Todos los santos la vilipendian, y todos los hombres graves
Que se rigen por el justo medio del dios Apolo –
Despreciando a los cuales navegué en su busca
A lejanas regiones donde era más probable encontrar
A la que deseaba conocer más que todas las cosas,
La hermana del espejismo y del eco.
Era una virtud no detenerse,
Seguir mi obstinado y heroico camino
Buscando en el cráter del volcán,
Entre los témpanos de hielo, o donde se borraba la huella
Más allá de la caverna de los siete durmientes:
A aquella cuya frente ancha y alta era blanca como la del leproso,
Y sus ojos azules, y sus labios como bayas de fresno,
Y su cabello rizado del color de la miel hasta las blancas caderas.
La verde savia de la primavera que en el árbol joven se agita
Celebrará a la Madre de la Montaña,
Y todos los pájaros canoros la aclamarán un día,
Pero yo estoy dotado, inclusive en noviembre,
La más desapacible de las estaciones, con una sensación tan grande
De su claramente raída magnificencia
Que olvido la crueldad y la traición,
Indiferente a dónde puede caer el próximo rayo.
Robert Graves
Traducción de Luis Echávarri
Siempre estamos buscando incesantemente, en el fondo no dejamos de hacerlo, quizás lo único que cambia es la fuerza con la que se hace, va disminuyendo con el tiempo y es un bien necesario.
Genial Robert Graves. Este poema está dedicado a la Diosa Blanca. Es un texto que todos los que escribimos podríamos firmar con nuestra propia sangre, cual si de un contrato vital se tratara.
Sin querer establecer ninguna comparación, éste es el poema que le dediqué a esa diosa exigente: