I
No te he olvidado. Menos aún traicionado. A veces, ya sabes, las circunstancias se imponen y hay que doblegarse. La falta de tiempo, el cansancio, las obligaciones que anteceden a las devociones aunque éstas ocupen el primer puesto en tu personal escala de valores.
No, nunca he leído en tu mirada una crítica ni abierta ni velada. Nunca he detectado la más leve recriminación.
Soy yo quien me digo que tengo una gran facilidad para hilvanar explicaciones, una bochornosa habilidad para la autojustificación y la autoindulgencia.
No, nunca se te ha ocurrido dirigirme reproches. Pensarás que bastante tengo con ser un tramposo que se engaña a sí mismo.
II
Fui a buscarte a casa del porquerizo pero no estabas. El Belloto me dijo que habías salido a pasear. Seguramente, me indicó, te encontraría a orillas del arroyo donde te gusta sentarte a contemplar el agua y a escuchar su murmullo.
Pero tampoco estabas allí. Anduve de acá para allá pero mis pesquisas fueron infructuosas.
De vuelta a la casa, le comenté al Belloto que tu rescate, por llamarlo de una manera inapropiada y pretenciosa, es la tarea que da sentido a mi vida. Ya sé que estas palabras suenan a despropósito.
El rescate de ese mundo que tiene el poder de dotar de realidad a los actos, de hacerlos verdaderos, de revestirlos de belleza. De ese mundo de raíces tan profundas y del que ascienden pulsiones como derechazos que me dejan literalmente noqueado.
Con las vivencias primordiales no caben componendas. Puedo disfrazarlas o disfrazar mi cobardía con vistosos ropajes.
Pero cuando más emperifollado estoy, una de esas bombas explota en mis narices recordándome mi condición de desertor.
No voy a repetir las manidas razones de mi inhibición. Esos motivos ajenos a mi voluntad. Esas obligaciones que me desbordan. Mis propias limitaciones.
Aunque no me creas, y estás en tu derecho, estoy deseoso de recorrer estos caminos, de pasear por las calles del pueblo, de entrar en sus casas, de hablar con sus moradores, de cederles la palabra y escuchar religiosamente sus historias.
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¡Siempre nos invita a un dulce caminar, Antonio, Gracias!, precioso texto, dulce…dulce…dulce y tierno. Ahí podemos encontrar otras vidas, otros mundos: » te encontraría a orillas del arroyo donde te gusta sentarte a contemplar el agua y a escuchar su murmullo.»
¿ Entonces…?, ¡ rescatemos Antonio!: » El rescate de ese mundo que tiene el poder de dotar de realidad a los actos, de hacerlos verdaderos, de revestirlos de belleza. De ese mundo de raíces tan profundas y del que ascienden pulsiones como derechazos que me dejan literalmente noqueado.», ¡rescatemos sin dudar…esos otros mundos hecho algunos a nuestra medida y otras veces son ellos los que nos inducen a pertenecer a ellos mismos.
Un abrazo.
El centro, la fuente de donde mana la vida, el origen al que le debemos fidelidad. Es ahí y en ningún otro sitio donde vamos a encontrar la cálida luz que nos ilumine y dote de sentido a nuestros actos.
Pero nos perdemos o nos pierden. Nos creemos muy listos y somos presas de espejismos y engaños.
El rescate de ese niño a orillas del arroyo es la tarea prioritaria de cualquier ser humano. Sin él somos una simple envoltura tal vez resultona pero huera. Una nuez vana.
Que tu niña te acompañe siempre.
Tienes mucha razón en lo que dices, Gracias y un besito…siempre debemos dar luz…