Fue un gesto incomprensible. Mejor dicho, fueron dos gestos incomprensibles, pero no comparables. El suicidio de Jacinto y mi decisión de ir al lugar del suceso.
No se me ocurrió hacerle una visita en el hospital. No habría ido ni aunque se hubiese tratado de una fractura múltiple o una insuficiencia renal. Yo era un hombre ocupado y no podía permitirme perder un par de horas.
Ahora bien, una vez consumados los hechos, cogí mi zarandeado Dyane 6 y me dirigí al hospital de San Lázaro.
Jacinto había bajado a la capilla, según la costumbre que había adquirido. Gracias a la medicación había mejorado. Seguía reconcentrado pero se comportaba con normalidad. Y cierta indiferencia achacable a los antidepresivos y los tranquilizantes.
Nadie se extrañó cuando vio a Jacinto por la escalera.
La capilla estaba situada cerca de la puerta principal, donde había un vigilante. Jacinto aprovechó la salida de un grupo familiar para fugarse.
Encontré un hueco y aparqué el coche. Eché un vistazo a la gran rotonda. Al otro lado se alzaba el hospital. La luz anaranjada de las farolas se reflejaba en el asfalto mojado. En ese espacio circular, circundado de insulsos bloques de pisos, en medio de esa mediocridad arquitectónica, destacaba la bella fachada de San Lázaro, iluminada por focos que resaltaban sus detalles.
Bordeando la rotonda llegué a la portada. Me detuve un momento a abotonarme el chaquetón y levantar el cuello antes de seguir en dirección a la calle Medina y Galnarés.
Empezó a chispear. Como tenía el paraguas en el coche, deseché a idea de ir a cogerlo. Me daba igual que se pusiera a llover de verdad.
Con las manos en los bolsillos, por la acera, sin prisa, eché a andar.
¿Qué sintió Jacinto cuando hizo este mismo recorrido? ¿Había sido tan irreal, tan carente de sentido, como lo estaba siendo para mí?
La luz de las farolas ponía una nota fantasmagórica en ese escenario de película mala, en ese gigantesco decorado de cartón piedra. Sólo la llovizna contrarrestaba en parte esa impresión de estar interviniendo en una absurda función de teatro.
¿Lo dominaba la ofuscación, el desvarío o una implacable lucidez?
A mi derecha se extendía la larga tapia del cementerio de San Fernando. En la acera habían plantado adelfas. Ese monótono tramo se me hizo eterno.
Llegué al barrio de San Jerónimo. La circulación era fluida en ambas direcciones. Allí, en el suelo, estaba la mancha oscura, de contorno irregular. No podía pensar en nada.
No se habló de suicidio sino de accidente. Al cruzar la calle, un camión cuya presencia Jacinto no advirtió, seguramente por efecto de la medicación, lo atropelló. Esta era la versión oficial. El testimonio del conductor se silenció. Ni su nombre ni las conclusiones del atestado se hicieron públicos.
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Me gusta tu forma de escribir.
Seguir los pasos de alguien para comprender sus porqués es algo habitual que tú describes bien.
Besos!
Gracias, Mina. Me alegro de que te guste mi escritura. En efecto, el protagonista intenta comprender la desesperada decisión de su amigo. Trata de sentir lo que él sintió en ese último paseo para encontrar una explicación a su final. Un abrazo.
Como siempre magnífico texto Antonio. » Jacinto había bajado a la capilla, según la costumbre que había adquirido»…padre Pío de Pietrelcina.
Lo de ir a la capilla huele a estrategia para no levantar sospechas y escapar del hospital. Eso no quita para que también bajara por otras razones, como tú sugieres. Y como sugerente es la música de Secret Garden, de resonancias orientales, que estoy seguro habría gustado a Jacinto. Un abrazo.
Un fragmento harto dramático y en el que por primera vez «Jonás» desnuda su interioridad, algo que mantuvo recluído en cada uno de los sucesos del relato hasta ahora, y Jacinto, el trágico Jacinto (trágico en el sentido puro del término a la griega), fue el disparador para ello.
Jacinto no podía terminar de otra manera, pensado esto, no en la perspectiva de la realidad, sino desde la del hilo dramático de tu relato, querido mío.
Qué lección narrativa no sigues regalando, con tu generosidad silenciosa, modesta, como es la generosidad auténtica y que engrandece el espíritu de quien la ejerce como tú.
Muy emocionada lectura.
