La sala era circular y alta, de techo acampanado con un tiro por el que ascendía el humo. Me colocaron más cerca del fuego y me quitaron la manta de lana que sacudieron y colgaron en un tendedero hecho con ramas.
A los enanos se les veía tan taciturnos como siempre, pero sus movimientos precisos y su aplomo revelaban que estaban en su elemento.
Se quitaron el sombrero, el morral y el tabardo, que pusieron a secar al lado de la manta. Mis rescatadores se sentaron en unas piedras redondeadas y extendieron los pies hacia la lumbre.
A primera vista parecían hermanos gemelos. Observados con más atención resaltaban las diferencias. La estatura era similar. La cabeza maciza también. Pero Moncho era mayor. Incluso me atrevería a afirmar que de edad avanzada. Tenía el pelo ralo y canoso. Su mirada era más afable.
Los dos iban vestidos como si perteneciesen a otra época. Llevaban calzas marrones y jubón, el de Moncho verde y el de Chencho granate. De la correa les pendía una cantimplora pequeña.
Durante un rato estuvimos contemplando el bailoteo de las llamas. La leña crepitaba. De vez en cuando se producía una explosión y un haz de chispas salía disparado. “Son las agallas de las encinas” dije en un intento de entablar conversación que fue ignorado.
Moncho se levantó y desató parsimoniosamente la cantimplora. Se acercó a mí y destaponó el recipiente. Luego, sosteniéndome la cabeza con la mano libre, dijo: “Bebe”. Lo miré más curioso que escamado. Repitió: “Bebe”.
Di un trago. Una poción dulce entre cuyos ingredientes se contaban la leche y la miel, me dejó en el paladar un regusto sedoso. Di otro trago más largo. Moncho retiró la cantimplora. “Está bueno” dijo. Asentí.
Volvió a su asiento y dio un sorbo. Luego cerró la cantimplora y la dejó a su lado. Chencho bebió también de la suya.
“Vamos a descansar” anunció Moncho, “nos queda todavía un largo camino” “Hasta que se apague el fuego” sugerí animado. La mirada de Chencho me hizo sentir como si hubiese dicho una inconveniencia.
Su actitud crítica no me desalentó. Pasados unos minutos, les pregunté: “¿Vosotros sois extremeños? Cuando estudiaba la carrera, coincidió conmigo un enano de Villanueva de la Serena…” La segunda mirada que me lanzó Chencho fue tan descorazonadora que cerré el pico de inmediato. Con las ganas que tenía de comunicar que ese compañero se llamaba como él.
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¡Ja,ja, ja!, ¡ Vaya mirada de Chencho!, el pobre protagonista no sabe dónde meterse ya. ¡ Genial el detalle del enano de Villanueva de la Serena!. Espero que Chencho y Moncho no se tropiecen con mis dos Hadas, no sé qué conversaciones tendrían en reunión secreta los cuatro.
Genial, Antonio, Un abrazo, no nos aburrimos con tus aventuras.
De los dos enanos, Chencho es el más adusto, el más reservado. Hace su trabajo sin prestarse a ninguna familiaridad, que estaría fuera de lugar.
Jonás se ha animado. Tras el rescate, olvidado de la noche pasada en el barranco, él, que también es callado, quiere conversación, mire usted por donde.
En Badajoz, el nombre de Chencho, que al igual que Moncho, es un hipocorístico de Alfonso, se da. No voy a decir que sea típico ni corriente, pero no es raro.
Podemos hacer que tus hadas y mis enanos tengan un encuentro en la cumbre. A ver que sale de ahí. Probablemente un buen relato. Un abrazo.
¡Seguro que te sale un gran relato de esa mágica reunión, Antonio!
¡ A Moncho y Chencho les dedico esta canción!
Es sensacional cómo entretejes los aspectos que podrían ser «mágicos», como todo lo relativo a los enanos (o que correspondería a una parte de la realidad no habitual) con aquéllos relativos a lo, digamos, más «lógico» del relato sobre Jonás que has desarrollado desde la primer entrega. La secuencia de lo habitual a lo inhabitual fluye con absoluta transparencia, no choca ni se percibe impuesta, por lo que toda la «novella» tiene una imbricación coherente. Maestro mío y tan querido, qué puedo decirte sino que debe uno aplaudir de pie la maestría de tu pluma, el duende de tu creatividad y la inteligencia y sensibilidad tan grandes que nos regalas siempre.
La coincidencia del apelativo entre ambos enanos (el rescatador y el compañero de estudios de Jonás) pinta para que una vez más se establezca que en la vida no hay casualidades, sino causalidades.
La elegancia de tu estilo brilla, pero sin por ello perjudicar las partes rudas, crudas o fantásticas de tu narrativa.
