Tenía noticia de la existencia de esos personajes. De primera mano además. Pero no es lo mismo una descripción, por muy detallada que sea, que la contemplación en vivo de uno de esos estrafalarios individuos.
Había sido Maluenda, a su regreso del primer viaje a la India, quien con admiración me había hablado de los practicantes del ascetismo.
Su espíritu de renuncia y su firmeza lo habían impresionado. De un caso concreto que conoció en Benarés, se hacía lenguas.
Mi compañero no tuvo reparos en unirse a la multitud congregada por el faquir. Cogió un autobús con pasajeros encaramados en el techo y fue al villorrio donde tenía lugar el evento.
Ni los apretones ni los olores ni las incomodidades del viaje y de la estancia en ese despoblado, que habrían hecho desistir a cualquiera, desalentaron a Maluenda.
Su determinación era tan meritoria como las habilidades del asceta. A su favor tenía, aparte de un genuino interés, los precios económicos de los transportes, de los hoteles y de la manutención. El consumo de la comida local le costó, por cierto, una gastroenteritis.
El asceta era un hombre flaco, con los huesos en relieve, y renegrido por pasar la mayor parte de su tiempo a la intemperie. Tenía una voluminosa y enmarañada cabellera, como si se la hubiese cardado.
Con pintura blanca se había trazado rayas horizontales en la frente y en la nariz. Llevaba un exiguo taparrabos.
El primer día lo invirtió en recoger plantas y ramas espinosas con las que hizo una cama o un nido. Cuando acabó esta tarea, se acostó en los abrojos con las piernas entrecruzadas y un rosario en las manos.
Maluenda regresó a Benarés en otro autobús atestado. Pero como muchos devotos y curiosos, al día siguiente estaba de nuevo en el poblado.
Macilento, con los ojos entornados, el faquir rezaba acurrucado en su cuna trenzada con varas de acacia.
Las espinas de este árbol son aceradas y miden hasta treinta centímetros.
El santón pasaba los días encamado, desgranando las cuentas de su rosario. El sol y el viento los iban requemando, a él y a su lecho vegetal, adoptando ambos el mismo tono negruzco. Ese color uniforme sólo era interrumpido por las marcas del rostro y por el taparrabos.
Ese alarde de mortificación que a mí me daba grima, fascinaba a Maluenda. Un día tras otro se desplazaba al villorrio para ser testigo del portento.
El faquir, un profesional del ascetismo dotado de una voluntad sobrehumana, en ningún momento abandonó su yacija ni dio muestras de desfallecimiento.
Al cabo de dos semanas el número de espectadores disminuyó notablemente. Maluenda espació sus visitas. Y su estancia en la India tocó a su fin sin que el santón hiciera amago de incorporarse.
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Excelente entrada!
Te invito a dar una mirada a mis lineas http://zalman5k.com/2015/11/21/estas-listo/
un abrazo
Zalman
Gracias. Con gusto visitaré tu blog. Saludos cordiales.
Sorprendente hecho que en la villa española donde se encontraba Jonás, a la espera de ser atendido médicamente, fuera abordado por un asceta a lo hindú, que le hiciera rememorar la anécdota del peculiar Maluenda. Lo espiritual y lo terrenal se entrecruzan en momento físicamente tan desfavorable para Jonás.
Es curioso como dos culturas imbuidas de religiosidad ven y realizan el fenómeno del autosacrificio. Para los católicos es una forma de expiar la carnalidad y subllimarla, a fin de liberarse de la carne (en su sentido de medio para pecar) y llegar a Dios. Para los hindúes, el triunfo sobre la materia corpórea, gracias al poder de la mente y del espíritu, sin sentido alguno de salvar culpas ni borrar pecados (basta y sobra que para las creencias hindúes la carnalidad es un medio más de poderse elevar y acercarse al Supremo), para entrar en diálogo amoroso con Dios. (Por cierto, las antiguas culturas mesoamericanas también practicaban el autosacrificio, pero sólo los Señores y los miembros masculinos y femeninos de las familias reales. La connotación aquí es ritual y llena de simbolismo, ajena a cualquier idea de pecado o de dominio de la materia.)
