Al cabo de un buen rato de estar en remojo lo vimos acercarse por uno de los caminos del jardín.
No fui el único que se quedó perplejo. Ni en libros ni en revistas aparecen fotografías de Ramana. Ninguno de nosotros esperaba encontrar un hombre joven, delgado, de grandes ojos expresivos y labios finos. Con la cara perfectamente rasurada y el pelo corto, al pronto se le podía confundir con un muchacho.
Desde luego no era el gurú que pensábamos encontrar.
Vestía pantalones beis y una camisa blanca que contrastaba con el tono oscuro de su piel.
A pesar del cuadro cómico que ofrecíamos nos contempló con seriedad. Luego nos preguntó en inglés cuál era nuestra nacionalidad. Al enterarse de que éramos españoles nos dijo en nuestra propia lengua que él había vivido en Buenos Aires.
Desde esa primera entrevista nuestra devoción por Ramana no ha hecho más que aumentar.
Se podría decir que su actitud nítida y su trato correcto nos han defraudado gratamente.
Esperábamos escuchar de sus labios las enseñanzas que nos habían seducido en sus libros, pero Ramana no es amigo de soltar sermones. Cuando se sienta en el porche con las piernas cruzadas no habla gran cosa. Prefiere guardar silencio.
Desde que estoy en el ashram no he leído ni escrito nada. La vida se ha desprendido de lo superfluo, del maquillaje que la enmascara.
La hora de mi partida está cada vez más cercana. Algunos compañeros ya se han ido. Otros nos resistimos y nos volcamos en las tareas cotidianas.
Ramana se ha eclipsado. No es que antes lo viésemos a menudo, pero presentíamos que velaba por nosotros.
Ha llegado el momento de que cada uno haga ese trabajo por sí mismo. Resulta difícil dilucidar este proceso que se ha desarrollado prácticamente sin palabras. La presencia física es la única explicación que se me ocurre.
El día de mi marcha Ramana estaba ilocalizable, así que no pude despedirme de él. Al indio que nos recibió le pregunté si el maestro estaba meditando en el fondo del estanque.
Mientras me dirigía al aeropuerto, cerré los ojos y apareció un muchacho moreno y espigado. Con paso seguro avanzaba hacia mí por uno de los caminos del jardín.
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