Antonio querido, te abrazobeso muy fuerte y con harto cariño, porque a los hermano-amigos se les abrazabesa así. Buen inicio de semana, siempre al amoroso cobijo de los tuyos.
Esta segunda parte del relato se adentra en una dimensión que no se puede calificar de «realista», pero ello no quiere decir que sea menos real (salvando las distancias y con toda modestia por mi parte estaba recordando el tono narrativo de Pedro Páramo, la novela de Juan Rulfo que tengo pendiente de releer).
Hay, en efecto, elementos y personajes, como los enanos, que no por ser tales, sino por cómo van vestidos, por su aparición en escena, marcan otra pauta.
Ya no es lo mismo. Se podría afirmar que la historia se ha invertido, ha dado la vuelta. Hace honor al título. Estamos desandando lo andado hasta Orozuz.
Este episodio empieza con la descripción de la sala circular y alta de la cueva donde «han acampado». Y que remite, tiene relación o es una réplica de ese otro lujoso salón donde había también un fuego en una chimenea construida con ladrillos moriscos. El salón de la casa de los dueños de Orozuz donde Jonás y sus dos acompañantes fueron acogidos y agasajados por unos corteses anfitriones.
El fuego que ahora reconforta a Jonás, es una necesidad y representa un alto en la jornada. No es una finalidad. En cuanto a los enanos, no son los anfitriones perfectos aunque también cuidan y alimentan a Jonás. Pero el objetivo no es complacerlo sino que reponga fuerzas. No se trata de un festín sino de un trámite necesario antes de proseguir la marcha, como también lo es el calor del fuego.
A partir de ahora, entre otras cosas, quizá se produzca una «deconstrucción» de la primera parte de la «novella».
También los personajes que desfilarán, empezando por Moncho y Chencho (que son los pares de Elena y Reme), serán de otro calibre diferente al de los Alonso, Olaya, Rafael, Mariana de la velada de Orozuz.
Te agradezco que señales esa coherencia. Eso significa que no se produce ningún salto narrativo, que no hay desajuste entre las partes del relato, que hay una continuidad.
No son dos caminos, es uno solo que va cambiando, que depara sorpresas. Un camino cuyo entorno no puede ser el mismo, so pena de negar su esencia que es el dinamismo.
Que la diosa Fortuna te trate, como mínimo, con una generosidad a la altura de la tuya. Un abrazo.
Este comentario iluminador sobre el camino que está llevando al momento tu «novella», me ha hecho pensar en «A través del espejo», de Lewis Carroll, por lo menos en la idea. Esta, digamos por ahora, segunda parte de tu texto, es entonces un reflejo ante el fondo de plata (evocando las grandes lunas de antaño) tanto de personajes como de sucesos y ambientación. Interesante juego que llevará a sorpresa, a no dudarlo, maestro.
Gracias siempre, querido frater. Te abrazobeso con harto cariño.
Alicia se asoma a una madriguera en la que cae de cabeza, en realidad un larguísimo túnel que la conduce a otro mundo donde las cosas y las gentes son muy extrañas. Supongo que «A través del espejo» (libro que no he leído) ocurre otro tanto.
Esos fenómenos deberían ocurrir con más frecuencia.
«Un reflejo ante el fondo de plata» qué visión más poética.
Caer, atravesar, regresar…y descubrir otra realidad más verdadera y divertida. Bonne journée, cher collègue.
Meces en dulces sentimientos nuestra imaginación y acunas el espíritu por la senda verdadera. En lo que a mi respecta me regocijo en tu lenguaje y personajes, ni que decir de cómo tejes la trama de tus relatos.
Tu talento creativo sui géneris me recuerda de momentos a Juan Rulfo: «… Llanuras verdes. Ver subir y bajar el horizonte con el viento que mueve las espigas, el rizar de la tarde con una lluvia de triples rizos. El color de la tierra, el olor de la alfalfa y del pan. Un pueblo que huele a miel derramada… »
Un abrazo y me adelanto a desearte un buen fin de semana.
Le comentaba precisamente a Ernesto que en esta parte del relato había algo (la atmósfera, el tono, el trasfondo de la historia) que me recordaba a Pedro Páramo. Pero hace tiempo que leí esa novela y los relatos de El Llano En Llamas. Ahora, tras la cita que haces, creo que voy a bajar el libro de la estantería y sumergirme en su relectura, que estoy seguro me va resultar gratificante. Los buenos textos ganan con cada nuevo abordaje y nos desvelan nuevos secretos, como es el caso.
Tu apreciación y las sensaciones que han suscitado en ti este y otros episodios de esta narración son fuente de dicha para mí. Un abrazo.