Uno de sus mayores empeños era encontrar un emblema que sintetizase su ideal de armonía. Un emblema que permaneciese anclado en la memoria, aunque su significado no fuera evidente.
Cuando su novia lo dejó por razones relacionadas con este asunto que absorbía su tiempo y su atención, él era consciente de que se aislaba del mundo con demasiada frecuencia.
Eso era lo que su novia le reprochaba precisamente: su evasión de la realidad.
Pero él necesitaba concentrarse en sus sueños para darles forma, para concretarlos y evitar que se desvaneciesen o que se derrumbasen como un castillo de cartas al primer soplo de la crítica.
Debía aprehender sus intuiciones, las cuales comparaba a animales salvajes que se dejan ver de lejos pero en cuanto das un paso en su dirección, alzan la cabeza y se pierden en la espesura.
Cuando hacía partícipe a su novia de estas reflexiones, ella reía sin que él supiera por qué o ponía una cara extraña. Y a continuación le hablaba del vestido de lentejuelas doradas que había comprado para la fiesta de fin de año.
Ese vestido que lanzaba destellos le dio una idea. Se abstrajo y dejó de oír a su novia que le contaba algo a propósito del cotillón y de lo que sus amigas iban a ponerse.
Pensó en un espejo que reflejase e iluminase el dolor, en un espejo que nos devolviese la imagen de nuestro verdadero rostro, del que yace bajo tantas capas de hipocresía, de amargura, de miedo…
Más tarde desestimó ese símbolo. De hecho, abandonó la búsqueda de uno. Por entonces su novia ya lo había plantado. Afortunadamente no le había buscado un sustituto.
Quiso reanudar las relaciones. A fin de cuentas no habían roto por nada serio.
Justamente durante este proceso de acercamiento se fue perfilando un nombre. Las letras crecían y se entrecruzaban como si un paciente copista estuviese trazándolas.
Cuando acabaron de entrelazarse, al modo de las iniciales de un florido monograma, pudo leer el apodo con que era conocido en su niñez.
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Las cosas son mucho más sencillas de lo que a veces nos empeñamos!
Sin duda. Por lo general, nos complicamos la vida inútilmente.
Precioso texto, Antonio. ¿ Buscar un emblema?, puede ser tarea soñadora y complaciente para uno y eso es lo importante, si vemos lo que significa un emblema de manera objetiva no es nada, aunque en la vida todo está lleno de emblemas que representan algo, yo en ello estoy de acuerdo con uno de mis escritores favoritos Francisco Ayala, las insignias no son nada en el fondo sino lo que hay detrás es lo bueno o lo malo.
Esculpir sueños, dejarse ir por los lazos de la intuición con los del sueño, fantástico, ¡ a veces no somos muy comprendidos!
Hermoso: » Debía aprehender sus intuiciones», creo comprender bastante bien este mensaje del artículo y me encanta.
Un abrazo, Antonio.
Un emblema, un símbolo, un logotipo que, si ello es posible, sintetice quiénes somos, nuestra personalidad, nuestro yo profundo, nuestra vida, nuestras aspiraciones…
El protagonista, en realidad, lo que encuentra es un nombre, pero un nombre verdadero: el olvidado apodo de su infancia.
Es decir, no hacía falta buscar nada, tan sólo dejar que aflorase o emergiese ese recuerdo constitutivo.
Y al final ocurrió, justamente cuando había renunciado a seguir indagando.
Los sueños, como los recuerdos, nos conforman también. Estos vienen del pasado y aquellos nos transportan al futuro. Ambos convergen en el presente, en este preciso momento que es una amalgama de unos y de otros.
Estoy seguro de que has entendido o aprehendido el sentido de este cuentecito, una de cuyas claves es las escenas finales de la película «Ciudadano Kane» de Orson Welles. Un abrazo.