No hacía más que darle vueltas a este tema. Una tarde fui a ver a Anselmo, otro de los jardineros, en su propio domicilio.
Necesitaba cambiar impresiones. Anselmo era un hombre mayor y amable. Me invitó a una taza de café y empezó a hablarme de un pensador alemán del que estaba leyendo un libro.
Me preguntó si me interesaba la filosofía. Le respondí que no. Sonrió y afirmó que se estaban perdiendo las buenas costumbres.
Aproveché una pausa para abordar el contencioso en curso, cuyo fallo urgía pues estábamos en la época de plantación.
“En la época de plantación de los mirtos, no de las margaritas” precisó.
Por su tono de voz deduje que la tardanza podía ser una maniobra para presentar un hecho consumado.
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Después de esta visita me encaminé al Gran Parque del Oeste. La tarde era tibia, daba gusto pasear.
Me senté en un banco, frente a una pudibunda Venus que trataba de cubrir su desnudez con sus brazos.
Habían arrancado los rosales y removido la tierra. Cerré los ojos e imaginé el aspecto que ofrecería este sector cuando los fragantes mirtos estuviesen florecidos.
Cuando los abrí, una pareja avanzaba despacio entre las dos hileras de cipreses.
Él la agasajaba con enternecedoras sonrisas a las que ella correspondía con mohines que, poniendo buena voluntad, podían pasar por afables.
Al hombre se le veía engolosinado, un punto empalagoso quizá. Ella se dejaba querer. Él era quien hablaba y hablaba, como si quisiera convencerla de algo. Con frecuencia señalaba a un lado y a otro, trazando dibujos invisibles en el aire a los que ella no prestaba mucha atención.
Ajenos a mi presencia, se pararon al lado de la Venus. Pensé que iban a sentarse también en un banco, pero él cogió del brazo a la mujer y prosiguió sus explicaciones.
Iba a levantarme cuando una frase de ella llegó a mis oídos haciéndome cambiar de opinión. En realidad lo único que capté claramente fue la palabra “margaritas”.
¿Era casualidad que esa pareja estuviese hablando de esas flores? ¿Conocían el proyecto en fase de aprobación?
La pareja se alejó y no pude oír nada más. Una sospecha cobró cuerpo. Dejé el parque con el propósito de hacer algunas indagaciones.
-o-
Antes de que se celebrase la Asamblea donde se resolvería este conflicto, empezaron a circular rumores que otorgaban el éxito a la propuesta del representante municipal.
Ni siquiera habría que recurrir a la medida extraordinaria de dejar la decisión en manos de los miembros de la Mesa Permanente. Se procedería a una nueva votación en la que se obtendría una abrumadora mayoría.
Las filtraciones mismas eran un signo agorero. A casi nadie escapaba que su finalidad era preparar el terreno.
Entre los jardineros cundió el desánimo. En nuestros encuentros no se hablaba de este asunto. Si yo lo sacaba a colación, con una mal disimulada indiferencia se encogían de hombros.
Para mis averiguaciones pensé en acudir a Anselmo, pero fue el jardinero bajito quien me aclaró un par de puntos.
Estaba vaciando las papeleras de uno de los paseos cuando lo vi en mitad de un cuadro de flores con un almocafre en la mano.
Me acerqué y lo saludé. Estaba abstraído en su tarea y se sobresaltó. “¡Ah, eres tú!” dijo.
Para entablar conversación le pregunté qué plantas eran. “Tulipanes” respondió.
Maquinalmente me quité los guantes. “¿El representante municipal que propuso la siembra de las margaritas está casado?” “Sí, y también tiene una querida a la que ha instalado en la zona residencial. O eso se cuenta al menos”.
El jardinero se agachó para seguir cavando.“¿Qué alegan para no aceptar la siembra de los mirtos?” “Que, como crecen con lentitud, no estarán florecidos para la Fiesta de Primavera” “Con las margaritas no hay problemas” “Ninguno”.
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[…] La lentitud de los mirtos (y III) […]
Gracias, Junior, por la concesión de este premio. Me siento honrado. Un abrazo.
Enhorabuena Antonio por tan espléndido argumento y texto. Miremos a la sociedad, a la gente…unos entristecidos por verdaderos problemas materiales, lógico, otros con muchísimo dinero…¿ Y la felicidad dónde se encuentra?, a veces tengo la creencia que los monos siguen siendo ellos mismos…pero las personas…no saben ni tan siquiera que es un sentimiento, ni una cualidad, ni…ni na como suele decirse coloquialmente. Un abrazo.
