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Posts Tagged ‘Schubert’

El plato del tocadiscos empezó a girar. La expresión del profesor se reconcentró. Guardábamos un religioso silencio. A nuestros oídos llegó un sonido de fritura producido por la aguja al deslizarse por las primeras circunvalaciones del disco.
Tras un breve acorde mantenido, surgió el primer tema que visualicé como un chorro de agua sobre el que una pelota se mantenía en equilibrio.
Desde los primeros compases, la dramática voz de los violoncelos me ganó. El tema expuesto había pulsado un resorte en mi interior.
Me dejé llevar por los vaivenes de la música, bajando y subiendo como la pelota a la que el surtidor imprimía su ritmo, haciéndola bailar sin voluntad.
La marcha que ocupaba la parte central finalizaba en un acorde parecido al que iniciaba la obra.
Cuando el profesor, que había levantado el brazo del aparato para hacer un comentario, lo dejó caer de nuevo y resonaron las notas del adagio, me sentí indefenso ante la música.
Su explicación no era más que unas cuantas frases deshilvanadas sin apenas relación con el nostálgico motivo sobre el que los violines realizaban invisibles dibujos acústicos.
A este remanso de paz, inesperada y traicioneramente, sucedió una melodía sobrecogedora. El compositor se complacía en arrebatarnos la felicidad y sumergirnos en la inquietud.
Me embargó la tristeza de esta segunda parte del adagio. No me atrevía a moverme, como si temiera interferir en ese armonioso edificio a cuya construcción se aplicaban los cinco instrumentos de cuerda.
Hubo un momento en que pensé que la calma iba a resurgir. Unos enérgicos compases así lo prometían. Pero el clima volvió a tornarse melancólico.
En la pausa que se produjo entre el segundo y el tercer movimiento, sin escuchar al profesor que hablaba de nuevo, me preguntaba atribulado si se podía expresar con palabras los sentimientos transmitidos por la música con tal precisión y belleza.
Me repelía la idea de que esa riqueza sólo fuese susceptible de una descripción técnica.
Las primeras notas del tercer movimiento contrastaban con los últimos compases del segundo movimiento.
La melodía triunfal con que se iniciaba el scherzo era una invitación a gozar de la vida. Me inundó una marea de confianza.
Como una boya hundida por la fuerza en el fondo del mar que de pronto recobra la libertad, emprendí el camino del cielo, ansioso por saludar al sol.
Al igual que antes con la tristeza, también ahora tenía la impresión de que ese alborozo era el estado natural del universo.
La viola y el segundo violoncelo inauguraron un tema de signo distinto. Con sólo oír las primeras notas me percaté de que la esperanza, que había volado tan alto, se precipitaría en la sima que se abría bajo sus pies.
Me iba curvando como la cuerda de una ballesta que se tensa antes del disparo. Me faltó el aire. Agaché la cabeza para ocultarme a la mirada de los demás.
Como si de una broma se tratase, el scherzo reapareció y el clima opresivo del trío fue sustituido por el júbilo inicial.
Pero el abismo que Schubert nos había mostrado, evidenciaba la inconsistencia de nuestros sueños de felicidad.

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