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Posts Tagged ‘Roma’

CSC_017599.-“Estoy hasta el gorro del whatsapp«, declara Emma mirando de reojo su móvil, como si fuese una animalillo traicionero que en cualquier momento le puede hacer una faena.

“No sabes la cantidad de mensajes que recibo al cabo del día. Hay ciertas horas en que –y titubea un momento– el telefonito –iba a llamarlo bicho– no para de lanzar llamadas. Una de mis amigas confiesa que no puede abstenerse de obedecer y acude corriendo a la señal. No es mi caso. Cada vez me muestro más reacia. ¿Yo, que he sido siempre tan rebelde e inmanejable, me voy a plegar ahora a un chisme?”.

“Cuesta trabajo concebirte en actitud tan servil” confirmo.

“Estoy por borrarme de los grupos de los que formo parte, incluido al que me apunté voluntariamente. No te quiero contar a los que accedí graciosamente a integrarme, a los que consentí para no hacer un feo a quien me lo propuso.

“Hay miembros de esos grupos que ignoro de dónde sacan tiempo para enviar textos y fotos con tanta frecuencia. Da la impresión de que, cada vez que hacen algo, lo que quiera que sea: una compra, entrar o salir de casa, fumarse un cigarrillo o sacar dinero del cajero automático, lo notifican.

“Normalmente te sientes obligada a responder y consignar por escrito la banalidad que en ese preciso momento estás desarrollando.

“Lo que sobrellevo peor son las crónicas de viajes. En esa coyuntura las fotos se multiplican. Se puede afirmar que foto que hacen, foto que reexpiden in situ y en el acto.” “Claro” apunto “como todo ese trabajo se hace con el mismo aparato” “Eso facilita el bombardeo”.

“¿Por qué las crónicas de viajes?” “De viajes, de bodas, de bautizos, de fiestas, de cualquier acontecimiento social…Tengo mis dudas de que el objetivo de esa actividad sea meramente informativo” “No te entiendo” “No quiero ser más malpensada de lo que es menester, pero, consciente o inconscientemente, no se puede negar que la intención es dar dentera. No hace falta que glose este punto: mira adónde he ido, mira lo que he hecho, mira la langosta que me estoy comiendo, etc.”.

“Aunque no soy muy viajera, tampoco soy tan sedentaria como tú. Así que esa profusión de imágenes acompañadas de las correspondientes notas encomiásticas me resulta, cuando menos, molesta. Y a menudo irritante. De hecho, le estoy cogiendo ojeriza a Venecia y a Roma, entre otras ciudades y regiones.

“¿Tú no ves malignidad en esa práctica? ¿Por qué lo primero que algunos hacen es mandar un whatsapp a los componentes del grupo que están todavía en la cama esperando que suene el despertador, o que se están mirando en el espejo con cara de pocos amigos, para comunicarles: estamos en Florencia, desayunamos rápido, vamos a visitar la Galería Uffizi y Santa María del Fiore?”.

“Es verdad que no soy viajero. O quizá sea más exacto decir que me gusta viajar en unas condiciones ideales que no pertenecen a este mundo masificado y turístico. Comprendo tu malestar, y que cuestiones la sana intencionalidad de esa proliferación de mensajes, cuya evaluación es asunto tuyo que eres la que posees los datos y la que conoces a las personas”.

“¿Tú no perteneces a ningún grupo?” “Voy a incrementar mi fama de raro, pero la respuesta es negativa. De momento me mantengo al margen de esa modalidad comunicativa”.

 

 

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Tégula romana III
A su llegada, el bullicio de Roma lo aturdió, así como también la residencia de los Estacio, cuyo austero exterior no dejaba adivinar sus mármoles y sus estucos, sus pinturas y sus mosaicos, sus candeleros y lampadarios de bronce distribuidos por todas las habitaciones.
Lucio llevaba la mitad de la tésera de plata que el patricio había dado a su padre en señal de amistad.
Viejo y enfermo, de hecho moriría poco después, Fabricio lo llamó “hijo” y le presentó a sus nuevos hermanos, Cecilio y Aurelia.
¿Faltaba mucho para que amaneciese? No se escuchaba el rechinar de las ruedas de los carros recorriendo las mal pavimentadas calles, ni el entrechocar de los cascos de los caballos, ni los juramentos de los conductores y de los jinetes.
Lucio dirigió la mirada hacia la ventana entrelarga, a ras del techo, que daba a la vía Tiburtina, por donde entraban el rumor de la ciudad y la claridad del día.
Cuando el juez dictó sentencia y los reos fueron conducidos a la cárcel, Lucio tuvo la oportunidad de ver desde fuera esa abertura enrejada, que era la única ventilación del subterráneo donde permanecerían encerrados hasta su ejecución.

 

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