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Posts Tagged ‘Don Quijote’

Hay escritores oceánicos, como Proust, en cuya obra uno puede perderse, sentirse desbordado y obligado a reconocer que no tiene límites, de ahí el riesgo de la saturación e incluso del ahogamiento. Y hay otra categoría, a la que pertenecen Shakespeare y Cervantes, que fueron además contemporáneos, muriendo ambos el mismo año de 1616, que son inagotables, cuya producción resiste innumerables lecturas, encontrándose siempre en cada una de ella nuevas perspectivas y respuestas.

Apelar a la genialidad del autor es un expediente no falso pero sí fácil. En el caso de Cervantes, como en el de los otros autores citados, nadie duda de su extraordinaria capacidad expresiva, pero habría que destacar también algunas circunstancias específicas.

La primera de ellas es la época que le tocó vivir. Calificarla de sectaria e intransigente es hacer una caracterización aplicable a muchas etapas históricas. No hay un rechazo explícito de ella en los libros de Cervantes ni una reconvención más o menos acre como ocurre en “La Celestina”. Pero hay una tasación y un distanciamiento crítico, como no podía ser de otra manera.

Hay tres hitos recogidos en todas las biografías del escritor de Alcalá de Henares que marcaron su trayectoria vital y literaria: su viaje a Italia, su participación en la batalla de Lepanto y el cautiverio de Argel.

Su origen cristiano nuevo forzaría a Cervantes a una sobreadaptación en una sociedad tan estirada como la española del siglo XVII (Jean Canavaggio cuestiona, por cierto, su ascendencia judía).

Siempre que hay un trasfondo de temor y de acusaciones, se genera una proyección social tendente a acallar, neutralizar o superponerse a esos peligrosos rumores. El escritor se camufla en su obra por razones de supervivencia, pero está en ella. Y en la de Cervantes no sólo está él sino su época.

Su camaleonismo ha sido una puerta abierta por la que han entrado los hombres, las mujeres y los animales que pueblan su universo literario. Ese esfumado ha sido la pasarela por la que han desfilado desde don Quijote y Sancho a Preciosa, desde Rinconete y Cortadillo al licenciado Vidriera.

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El licenciado Vidriera plantea grandes similitudes con don Quijote. Ambos componen un personaje tipo cervantino.

Tomás Rodaja, a causa de una extraña locura, se cree de vidrio. Ese estatus le da pie a ejercer la crítica social de la que pocos se libran. Mujeres sensibleras, maridos abandonados o no, muchachos rebeldes, maestros de escuela, poetas, pintores, libreros, pregoneros, boticarios, médicos, jueces, escribanos, alguaciles, sastres, zapateros, comediantes…oyen lo que tiene que decirles, que no es lo que ellos quieren oír.

El licenciado Vidriera habla sin pelos en la lengua, libertad que comparte con niños y borrachos.

Cuando un religioso de la orden de San Jerónimo le restituye la cordura, la sociedad a la que él dijo las verdades del barquero, a la que puso en la picota, lo rechazará. No le valdrá cambiar de nombre (licenciado Rueda) para ser aceptado. Nada le servirá y, para evitar morirse de hambre, tendrá que irse a Flandes donde morirá como soldado.

Esta es la confesión pública que hizo repetidas veces para ser readmitido, y que suena como un eco de las palabras de don Quijote, convertido de nuevo en Alonso Quijano, en su lecho de muerte.

“Señores, yo soy el licenciado Vidriera, pero no el que solía: soy ahora el licenciado Rueda; sucesos y desgracias que acontecen en el mundo, por permisión del cielo, me quitaron el juicio, y las misericordias de Dios me le han vuelto. Por las cosas que dicen que dije cuando loco, podéis considerar las que diré y haré cuando cuerdo. Yo soy graduado en leyes por Salamanca, adonde estudié con pobreza y adonde llevé segundo en licencias: de do se puede inferir que más la virtud que el favor me dio el grado que tengo. Aquí he venido a este gran mar de la Corte para abogar y ganar la vida; pero si no me dejáis, habré venido a bogar y granjear la muerte. Por amor de Dios que no hagáis que el seguirme sea perseguirme, y que lo que alcancé por loco, que es el sustento, lo pierda por cuerdo. Lo que solíades preguntarme en las plazas, preguntádmelo ahora en mi casa, y veréis que el que os respondía bien, según dicen, de improviso, os responderá mejor de pensado”.

