se pregunta el poeta:
¿Seremos entregados a los bárbaros fieros?
¿Tantos millones de hombres hablaremos inglés?
¿Ya no hay nobles hidalgos ni bravos caballeros?
¿Callaremos ahora para llorar después?
Según Wikipedia el idioma más hablado es el chino mandarín, seguido del inglés y del español. Para Babbel, el segundo es el español y el tercero el inglés.
Y en el “Poema de otoño” aborda el tema del “carpe diem” en inspirados versos que insuflan nueva sabia a ese tópico insumergible:
Cojamos la flor del instante;
¡la melodía
de la mágica alondra cante
la miel del día!
(…)
Gozad del sol, de la pagana
luz de sus fuegos;
gozad del sol, porque mañana
estaréis ciegos.
(…)
Vive el bíblico Adán robusto,
de sangre humana,
y aún siente nuestra lengua el gusto
de la manzana.
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Un gusto releerlo a través de tus explicaciones.
Leer a Rubén Darío es siempre un placer por la sonoridad y por el poder de evocación de sus versos. Es un mago de la palabra.
Gracias como siempre, maestro
Tú sí que eres un maestro de la prosa, como acabas de demostrarlo una vez más en tu última entrada. Un abrazo.
Gracias, Antonio, otro abrazo.
Es un placer , de verdad , leerlo. Lo descubrí aqui en España. Gracias, Antonio.
Leer o escuchar los poemas de Rubén Darío es siempre un placer. Su dominio de la lengua española era extraordinario y su imaginación desbordante. Una combinación que hace de él un escritor cimero. Un abrazo.