Los aprendices se dirigieron a la herrería, situada en el exterior del castillo, a uno de cuyos muros estaba adosada. Se trataba de un cobertizo abierto por su parte frontal. Allí los esperaba Brog, el Maestro Herrero.
Trabajar bajo aquel techado era como hacerlo al aire libre. Salvo a la lluvia y a la nieve, se estaba expuesto al calor, al frío y a los golpes de viento. No obstante, gracias a los carbones encendidos de la gran fragua que ocupaba el centro del recinto, no se estaba mal.
Se quedaron a la entrada y observaron las idas y venidas de Grog que ultimaba los preparativos de la prueba. Avivó el fuego, comprobó que las herramientas estaban en su sitio, echó un vistazo a las reservas de hierro. Daba la impresión de que se creía solo, ni una sola vez miró a los jóvenes.
Sólo cuando hubo acabado, y tras pararse a pensar durante unos minutos, reparó en ellos. Les dijo que pasaran y se distribuyesen en grupos de cinco alrededor de los yunques.
Grog, barbado y corpulento, tenía gruesas muñecas acostumbradas a manejar los martillos y las tenazas. Su aspecto era imponente. A todos les sorprendía el dato de que antes que herrero había sido veterinario. Sus manos fuertes y velludas parecían hechas ex profeso para trabajar el hierro.
El Maestro Herrero les habló del fuego y su inmenso poder. Luego les explicó que la prueba consistía en que cada uno de ellos fabricase su propio atizador. Supervisados por el Maestro, a quien podían recurrir en caso de necesidad, los aprendices demostrarían sus dotes metalúrgicas.
“El atizador” prosiguió Brog, “como sabéis, sirve para alegrar la lumbre y para mantenerla a raya. Con él podemos removerla, manipularla, convertirla en nuestro aliada. Sin su ayuda tendríamos que limitarnos a ver cómo se consume, a ser simples testigos de sus avances y retrocesos, de sus fulgurantes llamaradas, y de su extinción”.
“Sin el atizador” concluyó Brog, “nos quemaríamos las manos o los pies. Estaríamos condenados a ser espectadores o víctimas de esa fuerza primordial. Vuestro trabajo no consiste solamente en forjar ese valioso instrumento. También debéis personalizarlo con la cabeza de un animal”.
Así pues, tendrían que hacer un molde de yeso en el que verterían el metal fundido. Finalmente soldarían el mango zoomorfo a la herramienta.
Era una prueba laboriosa que requería pericia e imaginación. El mejor atizador sería devuelto a su artífice en reconocimiento a su trabajo. El resto sería licuado para reutilizar el hierro.
Los carbones de la fragua refulgían al rojo vivo. La temperatura en la herrería era elevada. Los muchachos se pusieron un delantal de cuero y empezaron a faenar.
Me gusta la fluidez de la historia. 💙
La fluidez facilita la lectura. Esa es una buena baza para interesar al lector. Gracias por tu comentario.
La idea del mango con cabeza de animal puede que le viniera de su antigua profesión.
Es muy fácil entrar en la escena con tu modo de narrar, a pesar de que el virus de la gripe no me pone fácil la concentración.
Lamento que estés enferma. Espero que no sea el virus monárquico, y que te repongas pronto.
Brog fue veterinario antes que herrero. Es posible que en su prueba quisiera aunar ambas profesiones.