II
En la habitación olía a carburo. De uno de los maderos del techo colgaba un gancho que sostenía un recipiente cilíndrico de lata relleno de ese combustible. La modesta llamita permitía hacerse una idea exacta del cuarto y de su mobiliario. La primera impresión que producían esos pocos metros cuadrados era de ahogo. La vivienda estaba constituida por otra pieza interior que estaba doblada.
En uno de los rincones había un poyo con una hornilla de carbón. El centro de la habitación lo ocupaba una mesa cubierta por un hule agrietado y rodeada de seis sillas de anea. En las paredes había ristras de ajos y manojos de cebollas, y pegados a ellas un aparador de cristales ahumados, una tinaja con tapadera de madera conteniendo el agua potable, unas angarillas, una albarda y dos lebrillos. Al matrimonio y a su prole apenas les quedaba espacio para moverse.
Los arrapiezos y la vieja de negro con toquilla del mismo color, la abuela, pasaban la mayor parte del día en la calle, los primeros desperdigados por el pueblo, de preferencia rondado basureros y corrales, la segunda sentada en una silla baja a la puerta de la casa.
A la hora de comer algunos se acomodaban en el umbral y ponían el plato sobre los muslos. Era como si la humilde vivienda los vomitase.
Esa noche el padre comunicó a su mujer y al interesado que había hablado con el capataz del cortijo donde trabajaba como peón. El vaquero estaba viejo y necesitaba que alguien le ayudase en el cuidado de los animales. El niño no ganaría gran cosa, pero en cualquier caso eso era preferible a que estuviera zanganeando todo el santo día. Hacía tiempo que sus hermanos mayores arrimaban el hombro, incluida su hermana que había entrado a servir en casa de unos pelantrines. No había ninguna razón para que él siguiera comiendo la sopa boba mientras los demás se afanaban.
Nada de esto último dijeron ni el padre ni la madre. Era demasiado evidente para aludir a ello. El padre se limitó a transmitir su decisión. A la mañana siguiente levantaría temprano al niño y ambos se encaminarían a lomos de la burra al cortijo.

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Hermoso texto (en sus dos partes), que no por ello deja de tener un agrio sabor de esa parte triste de la realidad y que es vivida por una inmensa mayoría en el mundo. No alcanzamos a tener completa visión de la pobreza y extrema pobreza de tantísimos, como tampoco alcanzamos a tenerla de la majadera millonaria riqueza de los poquísimos. Es una bofetada en el macilento rostro de la vida postmoderna y globalizada.
Como tu poesía, tu prosa llega con exquisita elegancia y embellece la expresión de hasta las verdades más duras.
Enorme abrazo, Antonio querido.
Gracias, Ernesto, por tu apreciación crítica y por tu sensibilidad social, que ya conocía por la lectura de El Sabor de la Vida, libro en el que tu humanidad queda bien de manifiesto.
Este relato largo, razón por la que lo he dividido en veinticuatro partes para su publicación en el blog, pretende ser un estudio del protagonista, o sea, del niño zangolotino. Ni que decir tiene que no se puede prescindir del entorno ni de los personajes que se mueven a su alrededor. Pero es la figura de ese mazalbete que se resiste a dejar la infancia, que la alarga cuanto puede, quizá por saber o intuir que nunca más vivirá la vida con igual intensidad y plenitud, la que me ha atraído y llevado a profundizar todo lo que me ha sido posible en su alma. Un fuerte abrazo.
Muy interesante tópico, Antonio, y por la manera como lo abordas, se vuelve muy atractivo. Quedamos muchos al pendiente de la siguientes partes. Hoy más que nunca, es una situación de vida que está en pleno vigor: ante esta época en debacle y de la que, como cada vez que a lo largo de la historia se ha presentado, sólo mediante el regreso a los orígenes, a lo clásico, es que nos nutrimos, nos fortalecemos, para encontrar el nuevo sendero que nos permita continuar. Abracísimo.
» Era como si la humilde vivienda los vomitase», dices. Y das un mazazo con esa imagen potente resumen de la miseria. De entrada estos dos fragmentos de un relato más largo me parecen soberbios. Seguiré con suma atención lo que nos irás dando…gracias anticipadas.
Un cordial saludo.
Gracias a ti, Bárbara. Tus dos comentarios suponen para mí un excelente inicio del fin de semana. Espero que el resto del relato que, en efecto, es un poco largo, te resulte igual de placentero. Un abrazo.
Seguro que sí. ¡Feliz fin de semana!
Un abrazo