Cada uno de nosotros está habitado por un ente negativo,
está poseído por un personaje perverso.
El demonio de la destrucción tenía en sus manos a Fausto. El fantasma de la depresión dominaba a Feliciana y la bruja de la ansiedad a Octavio, al que hechizó en su infancia.
De vez en cuando se reunían en la cabaña de la bruja, alrededor del caldero donde la anfitriona preparaba un brebaje especial para celebrar los éxitos obtenidos desde la última vez que se vieron.
La bruja y el demonio cogían una buena cogorza. El fantasma, dada su naturaleza etérea, no bebía. Como los otros insistían, en cada encuentro tenía que repetir lo mismo: “Los espectros no comen ni beben”. Pero esa circunstancia no quitaba para que participase en la francachela como el que más.
A los tres les encantaba comparar el grado de sumisión conseguido. Se lo pasaban en grande alardeando de su profesionalidad en el trabajo de demolición de sus correspondientes víctimas.
Los cónclaves eran siempre nocturnos. La bruja vivía en los arrabales del pueblo. Ni cerca ni lejos. Ni dentro ni fuera. La bruja podía estar y no estar en cualquier parte. Muchos le atribuían el don de la ubicuidad.
Para la ocasión la dueña de la cabaña había puesto en la olla cabezas de serpiente, crestas de gallo, un puñado de dedos, lenguas de lagarto, ojos de perro, orejas de ardilla y varios sapos vivos que, sacando la cabeza del líquido burbujeante, croaban complacidos. Según la cocinera, la piel verrugosa y tóxica de esos anfibios daba un toque especial al brebaje cuyo buen aspecto alabaron los invitados.
Por último, inmediatamente después de sacar a los sapos del baño, echaría en la olla un generoso chorreón de leche del diablo, un cordial de alta graduación alcohólica que, cuando estaba sola, la bruja solía beber a morro.
Los tres estaban deseando contar sus canalladas, describir en qué estado habían dejado a sus rehenes, hacer un detallado recuento de sus ruindades. Pero hasta que la bruja no apartase el caldero del fuego y entrechocasen sus vasos de cuerno de toro de lidia en un brindis, esperarían.
Brindaron una y otra vez porque el brebaje estaba condenadamente bueno. Recién hecho, a pesar de lo caliente que estaba, se colaba sin sentir.
La bruja, que había sacado de la olla con una espumadera las crestas, las lenguas, los dedos, las orejas y las cabezas, y los había amontonado en una bandeja roñosa, ofreció estas exquisiteces a sus compadres que no les hicieron asco en absoluto, el demonio comiéndolas de verdad y el fantasma de mentirijillas.
Y fue este quien empezó a contar la jugarreta que le gastaba a Feliciana últimamente. El espectro se quitaba el sudario y envolvía con él a su víctima.
“¿Te quedas en cueros?” preguntó divertida la bruja. “Un fantasma desnudo tiene poco que ver, la verdad” “¿Y cómo reacciona Feliciana cuando la amortajas?” quiso saber el demonio. “Hundiéndose en una sima, perdiéndose en la nada, dejándose caer como una piedra en un pozo”.
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¡Sabes Antonio a parte que tu escrito es fantástico como todos, creo que los Baroja, tanto D. Pío como su sobrino que aunque era muy tímido era un gran señor e historiador, D. Julio, ambos tenían razón sobre la Historia.
Por supuesto existen las brujas, los demonios y los fantasmas. Caro Baroja lo atestiguó antropológicamente. Yo literariamente. Y cada uno de nosotros, de una u otra forma, se ha topado con algunos de esos entes en su vida y ha tenido que bregar con ellos.
La verdad es que no se trata de una compañía recomendable.
Pero que no nos quepa duda, como dicen los gallegos a propósito de las meigas, que «haberlos haylos».
Reblogueó esto en Ramrock's Blog.
Aunque cada uno de nosotros guardamos o un fantasma, o una bruja o un demonio dentro y algunos más, dos de éstos o, de plano, los tres, ¡vive Dios! Lo horrible es que otros más es lo único que llevan en sí, y aquéllos que los mantenemos a buen recaudo en nuestro interior, debemos sufrirlos, muchas veces, sin poder hacer nada en contra.
Interesante drama de horror, el que se está perfilando, magister carus.
Buen inicio de semana y vaya un cálido, cariñoso, bondadoso y gentil abrazobeso para mi amigo y hermano queridos.
Cómo mínimo, uno de esos entes nos habita. Pero si tenemos dos o más, entonces o enloquecemos o reventamos. ¿Quién resiste esa situación?
Si a esos ataques, sumamos los de los entes de los demás, buena zapatiesta se puede organizar.
Mantener a raya a los monstruos propios conlleva ya un gran desgaste de energía. Si también tenemos que hacer otro tanto con los ajenos, apaga y vámonos. Un abrazo.
Dictus est. frater carus.
Fascinante, saludos, un abrazo.
Gracias por los numerosos «me gusta». Me alegro de que haya sido de tu agrado este relato «de miedo». Un abrazo y buen fin de semana.