36.-Estos episodios (“Loli”, “Amador”) más o menos chuscos son dignos de ser contados, pero no gozan del privilegio de la comprensión. La gente sonríe o ríe, pone una cara de extrañeza, pero no se toma en serio esos lances. Lo cierto es que trata de apartarlos de sí como si se expusiera a un contagio. Lo indiscutible es que, en un alto porcentaje, los rechaza, a veces con una nota de visceralidad. Esto quiere decir que, afortunadamente, la mayoría de las personas no sufre ese mal, que de todas formas está bastante extendido. Todo el mundo sabe lo que es un dolor de cabeza, conocimiento que facilita la empatía. Pero los ataques de pánico, la claustrofobia, los zarpazos de las neurosis obsesivas, los golpes de ansiedad, las fulminantes somatizaciones que dejan para el arrastre, todo eso es harina de otro costal. Cuando se cuenta o, sencilla y discretamente, se hace alusión a una experiencia de esta índole, el interlocutor, tal vez como reacción defensiva, se siente obligado a confesar que él se agobia también cuando va a El Corte Inglés, u otra pamplina semejante. Esta respuesta merece una réplica a la altura de su deprimente simpleza. Puesto que la otra persona no ha tenido, al menos, la deferencia de callar, es justo que se le diga: “¿Y quién te manda ir a El Corte Inglés? Compra en tu barrio. A mí ni se me pasa por el pensamiento pisar unos grandes almacenes”. Y decidido a mostrarse desagradable, se puede añadir: “Si vas, es porque ese agobio es para morirse de risa. Si ese sofoco tuviera algo que ver con lo que yo he referido, te quedarías en tu casa. Pero lo tuyo es una pose tan alejada de la agonía de la ansiedad como España de Nueva Zelanda”. Una pose o un remedo de una enfermedad tan acogotante que quien la padece de veras hará lo que en buena ley le correspondería hacer al otro: callarse respetuosamente y despedirse cuando su interlocutor acabe de desembuchar su ristra de sandeces, algunas de ellas malintencionadas y burlonas. Esta incomprensión, rechazo, desinterés o ignorancia no es privativa del ciudadano común. Afecta igualmente al personal especializado que atiende según los parámetros aprendidos, pero cuyo conocimiento teórico no lo capacita para un verdadero acto de solidaridad con el paciente. La mayoría de los médicos se limita a extender una receta. Seguramente, aunque quisieran, no podrían hacer otra cosa. Para hacerse cargo de ese vía crucis hay que haberlo recorrido, haber caído y saber lo que cuesta levantarse y seguir. Los comentarios conclusivos son la guinda de esta actitud generalizada, los cuales se pueden resumir en un consejito que debería estar legalmente penalizado. “Sobreponte” te dicen y se quedan tan frescos. “Hay que sobreponerse” te indican con una sonrisa benevolente como quien te pide que comas un kiwi en ayunas para solucionar tu problema, que no acaban de creer que sea real, que lo consideran fruto de una mente calenturienta, de una imaginación demasiado viva. ¿Qué cosa más fácil hay que comerse un kiwi? Pero lo que de verdad te están pidiendo, aunque en su inconsciencia ni lo sospechen, es que cruces a nado el estrecho de Gibraltar o escales el Everest, algo que está fuera de tus posibilidades y de las suyas.
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Te nominé
Muchas gracias por la nominación. Saludos cordiales.
“Esta incomprensión, rechazo, desinterés o ignorancia no es privativa del ciudadano común. Afecta igualmente al personal especializado que atiende según los parámetros aprendidos, pero cuyo conocimiento teórico no los capacita para un verdadero acto de solidaridad con el paciente.”
