331.-En un momento de debilidad Emma se dejó convencer por una amiga muy implicada en el crecimiento personal y la acompañó a la charla que daba un reputado gurú de Minnesota.
Emma lo describió como un hombrecillo vanidoso que pasaba más tiempo callado que hablando. En uno de esos prolongados silencios estuvo a punto de levantarse e irse, pero estaba en el centro de la sala y habría tenido que molestar a muchos asistentes para alcanzar la salida, así que aguantó mecha.
“No fui por curiosidad sino por complacer a mi amiga que estaba ilusionada con ver y oír a ese dechado de sabiduría, a pesar de que el inglés lo entiende poco y mal. Afortunadamente para ella y para mí, que tampoco descuello en idiomas, había un traductor.
“Me pasé el rato haciendo prácticamente lo mismo que el santón. Él nos observaba con indiferencia desde el estrado donde estaba arrellanado en una butaca. Y yo lo observaba críticamente, más derecha que una vela, desde mi incómoda silla plegable.
“Se apreciaba claramente que estaba acostumbrado a que lo admirasen, lo venerasen y lo reverenciasen. Y él pagaba tanta devoción castigando a la audiencia con sus frases cortantes o cerrando la boca durante interminables minutos.
“El gurú se dedicó a echar por tierra todas las creencias, a repartir mandobles filosóficos a diestro y siniestro, a no dejar títere con cabeza. Incluso yo, que soy escéptica por naturaleza y que estaba allí, digamos, en plan turista, me sentí aludida por ese discurso implacable. Me estaba llamando, y no de una forma encubierta porque bonito era el maestro para tomarse esa molestia, tarada.
“Esa inflexibilidad que provocaba el arrobo del público, a mí me enervaba y fue motivo de que me replantease abandonar la sala. También me fastidiaba el masoquismo de sus seguidores que soportaban estoicamente cualquier mamporro dialéctico.
“Según el nativo de Minnesota, recocido en un asram de la India durante varios años, rezar no servía de nada. Esa actividad era una lamentable pérdida de tiempo, un tiempo que uno haría mejor en invertir leyendo novelas policiacas. Que conste que el ejemplo es suyo. Mi amiga, y supongo que más asistentes, es religiosa y me ha hablado a menudo del poder de la oración sincera y desinteresada, la que brota del corazón como un chorro de agua incontenible. No comprendí cómo nadie replicó al maestro yanqui que una lamentable pérdida de tiempo era escucharlo a él.
“Pero no detecté cuestionamiento sino sumisión. Allí estaban para decir amén. Ni rezar ni recitar mantras servía de nada. El famoso “om mani padme hum” repetido con fervor por tantos fieles budistas de oriente y occidente no era más que una concatenación de sílabas perfectamente sustituible por otra cualquiera puesto que el efecto iba a ser el mismo: ninguno. Igual daba decir eso que “Enjoy Coca Cola” o “Ya es primavera en El Corte Inglés”. En lo que a él respecta, ni rezaba ni hacía yoga ni meditaba ni practicaba cualquier otra disciplina asociada a la espiritualidad.
“Así se las gastaba el gurú de rostro pétreo, que ni sonreía ni gesticulaba.
“Después de largarnos la acostumbrada monserga de que lo alto está en función de lo bajo, lo buen de lo malo y lo bello de lo feo, o sea, después de dejar sentada la relatividad de nuestros conceptos y de mostrar que todo es apariencial, que no hay nada en lo que apoyarse ni intelectual ni moralmente, tuvo un rasgo de humana sensatez que rebajó mi nivel de antipatía.
“Afirmó que, a pesar de los pesares, había que elegir la honestidad en la vida cotidiana.
“Mi amiga salió encantada de la disertación. Ella dijo “transformada”. No hubo preguntas ni comentarios. Cuando se acabó la función, el hombrecillo de Minnesota, que vestía ropa holgada de lino, se puso en pie y, cruzando el estrado a menudos pasos, hizo mutis”.
Esa es la cuestión. Parece que hay que seguir lo que sea, sea lo que sea. Al final del relato me parece intuir que el «gurú» dice algo de toda lógica, pero como estamos muy lejos de toda lógica, nos parece que quien lo dice es un iluminado. Y luego todo lo anterior, que parece que los que no están dispuestos a renegar, sino todo lo contrario, a encontrar fe donde la haya, cumple perfectamente con el discurso del propio «gurú», el de echar paja. Él sabe que diga lo que diga se va a recibir con la esperanza con la que se escucha hasta incluso transformar las palabras en el oído de cada uno para que suene a iluminación (¿Es así?). Me gusta mucho. Es un relato que describe la realidad de la necesidad de creer, y la tontería que arrastra. Si me equivoco, ya me lo dices. Igualmente me ha gustado. Saludos!
La actitud acrítica de los asistentes a la charla subleva a Emma. Pero cuando uno está entregado, comulga con ruedas de molino y encaja cualquier desplante. El hombrecillo de Minnesota tiene una propuesta, como hay otras no tan sofisticadas como la suya. La gran diferencia es que él tiene un nombre, como los toreros.
A la amiga de Emma, y a los demás, no le importa el menosprecio del maestro hacia sus creencias. Todos las tenemos. En lo más íntimo albergamos esperanzas.
Respeto mucho (a condición de mantenerse alejado del fanatismo y del sectarismo) la fe que sostiene a cada uno.
Pues bien, el gurú se dedica a echar jarros de agua fría en la cabeza de esos pasmados que no vuelan tan alto como él, ni falta que les hace.
Tu comentario es muy pertinente. Me alegro de que esta entrada te haya gustado. Saludos cordiales.
Bueno, espero que el comentario fuera realmente como dices. la cuestión es que precisamente estoy ahora viendo una serie que toca este tema (de alguna manera) y ya iba sensibilizada. Me ha parecido muy atractivo el modo como lo has narrado. Gracias por responder a mi comentario 🙂
Menos mal que se pronunció a favor de la honestidad.
La gente parece dispuesta a seguir a cualquiera y a creer cualquier tontería.
Gracias a eso algunos se ganan la vida. Aquí y en Minnesota.
El borreguismo es transversal y se manifiesta en todos los ámbitos.
Cuando a los líderes, incluidos los espirituales, se lo ponen en bandeja de plata, el siguiente paso es montar un chiringuito. Recuerdo en concreto el que montó Carlos Castaneda a raíz del éxito de sus libros.