Pareciera que Jonás está por entrar en una catársis… Pero no lo desveles, Antonio querido, y deja que tu pluma (bueno, tu teclado) nos confirme o nos saque de la confusión.
Hermosa anécdota por todo lo que implica y por presentar (como seguido ocurre) la aneja incomprensión occidental de la mentalidad oriental.
Te abrazobeso con el gran cariño fraterno y toda la admiración de siempre y más, magister meus.
Es un regreso. No hay que olvidar ese dato. Jonás será atendido globalmente. U holísticamente, como dicen los homeópatas.
La presencia del asceta no es demasiado rara. Hay un ascetismo cristiano, como también budista y musulmán. Todas las religiones, creo, tienen una línea ascética. Desde luego, la hindú es conocida y llamativa. Y además está bastante extendida. Cuenta Henri Michaux en su libro «Un bárbaro en Asia» que la espiritualidad es un tema de conversación corriente en la India. Aquí te preguntan: «¿En qué trabajas?» Y allí: «¿Cuáles son tus prácticas religiosas?».
No hace falta citar a San Antonio, a San Jerónimo, a todos los ermitaños y anacoretas conocidos como los Padres del Desierto, en lo que a Occidente respecta para hacerse una idea de la relevancia de este asunto entre nosotros.
Particularmente, es un tema, el de la ascética (tú hablas de catarsis), que siempre me ha interesado, pero que no sé cómo abordar de forma convincente para nuestra época. Y eso que la ascética española cuenta con un buen número de ilustres practicantes y escritores.
Hay, como siempre, dos posturas fundamentales: o el abandono o la resistencia. La tercera vía del equilibrio es problemática. Al final hay que optar por decir: igual da o no da igual. Actitudes que se corresponden con los dos tipos básicos de personas: los ascendentes (los que miran hacia arriba) y los descendentes (los que miran hacia abajo). La mayoría estamos por ahí en medio, aunque más orientados en una u otra dirección.
El asceta que aparece en el relato es autóctono. En efecto, a Jonás le recuerda al que su amigo Santiago Maluenda conoció en un villorrio de Benarés.
Hablas de lo terreno y de lo espiritual que equivale, según mi modesto saber y entender, a descendentes y ascendentes. Ambos caminos se entrecruzan y Jonás, como todos, debe hacer una elección. Pero ya te he comentado que el desenlace de la obra es abierto.
El autosacrificio (representado y llevado a su máxima expresión por Jesucristo) es una respuesta todavía más radical que la del ascetismo. Es la renuncia potenciada al extremo: la entrega de la propia vida.
Entre los ascetas de las diversas religiones hay muchas concomitancias.
Como tú consignas en tu feliz digresión, que tanto me ha complacido, no se trata tanto, al menos para mí, de borrar culpas y pecados como de alcanzar la liberación y una realización que, por las características de la existencia humana, es harto dificultosa, por no decir imposible. De hecho, chocamos continuamente contra esa quimera, como moscardones contra un cristal.
He disfrutado mucho leyendo tu sustancioso comentario que me ha hecho reflexionar, y que me ha confirmado algunas ideas. Un abrazo.
Nota.- Ascendentes (la salvación a través del espíritu), descendentes (la salvación a través de la carne). Magister Freud optó finalmente por la sublimación.
Que seas feliz, cher ami.
A veces no sé que disfruto más, Antonio querido, si tu narrativa literaria tus comentarios tan iluminadores en torno. Éste sobre las vertientes ascéticas ha sido exquisito. Tu reflexión es interesante y cierta.
El ascetismo, en cualquiera de sus opciones, parece un contrasentido en los tiempos que corren, tan ajenos al espíritu, a la interiorización, tan apegados a la materia más vana, a la fisicalidad. Y, sin embargo, entre tanto ruido de interferencia se puede lograr ese ascenso y esa purificación.
Hay mucho que meditar en torno a tus líneas, y esa motivación es de agradecerse, magister.
Te abrazobeso muy fuerte, con harto cariño y con mucha admiración. hermano.