 

 

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La expresión Vagabundos del Dharma, como explica Ray Smith (Jack Kerouac) en la novela, fue creada por Japhy Ryder (Gary Snyder), a quien cabe también el honor de ser uno de los primeros exponentes de ese tipo de lunáticos. Gary Snyder acabaría convirtiéndose en “un erudito en cuestiones orientales”.
En el capítulo diecisiete del libro, Ray Smith inicia la narración del larguísimo viaje en autostop que va a realizar hasta Rocky Mont, en Carolina del Norte, a unos cinco mil kilómetros de distancia de Los Ángeles.
Apenas abandonada esta ciudad, envuelta en el “smog”, Ray deja la autopista y se adentra en un bosquecillo cercano, donde piensa pasar la noche, a pesar de que las acampadas están prohibidas.
“Había mucha maleza seca y caminé aplastándola sin molestarme en buscar el sendero. Me dirigí decidido hacia las doradas arenas del lecho seco del río que distinguía allí delante”.
Abriéndose paso entre los arbustos y metiéndose en zanjas llenas de agua, llega a “una especie de bosquecillo de bambú” donde no se atrevió a encender fuego hasta la noche, que es cuando las llamas, aunque tomase precauciones, son más visibles y, por tanto, el riesgo de ser descubierto mayor.
Allí vivió Ray un momento de felicidad.
“Extendí mi impermeable con el saco de dormir encima, y todo sobre un lecho de hojas secas y bambúes. Los álamos amarillos llenaban el aire de la tarde de humo dorado haciendo que me parpadearan los ojos”.
Ni siquiera el molesto ruido de los camiones que pasaban por la autopista malogró esa experiencia de beatitud. No obstante, tuvo que ponerse cabeza abajo para aliviar la congestión de los senos nasales y mitigar el dolor de cabeza.
Y se sintió triste, casi con ganas de llorar, como la noche anterior en Los Ángeles.
Luego fue a buscar agua en su tartera, pero había tanta maleza que, a la vuelta, la derramó casi toda. Con la que quedó se hizo una naranjada en su batidora de plástico. Y comió pan y queso. Y estaba encantado.
Una vez embutido en el saco de dormir, mientras echaba un cigarrillo, pensó:
“Todo es posible. Yo soy Dios, soy Buda, soy un Ray Smith imperfecto, todo al mismo tiempo, soy un espacio vacío, soy todas las cosas. Tengo todo el tiempo del mundo de vida a vida para hacer lo que hay que hacer, para hacer lo que está hecho, para hacer lo hecho sin tiempo, un tiempo que por dentro es infinitamente perfecto”.
Por desgracia, los camiones seguían incordiando, pero tal vez esa barahúnda contribuía a profundizar la vivencia de ese instante. Lo mismo se podía decir de los trozos de bambú que se le clavaban en el cuerpo, y que fueron la causa de que pasase toda la noche dando vueltas. Pero se consoló diciendo:
“Es mejor dormir en una cama incómoda libre que dormir sin libertad en una cama cómoda”.
En definitiva, todo está endiabladamente bien. O, en sus propias palabras:
“Había empezado una nueva vida con mi nuevo equipo: era un Don Quijote tierno y lo primero que hice fue meditar y rezar un poco: “Bendigo todas las cosas vivas. Os bendigo en el presente interminable, os bendigo en el futuro interminable. Amén”.
Luego empaquetó sus cosas y bebió agua del manantial, donde también se lavó la cara y los dientes. Ya estaba listo para proseguir su viaje hasta Rocky Mount, en Carolina del Norte, a unos cinco mil kilómetros de distancia.

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