48.-Le comento a Emma: “Según la psicoanalista Alice Miller, para recomponernos, para reencontrarnos, para soltar el lastre de las emociones negativas que nos roba la energía y la salud, para recuperar la confianza en la vida, para curarnos, para ser quienes somos y no una lamentable encarnación de las proyecciones maternas y paternas, una desdichada prolongación de las carencias y de las ilusiones de nuestros progenitores…” “Por favor” me interrumpe mi amiga, “para el carro. Me están entrando ganas de echarme a llorar. ¿Qué hace falta para alcanzar ese fantástico estado?” “Un testigo cómplice” “¿Y dónde encontramos ese mirlo blanco aunque sea pagando unos buenos honorarios?” “Esa es otra cuestión que ella no aborda en sus libros, ni para la que ofrece indicaciones concretas” “Entonces estamos donde estábamos. ¿Tú tienes alguna idea al respecto?” “Ninguna. Pero dado que hay que descartar la guía de teléfonos y los anuarios especializados, lo que podemos hacer es sustituir a esa “rara avis” por el maestro interior, que además no cobra nada” “¿Y ese maestro interior es capaz de hacer el mismo trabajo que el testigo cómplice?” “Si lo escuchas y sigues sus recomendaciones, como hacía Sócrates con su daimon, te resulta de gran ayuda” “¿A ti te ha recompuesto?” “Hoy estás muy preguntona”.
Esta obra está bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported.
Fantástico y real texto, Antonio, siempre hay que recomponernos, siempre…como dice el arquitecto Norman Foster siempre seguir andando, no parar. Lo encontramos en Nuestro Interior, en lo más superficialmente profundo…donde se produce ” El Rubato”, ahí en ese justo lugar.
Ahí, en ese justo lugar…¿ lo oyes?, ¿ lo encuentras?, su sonoridad se hace patente, no está allí, está aquí…bueno procede del allí y del aquí.
Precioso texto, me ha encantado. Un abrazo.
La recomposición no acaba nunca. Pensar otra cosa es un engaño. Mientras vivimos, nos construimos (o destruimos). Si no somos capaces de hacer los arreglos nosotros mismos, más nos vale recurrir a los servicios de un experto.
Hay que ser un buen músico para sacarle partido al “rubato”, para saber cuándo hay que acelerar o ralentizar el “tempo” de la composición.
Arquitecto, músico, discípulo, caminante…estas opciones no se excluyen.
Gracias por este sublime “Ave Verum Corpus” que es una mano sanadora, un soplo vivificador que reconforta al espíritu. Un abrazo.
Un maestro interior rara vez es testigo cómplice.. En general el maestro adoctrina al testigo, que es un mero discípulo. Puede haber excepciones, claro. Éstas dependerán de cuestiones netamente coyunturales.
me encantó, Antonio. Un abrazo. Aquileana ⭐
Son dos categorías diferentes. No las asimilo. Sólo sustituyo al inencontrable testigo cómplice (que no tiene porqué ser un psicoterapeuta; en el libro de Alice Miller es la limpiadora portuguesa de un hospital la que realiza esa función sin, además, pretenderlo) por esa voz interior que puede indicarnos el camino. A Sócrates su daimon le señalaba aquello que debía abstenerse de hacer, lo que debía evitar. Es proverbial el ensimismamiento del filósofo, que podía durar horas, antes de emprender una acción si su daimon no se manifestaba.
Gracias por tu pertinente comentario. Un abrazo.