Hay que respirar profundo para seguir con ella.
Te abrazobeso muy fuerte, con mi admiración cada día más grande hacia tu arte, tu duende, y con cariño y fraternidad hacia el bardo que me distingue con tan hermosa amistad.
Jonás se enfrenta a una de sus realidades ignoradas, a una de esas facetas de nosotros mismos que preferimos mirar de reojo o no mirar.
La muerte de Jacinto es absurda. No se trata aquí solamente del fenómeno de la muerte, de ese hecho tan escamoteado en la sociedad occidental. La muerte es, en principio y para mucha gente en final, nomás que un irremediable desenlace biológico. Lo queramos o no, salvo que nos incineren o momifiquen, todos seremos pasto de los gusanos. Y se acabó la presente historia.
Pero no es de eso de lo que aquí se trata sino del suicidio de un amigo «incomprendido», que tiene un equivalente interno. O sea, que corresponde también a la muerte de una parte de uno mismo.
¿Recuerdas el verso de John Donne: «No preguntes por quién doblan las campanas. Doblan por ti».
Pues eso. Jonás, cuando rehace el itinerario de Jacinto antes de su atropellamiento, está andando dos caminos: la calle Medina y Galnarés, paralela a la tapia del cementerio San Fernando, y su propia desdicha. Como sabe que ambas están conectadas, explicarse una es explicarse la otra. Y asumir las dos.
También a mí me ha emocionado la valoración que haces de este episodio, en la que se pone de relieve una vez más tu capacidad comprehensiva, en la que tu mirada va más allá, al fondo, desvelando los móviles ocultos.
Un abrazo y feliz semana.
Hermosa luz con la que redondeas este espisodio esencial en la vida de «Jonás», a través de la de Jacinto, y con las que simbolizas la de nosotros.
Enorme abrazobeso, amigo querido.
El suicidio siempre deja un hueco que reclama una explicación a los seres cercanos, queda un vacío distinto a la muerte por otros motivos, un sabor amargo y desolador. Un relato muy emotivo, saludos, Scarlet
Así es. Recuerdo el suicidio de un alumno que, en clase, mantenía una actitud desafiante y reaccionaba agresivamente, lo cual provocaba una respuesta similar.
Este joven tenía problemas de drogodependencia. Estaba en periodo de deshabituación. Eso, que explica su comportamiento, lo supe posteriormente.
Después uno se pregunta por qué no logró controlar su impaciencia. En la parte que corresponde uno se siente responsable de ese hecho desolador, como tú calificas el sabor que deja.
Y todavía más amargo e incomprensible fue el de otro alumno que quizá (lo estoy pensando ahora) fue uno de los referentes del personaje de Jacinto. Un abrazo.
Sí… ¡Un impacto tan grande! Tuve un experiencia muy impresionante cuando adolescente, muy fuerte. Ahora luego, recientemente, escribí sobre lo que sucedió y sentí que me liberaba un poco de algo que pesaba demasiado, ese sabor… Abrazo, Scarlet
Por poco que sea, escribir libera. Así que vale la pena narrar lo mejor posible. Y eso es lo que hacemos.
El desvario, la ofuscación , lucidez; todo es factible, sobre todo en el resumen final de la vida de Jacinto, tal como puede pasar en la metáfora teatral a la que aludes.
Sin duda, hay mucha lucidez cuando se toma una decisión de tal magnitud y casi nunca es posible recoger testimonios de que estaba pasando por sus mentes. Muchas veces solo se pueden conocer las circunstancias y pensamientos previos, pero nunca lo que ronda en la cabeza durante el desenlace. Con toda seguridad, el último tramo de ese recorrido si fue irreal y carente de sentido para ambos.
Una gran construcción y una descripción excelsa de este episodio del relato, Un abrazo.
El mundo es un gran teatro. Desde Calderón de la Barca, o desde antes, eso se sabe. Tener una conciencia demasiado aguda de que esto es una representación no contribuye a tomarse en serio la vida.
Contribuye a considerarla absurda y a desear que acabe la función.
Si a esa circunstancia añades una persona o un personaje lúcido y con alguna disfunción neuronal, el desenlace puede no ser feliz.
Este es el caso de Jacinto. Averiguar cómo fueron sus últimos momentos es lo que impulsa a Jonás a recorrer el mismo camino que su amigo. Es decir, busca revivir esos momentos. Y de alguna manera, parcialmente, por supuesto, lo logra. Un abrazo y buen fin de semana.