Cruzando el salón, emergieron con nitidez algunos retazos de la pesadilla, escenas concretas de mi lucha a brazo partido con el gatazo que, aunque no lo es, aparecía de color negro.
Fue él quien me atacó. Yo me defendí. Y el resultado fue que nos enzarzamos en una pelea sin cuartel en la que yo llevaba las de perder, como se puso de manifiesto al cabo de unos minutos.
Cuando el gato me tiró por los aires como si yo fuera un muñeco con el que estaba jugando, no me cupo duda de que mi suerte estaba echada. Caí al suelo y me puse en pie lo más rápido que pude.
Ahora los dos estábamos frente a frente, mirándonos sin pestañear. Ronroneó como él sabía hacerlo y avanzó una garra con las uñas fuera.
Era tan alto como yo y no tenía pelos. De hecho, su cara era humana. Y la garra que tenía extendida hacia mí era una mano. Se había convertido en mi doble.
Me percaté con horror que ese gato era yo mismo. Su mirada era sombría, sus rasgos angulosos, su piel cetrina.
Esa visión se me hizo insoportable y fue entonces cuando desperté en un deplorable estado anímico.
Por supuesto, no pensaba consentir que mi mujer comprase un gato. No había sitio en la casa para los tres. Si él entraba, yo salía. Así de claro iba a decírselo.
Tampoco pensaba pasar nunca más por delante del jardín del “skinhead”, lo cual me obligaría a dar un rodeo, pero no me importaba.
Esa noche nefasta me tenía reservada una última sorpresa. Me acerqué al frigorífico y cogí el tetrabrik de leche. Llené un vaso y lo calenté en el microondas. Se me antojaron unas galletas.
Fui a cogerlas al armario. ¿Cómo iba a prever que al abrir la puerta me llevaría uno de los mayores sustos de mi vida?
En la parte inferior, en una cesta acolchada, había un gatito de color canela sentado sobre sus cuartos traseros. Más tieso que un ajo, hierático, dueño de sí mismo, con largos y sensitivos bigotes, con caninos que parecían puñales en miniatura, con ojos fosforescentes, el minino tenía un aspecto tan fiero que, suavecito, cerré la puerta del armario como si aquí no hubiese pasado nada.
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Miauuuu!!! 😆 😆 😆
¡Se encontró el protagonista con su doble enemigo, qué miedo!…¿ habrá muchas personas que tengan un doble?. A mí no me gusta los gatos, pero menos las serpientes, tan escurridizas sin que uno se de cuenta que la tienes al ladito tuya…y de pronto…
En definitiva es una historia sobre el doble, sobre el otro que nos habita, y que a veces nos puede dar un susto como el que recibe el protagonista, el cual es vapuleado sin compasión por su parte desconocida.
Seguro que recuerdas » El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde», de R.L. Stevenson, donde se trata este tema.
Gatos y serpientes son animales que nos ponen a prueba. Un abrazo.
Hoy es un Gran Día, el de los Reyes Magos, es el Día de los Niños y de algunos adultos, sólo de algunos adultos, no de todos. Ante las caras de los adultos, ayer un niño fue el que me hizo reír con su amable inteligencia y simpatía, eso es magia y viene de los Reyes Magos…son soles de la Vida…que lucen…de forma blanca.
Las Caras de los Niños » Iluminan», pero con un resplandor verdadero, no falso.
Claro, Teresa. El día en que nos hagamos como niños (porque no podemos regresar a la infancia, que pertenece al pasado, pero sí recuperar su espíritu), la vida será una fabulosa cabalgata de Reyes Magos. O, según Mateo, entraremos en el reino de los cielos.
Los pequeñines son los peores. 😉
Abrazo ronroneante.
El gatazo del vecino se las traía. Fue el que se introdujo en el sueño de protagonista. El pequeñín es una esfinge. Abrazo edípico.
Simpáticamente traviesos esos pequeños, sí…nos dan muchas vueltas. Un abrazo para ti Verónica.
Reblogueó esto en sara33ia.
Pobre gatito, él también se llevó un susto. Una cosa más que usted era el gato me sorprendió.
El autor no, el protagonista.
El gatito no se asustó en absoluto. Quien se quedó perplejo fue el pobre hombre que iba a buscar unas galletas y se encontró con el minino, metido de matute en la casa, presumiblemente, por su mujer.