De este tema hablo yo mucho con las ‘abuelas’ (como las llaman aquí) y más que una se pone a llorar contándome sus experiencias de relación médico-paciente. He presenciado yo misma situaciones como esta en la que una médica de cabecera, en tono notoriamente frívolo a la vez que explícitamente cortante, decía a una señora ya muy mayor, con muchas enfermedades pero tambien con una visible angustia interior (que se le veía en sus ojos y cara translúcida): ‘¡Hay que ser fuerte, María, no llores!’ A mi se me encoge el corazón (para no decir que me tocan los ovarios) cuando veo este tipo de tratos. ¿Desde cuando prohibieron llorar a las personas? Puedes mostrar empatía, tambien si dispones de muy poco tiempo (que sí, tienen muy poco tiempo aquí los médicos de cabecera, eso es cierto). De todos modos, en general, me molestó mucho ver el muy extendido trato paternalista e infantilizador (es decir denigrante) que se daba en Granada (en este caso) a los mayores en los ámbitos de la atención sanitaria, haciéndolo pasar por trato ‘cariñoso’ o hasta ‘gracioso’.
“La mayoría de los médicos se limita a extender una receta. Seguramente, aunque quisieran, no podrían hacer otra cosa.”
Con esto no estoy de acuerdo. Durante la formación de los médicos como profesionales hay que dar aún más atención a la relación médico-paciente. Lo que ya hay, desafortunadamente no es sufisciente, o se olvida aplicar en la práctica (lo cual quiere decir que la formación no sirve en este aspecto) una vez entrado en el agitado día a día de la dínamica profesional. Faltaría tal vez tambien un pequeño cambio cultural (?), los médicos deberían dejar de desplegar una actitud que es percibida ya por muchas personas como arrogante, paternalista o frivolo (aunque tengan buenas intenciones) y, por el otro lado, los pacientes no deberían de sentir nunca el derecho de ofender a los profesionales de la salud, bajo ninguna circunstancia.
No sé si ha quedado claro, siempre difícil ser equilibrada en un comentario de este tipo.
Se aprecia que el tema te toca de cerca. Ciertamente el comportamiento de algunos facultativos es enervante, pone a prueba tu paciencia y tu control emocional. Hay casos que te hacen saltar, como el que cuentas. Es decir, con personas ancianas y enfermas, en el último tramo de su vida, lo cual es evidente, o con otros pacientes diagnosticados de enfermedades incurables, algunos con grave retraso psicomotor, con los que a veces se tiene la impresión de que no se toman todo el interés ni hacen todo lo que harían con un joven prometedor. Pero no hay que cargar las tintas. Hay excelentes doctores y ceporros impresentables, como en todas partes.
No tengo nada que añadir a tu análisis de la profesión médica. Pienso que es exacto. Ese cambio cultural que apuntas debe ser general, afectar a todas las instancias, empezando por las superiores. Para mí la palabra clave es respeto. No frivolidad. No imposiciones aunque sean por mi propio bien. No coacciones (si no acepto lo que tú consideras mi propio bien). No arrogancias ni paternalismos. Ha quedado muy claro tu punto de vista. Buenas noches.
Si, es cierto, Antonio. No es solamente con ‘personas ancianas y enfermas’ que se pierde el respeto. Tengo muchos más ejemplos, como te puedes imaginar 😀 , ya que me gusta observar y escuchar a la gente, pero…me salió este caso (tal vez es incluso el menos dramático, porque este lugar tampoco es para sacar lo peor de la realidad cotidiana 😀 , más bien lo contrario…
Te digo que ni los jóvenes están a salvo, aunque entiendo muy bien tu ejemplo. Y he podido comprobar que la actitud de los que recién entran a estudiar medicina es a menudo muy diferente a la de los que ya llevan un tiempito trabajando en ella; hay algo, tal vez el mismo estrés profesional, la ‘dinámica de grupo’ o, quien sabe, la cultura profesional que cambia hasta la forma de hablar hacia y sobre los pacientes. Y no hablo solo de España.
Eso de que hay excelentes doctores nadie lo niega, muchos son verdaderamente impresionantes en su dedicación, pero esto es precisamente la razón por la cual todo el mundo habla preferiblemente de este tema en privado; pues, mi experiencia es que se habla muchísmo de este tema cuando no estén presentes los profesionales de la salud porque nadie quiere ofenderlos y, que quede claro 😉 , eso tampoco es la idea en mis comentarios.
