130.-Íbamos dando un paseo por el campo. Era un magnífico día otoñal. Todos nos sentíamos felices. De vez en cuando hacíamos una parada porque mi cuñada, como está entrada en carnes y encima se mueve poco, se cansaba y nos decía: “No andad tan rápido”. Entonces la rodeábamos y charlábamos un poco. Mejor dicho, la escuchábamos.
En uno de esos recesos un amigo preguntó a mi hermano, que es aficionado a la botánica, qué planta era esa. Y mi hermano, tan educado y amable…
Incluso yo reconozco que no tendría que serlo tanto, pero el pobre sufrió una sobreadaptación en su infancia de la que no se ha repuesto.
Resumiendo, se apresuró a identificar la planta. Instantáneamente, como si le hubiese picado una víbora, mi cuñada, que lo único que ha hecho en su vida, aparte de su trabajo en la oficina, ha sido una colcha de patchwork, y que entiende de plantas tanto como yo, frunció los labios y movió la cabeza de izquierda a derecha con tal convicción que todos quedamos pendientes de su veredicto.
“Eso no es hinojo” “Entonces ¿qué es?” “No lo sé, pero hinojo no es”.
Mi hermano, cuyo comportamiento es a menudo causa de que me lleven los demonios, calló.
De momento ahí quedó la cosa. No fui la única que cogió una ramita de la planta con un agradable olor a anís y unas bonitas flores amarillas, y proseguimos nuestra caminata.
Cuando llegamos al pueblo, fuimos a un bar. Allí encontramos a un conocido mío que es profesor de ciencias naturales, y que se acercó a saludarme. Aproveché la ocasión para mostrarle mi ramita y preguntarle: “¿Qué es esto?” “Hinojo” respondió sin vacilar.
Miré a mi cuñada que estaba dando buena cuenta de un montadito de lomo con cabrales, y que se hizo la sueca. Dirigiéndome directamente a ella recalqué: “Eso fue lo que dijo mi hermano”.
Tras limpiarse la boca con una servilleta de papel, repuso: “Pero él no insistió” “Porque no es peleón” “No había nada que defender. Si se niega la evidencia, no por ello deja de serlo” terció mi hermano. “Y es la otra persona la que queda en esa situación” redondeé. Haciendo caso omiso de mis palabras él añadió: “Además, no me gusta discutir”. Réplica que mi cuñada, colérica tras el tironcito de orejas, aprovechó para proclamar: “Pues en esta vida hay que levantar la voz y porfiar si no quieres que te coman vivo”.
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Vaya con la cuñada, además de zampona, enredadora.
Pues no sé si tiene razón, a veces es mejor dejar que el otro «gane», sobre todo en temas sin importancia. Que no es hinojo aunque tú sepas que sí, pues que no lo sea.
Estaba pensando que, si la cuñada de Emma muriese, Dios no lo quiera, su marido la echaría de menos a pesar de que, entre otras tareas enojosas, no le gusta acompañar a su mujer cuando va a comprar zapatos. Ya puedes imaginar lo quisquillosa que es.
En cuanto a mí, me identifico con la actitud del hermano de Emma. Por muy pocas cosas vale la pena alterarse. Y si se trata de una «evidencia», tonto eres si te dejas arrastrar.
Pero Emma no se calla. Si eso es hinojo, que su cuñada lo reconozca porque es la verdad.
También entiendo esa necesidad de no callarse pero cada vez la tengo menos.
La cuñada de Emma un poco tremenda, me ha hecho gracia.
Sabio tu hermano, Antonio. Recuerdos a tu cuñada. Un abrazo.
No es mi hermano. Es el de Emma, que es una amiga imaginaria. Daré recuerdos tuyos a todos mis personajes. Feliz velada.
Sí, es cierto, doy por hecho que son personajes, pero te pido disculpas por olvidar que es Emma quien está narrando. Gracias, Antonio, y un saludo.
Como la vida misma.
En la vida, efectivamente, nos podemos encontrar con personas como la cuñada de Emma. Saludos cordiales.
Me encantó y me ha arrancado grande sonrisa por toda esa riqueza de ironía que rezume el relato. Cuántas «cuñadas de Emma» pululan por ahí…
Abrazobeso cariñoso, fraterno y siempre agradecido, Antonio.
Cuánto me alegro de que este relato, o más bien este apunte del natural, te haya hecho sonreír. Esas actitudes prepotentes y despóticas son insufribles. No tiene nada de extraño que Emma, menos filósofa y más impulsiva que su hermano, se subleve. Un abrazo, cher ami.
Se demuestra mayor perspicacia dejando que la verdad, algún día, sea plenamente evidente; sabiendo de antemano que es muy díficil hacer reconocer a alguien porfiado de su error, de que puede carecer de la razón, tener un equivoco y, que su sapiencia, bien podría ser humilde de vez en cuando; sobre todo al no haber nada fehacientemente demostrado. Tal es el caso cuando prefieres hacerte a un lado para no entrar en discusiones con un ateo.
Un abrazo.
La verdad es la verdad, ya la diga Agamenón o su porquero. Y sale a la luz tarde o temprano. No debería necesitar paladines. El autor de la anotación así piensa, pero su amiga Emma es de las que opinan que hay que defenderla. También es un placer para ella «tirar de las orejas» a su cuñada.
La humildad es una gran virtud, y una de las más difíciles de practicar (a menudo la soberbia puede más), como la paciencia y todas las demás virtudes.
En el caso que se refiere en este texto se habla de evidencias (es hinojo, al igual que la capital de Alemania es Berlín), no de creencias ni de pareceres. Por eso Emma se rebela y, llegado el momento que ella misma provoca, no se calla. Un abrazo.