Gracias, Sara, por comentar y rebloguear. Eres muy amable. Un abrazo.
Brillante la conclusión de tu cuento, maestro. La pesadilla pudo volvérsele realidad, porque en el fondo sólo refleja sus terribles e íntimos miedos. Sin duda, el gato no era más que su alter ego, o como se menciona en la lengua alemana su «Doppelgänger», y que la palabra castiza no alcanza a abarcar por completo (doble).
Una joya exquisita por su confección, la forma inconsútil como entretejes realidad con fantasía de tal forma que son dos y una misma a la vez. Una trama que no por lo misterioso y lo psicológico, no has dejado de salpicar con rasgos humorísticos, irónicos, quitándole cualquier sentido dramático. El clímax es preciso y el final, una auténtica delicia literaria.
Maestro tan admirado, no sólo me has regalado con la dedicación de un texto redondo y un tópico que me gusta tanto (los felinos), sino que lo has hecho con una obra maestra de la cuentística, en donde resuenan armónicos de Quiroga, Cortázar, pero con tu originalidad y tu estilo inconfundible. Esto hace que el regalo que me has hecho sea abrumador, lo que me conmueve mucho.
Me siento honrado con tu generosidad y sólo puedo agregar un humilde, pero muy sincero gracias.
Vaya hasta ti mi abrazobeso más grande y apretado y con mi invariable cariño fraternal, mi amigo-hermano.
Me gusta más la palabra «doble» (o dicho en alemán que suena más rotundo) que «alter ego», de implicaciones más teatrales.
En el fondo se trata de un desdoblamiento de personalidad. Este fenómeno, de hecho, puede multiplicarse y no tiene por qué ser siempre negativo. No lo es, por ejemplo, en el caso de Pessoa y sus setenta y dos heterónimos.
En el cuentito sí que es desasosegante esa sombría proyección que se materializará finalmente en un lindo gatito, con el que tendrá que convivir el protagonista o, es la otra posibilidad, salir huyendo si se mantiene en su opinión de que en la casa no hay sitio para los tres.
Gracias por tu valoración y por esas resonancias que te recuerdan a dos consumados maestros del relato.
Este regalo de Año Nuevo o de Reyes, como prefieras, no es más que una muestra de afecto. Un abrazo.
En efecto, magister, el doble, no debe tener una connotación negativa, nadie somos una sola presentación de nosotros mismos, sino que estamos conformados por distintas versiones, alternas o sucesivas, efímeras o permanentes, cuya suma nos hace quienes somos.
La vida le ofrece la disyuntiva al protagonista de «Gatos», rehuir la presencia del minino o enfrentarla y darle una oportunidad antes de aferrarse a sus temores y prejuicios. El tiempo se los confirmará o destruirá. De eso se trata la vida, en cualquier caso, la comprobación o la negación, es lección invaluable.
Gracias por esa muestra exquisita de afecto.
Grande abrazobeso con toda mi admiración y fraternal cariño, amigo.
Somos muchos, a veces legión. Somos una ciudad que ha ido creciendo a lo largo del tiempo. Una ciudad construida sobre otras que florecieron allí mismo. Como Troya.
Tu acertada visión psicológica y esta otra literaria de lo que somos me resultan un tanto desazonadoras.
Pero un día, y sigo con la metáfora urbana, nos integraremos en la Jerusalén celeste. Por mi parte eso espero. Un abrazo.
No te ocasione sobrecogimiento ni mortificación, velo como un don especial de riqueza, o como las diversas facetas de un prisma, cada una de las cuales refracta un color distinto de la luz, la luz que tú quieras interpretar.
Vaya hasta ti un grande abrazobeso, con admiración y cariño, para mi magister, mi amigo, mi hermano.
Una pregunta por si alguien desea contestarla. ¿ Un escritor puede ser Dr. Jekill y Mr. Hyde?
Cualquier ser humano alberga en su interior personajes inquietantes. Los escritores intentan objetivarlos mediante la palabra. A veces brillantemente como Stevenson.
Reblogueó esto en Ernesto Cisneros-Riveray comentado:
Desenlace del brillante cuento del fino y talentoso autor y fotógrafo español, don Antonio Pavón Leal.