Nuestro común amigo Luciano de Castro, para zanjar una diferencia entre Emma y él, tuvo la ocurrencia de llamarla “vaca posmoderna con el corazón pequeño”. Y esa definición le ha calado muy hondo. No obstante, mientras ella trasiega una cerveza y yo una copa de blanco, matiza: “Todavía lo de vaca posmoderna, aunque ofensivo, puedo pasarlo por alto. Pero que tengo un corazón pequeño, eso no se lo perdono a ese renacuajo”.
“Quieres decir” comento sin ánimo de echar leña al fuego, “que esa frase lapidaria encierra una parte de verdad”. Emma aparta la vista de las bandejas de gambas, langostinos y camarones, y la posa en mí, haciendo que me arrepienta de inmediato de mi observación. “Muy chistoso” masculla, “después te contaré algo que también te va a hacer gracia”.
Primero me explica cómo se desarrolló el encuentro entre ella y Luciano, del que salió escaldada porque, como ella misma reconoce, nuestro pequeño colega tiene una lengua temible. “Un don del cielo” corroboro. “Cortante como un yatagán” precisa ella. “¿Cortante en el sentido de que no deja títere con cabeza?” “Claro. La tuya rodó también”.
Emma estaba tan ricamente en el bar de nuestro centro de trabajo tomando un café y leyendo. Luciano entró y, tras enterarse del título y escuchar un inocente comentario sobre el taoísmo, que era el tema del libro, diagnosticó con retintín que Emma era otro caso de espiritualidad a la oriental. “¿Y no te lo comiste?” “A punto estuve”.
“Bueno, tú eres en efecto una admiradora de Lao Tsé”. Esta apostilla me valió otra mirada acerba.
“Luego” prosigue contando Emma “se fue diciendo: Ahí te dejo con el yin y el yang. Se acercó a la barra e hizo su pedido. Pero como tenía ganas de liarla, regresó adonde yo estaba y se sentó”.
“Cerré el libro y lo puse en la mesa. Fue entonces cuando tú saliste a relucir. A ti te definió como un versificador que no comía mucho ni bebía poco” “A algunos si les dieran un euro por cada tontería que dicen, estarían millonarios” “No me cabe duda. Pues no contento con esa maligna tasación empezó a hablar de Manolo Villegas, ya sabes, ése que ha escrito cuarenta libros que son cuarenta premios, y de los que varios se han convertido en best sellers. Luciano citó expresamente “Cómo adelgazar bebiendo cerveza”, que confieso que fui una de sus compradoras, “Nacido para cabrón”, “¿Qué hago con estos pelos?”, “Guía de progres y otras especies cojoneras” y el manual de autoayuda “Las cigüeñas no tienen vértigo”.
“Que también compraste” “No, ése no. El otro lo leí atentamente y ya ves. Así que logré contenerme y no hacerle el negocio”
“Y tras ese repaso…” “Tras ese varapalo” “Vale” “Por favor ¿qué ibas a decir?” “¿Qué ocurrió?” “Volvió a la carga con la espiritualidad”.
.
.
.

Esta obra está bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported.
Me reído tanto con esta primera entrega de tu relato. Es delicioso cómo manejas el humor, querido amigo. Un aplauso más para ti y tu enorme talento y esfuerzo creativo.
La historia pinta para muy sabrosa. Te abrazo muy fraternalmente, bardo.
Saber que esta primera entrega del relato te ha divertido me llena de satisfacción. La segunda y última parte, que publico a continuación, espero que te provoque al menos una sonrisa. Es más reflexiva y crítica. No en vano se trata de un abordaje de ciertos aspectos de la posmodernidad. Un abrazo.
Al Señor de Castro le vamos a llamar el Vizconde de Rin-Tin-Tin, jejejje, un poco pesado si que es, y además tiene una gigantesca predilección por lo cortante, un personaje muy real. Yo creo que este Vizconde debe aprender a cortar su propia cabeza algún día o que le den una buena lección otra persona, cuando sufra la misma enfermedad ya nos contará…ya nos contará, si es que quiere contar, que no lo creo. Magistral Antonio. Un abrazo.
Luciano de Castro tiene unas convicciones firmes y una lengua afilada. Quien departe con él, debe aguzar el ingenio y replicar rápido, si no quiere dejarse arrinconar.
Aunque dijo lo que dijo de Emma y de mí, ni le guardo rencor ni le tengo malquerencia. Al contrario, lo aprecio.
No niego que hay que tener cuidado con este personaje ocurrente, de verbo fácil, que, como se lo proponga, le gana la partida a su creador. Le tengo cariño hasta a mis personajes malos (como los del Bestiario) y éste no lo es. Un abrazo.