Gracias, Teresa. La felicidad es una anguila escurridiza.
José Saramago: » Necesitamos tanto echar las culpas a algo lejano, cuanto valor nos falta para enfrentar lo que tenemos delante». » No sólo hay desigualdad en la distribución de la riqueza, sino en la satisfacción de las necesidades básicas.». » Los únicos interesados en cambiar el mundo son los pesimistas, porque los optimistas están encantados con lo que hay.» Tiene respuestas para todo. También usted las tendría si se encontrara en la necesidad de mentir tanto como yo he mentido en los últimos días.»
El aria de Händel planea tan alto como un águila.
Quizás las personas han perdido contacto real con la realidad…por la misma razón de haber pasado por la calle de la realidad material.
¡No están situadas ante la claridad de un cristal de ventana!
¡Sólo cerrar los ojos y sentir la música y contemplarás la Majestuosidad de lo Verdaderamente Sublime!…no tiene precio. La Grandiosidad Plena en toda su Autenticidad.
Así es. La música nos transporta al dominio de lo sublime. Quien lo dude, que escuche tu selección musical.
¡Eah ya me despisté!…aunque debo reconocerlo me encanta despistarme…
¿Ibas a poner la versión de Pavarotti o la de Cecilia Bartoli?
¡Que Paz…que Equilibrio tan Universal, qué sosiego…una gozada!
Qué bien resuelto… y me ha encantado cómo lo has desarrollado lentamente igual que los mirtos.
Sí, los mirtos marcan la pauta. Esta planta se llama también arrayán. Desprende un olor agradable. Se utiliza mucho como seto que era para lo que la querían los jardineros del Gran Parque del Oeste. Me alegro de que te haya gustado el relato. Un abrazo.
Acá en México el árbol de arrayán que conozco es el del siguiente enlace: http://www.wikimexico.com/articulo/arrayan
El fruto lo solemos comer cuando ya está maduro (amarillo) que es cuando es menos agridulce, pero particularmente se utiliza para hacer el atole de arrayán, y nosotros usamos acompañarlo con gorditas de maíz y manteca. Una combinación de sabores exquisita.
Por lo visto el mirto de Europa es muy chaparrito y se puede usar de modo ornamental, aunque es de muy lento crecimiento y eso lo puso en desventaja con respecto a los tulipanes.
Es la misma planta en México y en España. Mirto es el nombre latino y arrayán el nombre árabe. En ambos casos es Myrtus communis. En efecto, aquí los mirtos son chaparritos. No son árboles sino arbustos que se utilizan como setos (por ejemplo en el famoso Patio de los Arrayanes, en la Alhambra,

en mi propio jardín o en el parque del cuento).
Lo que explicas sobre los frutos del mirto tiene muy buen aspecto (iba a escribir «pinta» que es lo que se dice coloquialmente por aquí). Entran ganas de probar el atole y las gorditas (¿tortitas?) de maíz y manteca. La cocina mexicana es fabulosa. Un abrazo.
Las gorditas son como las tortillas pero del consistencia más firme y gruesa y el sabor especial se lo pone la manteca. Es uno de los deliciosos desayunos que se acostumbra mucho en zonas rurales. Aquí dejo un enlace para para que veas nuestras típicas gorditas de manteca y otros antojitos culinarios mexicanos y al menos te eches una «gordita de ojo»:https://www.google.es/search?q=gorditas+de+manteca&biw=1440&bih=839&tbm=isch&tbo=u&source=univ&sa=X&sqi=2&ved=0ahUKEwjflN-4s7fPAhVOyWMKHdbdDWkQsAQIIg
Con mucho gusto. Aquí es la hora de la merienda, así que aprovecharé para dar bocados virtuales a las gorditas. Buen fin de semana.
«Si yo lo sacaba a colación, con una mal disimulada indiferencia se encogían de hombros.» Muy reconocible.
Es una reacción normal cuando uno intuye la verdad y uno se sabe impotente. Los jardineros comprendían que los intereses mezquinos habían prevalecido. El egoísmo es el tema de fondo de este relato.
Incluso en sociedades utópicas, como la que aquí se presenta, las situaciones de poder se utilizan en beneficio propio, en este caso para ganarse a la querida, a la cual se la ve también bastante indiferente.