Un viernes por la tarde, Guzmán, de madre viuda, salió de su casa en Sevilla, donde vivía haciendo su santa voluntad, “cebado a torreznos, molletes y mantequillas y sopas de miel rosada, mirado y adorado más que hijo de mercader de Toledo”.
Aun así, decidió partir alentado por “el deseo de ver mundo”. Su destino era Italia. En San Lázaro, una ermita a la salida de la ciudad, pasa su primera noche en el poyo del portal.
Al día siguiente tiene el aprendiz de pícaro su primera malaventura en una venta, a la que llegó cansado y sudoroso. Pero, sobre todo, muerto de hambre.
En la venta “no había sino sólo huevos. No tan malo si lo fueran: que a la bellaca de la ventera, con el mucho calor o que la zorra le matase la gallina, se quedaron empollados y por no perderlo todo los iba encajando con los otros buenos. No lo hizo así conmigo, que cuales ella me los dio, le pague Dios la buena obra”.
La ventera mezclaba los huevos buenos con los empollados y los servía a los clientes. Pero con Guzmán, por parecerle “un Juan de buen alma”, no se tomó esa molestia.
El muchacho, a quien ladraba el estómago, no hizo ascos al comistrajo a pesar de sentir entre los dientes el crujido de los huesecillos de los polluelos, “que era hacerme como cosquillas en las encías”.
Guzmán siguió su camino sin poder quitarse de la cabeza el castañeteo de los huevos en la boca. Por desgracia, el malestar fue en aumento. Cuanto más se acordaba de la tortilla, del aceite negro “que parecía de suelos de candiles”, de la sartén pringosa y de la ventera de ojos legañosos, más se le revolvían las tripas.
La náusea subió de punto y, entre un rosario de eructos, arrojó íntegro el contenido de su estómago. Incluso creyó oír, en mitad de los jadeos y los trasudores de la vomitona, un piar de pollitos, seguramente felices por haber recobrado la libertad.
Sentado junto al vallado de unas viñas, reflexiona amargamente, arrepentido de su partida.
Guzmán sería vengado por mano de un par de bergantes, a los que la vieja “desdentada, boquisumida, hundidos los ojos, desgreñada y puerca” también trató de engañar. Los mozos le ajustaron las cuentas, dejándola “toda enharinada como barbo para frito”.
Guzmán de Alfarache (1599), Mateo Alemán
Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 Unported.
Antonio… esta descripción ha sido tan certera que me tiene el estómago en similares condiciones a la del protagonista… 😦
A eso se la llama un buen cuento, o no?
Un muy buen episodio. A mí me ocurrió lo mismo que a ti. Y por eso lo he escogido: para exorcizar ese malestar que me produjo la primera vez que lei este pasaje de Mateo Alemán. Sentí la misma repugnancia, no sólo física, que el protagonista.
Me parece, además, un cuadro muy representantivo de la España de finales del siglo XVI y principios del XVII. Ese muchacho que va en busca de aventuras y lo que encuentra son desventuras, es lo propio de la novela picaresca. Eso es así hasta que él mismo se convierte en un bribón redomado.
El episodio en sí es también emblemático de una época de esplendor y decadencia, en la que convive el lujo y el refinamiento de la ciudad de Sevilla, y la mezquindad más deprimente pocos kilómetros más allá, en dirección norte.
[…] la tortilla con huevos empollados que comió en una mala venta al poco tiempo de partir de Sevilla hasta su entrada como gracioso en […]