Lo que quiero destacar es que el poder que tienen los profesionales de la salud es enorme, o al menos es percibido como tal por la gente, ya que precisamente por estar en la posición de experto dentro de un sistema de salud tienen esa ‘capacidad de decisión’ sobre otros (los pacientes), pues, respecto a exámenes, diagnóstico, tratamientos, reconocimiento de invalidez etc. etc.
Si vas a una tienda y te tratan irrespetuosamente, puedes nunca más volver allí, o poner una queja si quieres, pero lo más vital generalmente no depende de un vendedor en particular. En cambio, poner una queja en el ámbito de la asistencia sanitaria, es bastante más delicado porque muchas veces no hay alternativas de asistencia o es muy complejo acceder a ellas.
La salud y la atención sanitaria son temas que no son ajenos a nadie, sea directa o indirectamente, ya que guardan relación con lo más elemental: la vida, la muerte y lo que hay en medio respecto a ‘calidad de vida’. Por ello es importante tratar con más delicadeza aún a la comunicación entre los profesionales de la salud y, digamos, la ‘población en general’, empezando por un simple ‘buenos días’ (y sin estar totalmente absorbido por la pantalla de un ordenador); escuchar a un paciente sin interrumpir la conversación cada tres palabras por atender a una batería de colegas que entran y salen sin nisiquiera disculparse; no hablar sobre el paciente en presencia de este sin dirigirse tambien a él; no olvidar de explicar claramente lo que se va hacer con el cuerpo del paciente durante un examen; entender mejor que un examen, un tratamiento o una enfermedad misma no son solo ‘algo físico’, si no que tambien afectan a la dimensión emocional de la persona;…pues, puedo continuar, hay un sin fin de actitudes bastante más frecuentes de lo que se quiere reconocer públicamente, probablemente son inconscientes, pero que no reflejan una actitud de respeto y sí una falta de trato humano. Pienso que el trato humano se puede (volver a) entrenar… por cierto, en todos los campos y en todos los implicados.
¿Aló, aló, estás ahí todavía? jajaja 😀 😉 Buen finde, Antonio! Abrazo.
Lo dicho, Rosa, se ve que conoces y te interesa el tema. Todo lo que señalas (estrés, dinámica de grupo, presiones administrativas, etc.) influye en el ejercicio de cualquier profesión. Es curioso que, inevitablemente, haya surgido la cuestión del poder, que es uno de mis “leitmovit”, al que vuelvo una y otra vez como si ésa fuera la clave de todos los problemas, y yo pudiera hacer algo por desentrañarla, ¡iluso de mí! El poder es la bestia negra que anda suelta por todas partes (incluido, claro está, el campo de la medicina).
Te aseguro que he aguantado la lectura de tu réplica hasta el final sin cansarme. De hecho, la he leído dos veces. Tus reflexiones y observaciones me parecen sensatas y certeras. Buen solsticio de invierno (hoy es el día más corto y la noche más larga del año).
El mundo tan poco amigable que se ha ido construyendo desde la Revolución industrial ha rematado en que la vida humana quede cada vez más enterrada, ninguneada, fomentando a su vez la efervescencia de muchos males psicológicos y emocionales, como que cada vez hay menos resistencia a la cruda cotidianidad. Por otro lado, cada vez se va volviendo el ser humano más egocéntrico y egoísta. Al final, todos pierden en este entorno.
Gracias, Antonio querido, como siempre, por tus líneas. Vaya un enorme abrazo transocéanico, amigo.
Es verdad, la mera o, como tú la calificas, cruda cotidianidad se hace a menudo cuesta arriba. No hablamos de hacer nada extraordinario sino de vivir el día a día, para el que parece necesario a veces tener madera de héroe. Hay un mal que está corroyendo a nuestra civilización, que la está destruyendo por dentro. En un comentario anterior señalabas como remedio la renovación a través de la mente y del espíritu. Sin esa renovación que implica una ampliación de la conciencia, va a ser difícil que podamos establecer unas relaciones basadas en el respeto y la justicia. Un abrazo.