183.-El agredido podía reaccionar de tres maneras. Podía abalanzarse sobre su agresor y darle su merecido, aunque para llevar a cabo este ajuste de cuentas era condición indispensable que fuese más fuerte, hábil o astuto. De no ser así se exponía a recibir ración doble, a sumar una humillación a otra.
Administrarle al memo malintencionado un par de buenas bofetadas habría sido una justa compensación, pero esta posibilidad no sólo estaba en relación con la fuerza o la destreza sino también con la disposición y el carácter. No todo el mundo es capaz de devolver ojo por ojo y diente por diente. A lo más que llegan algunos es a la defensa propia. No es probablemente la mayoría. Los mansos corderos escasean.
Si el humillado no es peleón ni vengativo, no reaccionará violentamente, pero tendrá que integrar esa experiencia negativa en su corpus mental y en su cuerpo físico. Tomará conciencia de ese peligro y tendrá que adoptar una actitud.
Ser objeto de una agresión absurda, es decir, en la que no media ningún tipo de interés, es vérselas con la maldad en estado puro. La maldad porque sí. No reconocer su existencia o negarla equivale a hacerle el juego.
Otra reacción, propia de lo numinoso, de aquello que nos sobrepasa por los cuatro costados, de lo terrorífica y fascinantemente (Rudolf Otto) incomprensible, es la estupefacción.
Una tercera alternativa es pedir explicaciones. Tener la sangre fría de preguntar al otro por qué ha hecho eso. Las respuestas que se obtienen son delirantes, hilarantes o ambas cosas a la vez (el puntapié como diversión es un ejemplo), pero nunca convincentes puesto que motivo real no hay ninguno para ese acto gratuito.
El mal tiene entidad. Una de sus facultades es la de encarnar, posesionarse o inficionar a las personas, a los grupos, a sociedades enteras. Otra es la de marcar a sus presas, aunque escapen de sus garras, aunque no se conviertan en sus vasallos, con recuerdos indelebles, con cicatrices que reverdecen, con imágenes inquietantes, con actos fallidos, con impulsos que trastornan.
Estas y otras secuelas quedan de haber estado expuesto a los embates del Maligno, siendo mayores y más lesivas cuanto más prolongado haya sido el contacto.
El niño agredido, por las razones que sean, no pagará con la misma moneda, pero la próxima vez que se agache para atarse los cordones de los zapatos mirará a su alrededor para ver si hay algún hijo de Satanás rondando cerca.
Ya sabe que el mal puede materializarse en cualquier momento y lugar sirviéndose de un instrumento humano. Su capacidad de aterrorizar es semejante a su capacidad de fascinar. El niño de cara de caballo cayó bajo su hechizo y no hizo nada por sustraerse. Por el contrario, se entregó gozoso. La cadena del mal encontró en él un seguro eslabón. Convertirse en su esbirro fue para él un placer y un privilegio.
En lo que concierne a los damnificados, el mal es un hito que señala un antes y un después. Sea cual sea la actitud que se adopte, las cosas no serán las mismas tras esa experiencia. Esta verdad que es aplicable en primer lugar a la relación víctima – verdugo, es también constatable en todo el ámbito vivencial porque ese dato forma ya parte de los archivos personales.
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Desde luego, llega un momento en que el discurso sobre el mal alcanza sus limites, mientras el mal sigue ampliando sus fronteras. Pero tengo por ahí LO SANTO, ahora que hablas de Rudolf Otto, así que volveré a echarle un vistazo. Un abrazo, Antonio.
No es muy esperanzador lo que dices (el discurso acaba agotándose y el mal sigue expandiéndose). No sé si las palabras le darán alcance algún día. Apuntabas en un comentario anterior que hay que hacer el bien, en cualquier caso, por si sirve de algo. Del mismo modo, pienso, hay que seguir examinando este tema y profundizando en él por si sirve de algo.
En el libro de Otto se habla de lo «numinoso». Parte de su caracterización me pareció que era aplicable a la emergencia del mal. Un abrazo.
Hacer el bien, también sin motivo, es una manera de contrapesar el mal y de contenerlo.
Es cierto que cuando el mal te toca te implica de una u otra manera, aunque no quieras.
No conozco a Rudolf Otto, lo investigaré en google.
El mal es una experiencia que nos fuerza a definirnos. Todos los grandes pensadores se han ocupado de este tema. O sea, se han definido.
Eso mismo ocurre también con otras realidades que a todos nos afectan, como el poder o el deseo.
El libro de Rudolf Otto está publicado en Alianza Editorial. Se titula «Lo santo». Es un estudio clásico y muy interesante sobre lo sagrado.
Wow, excelente.
Saludos Cordiales
Gracias. Celebro que esta reflexión te haya gustado. Saludos cordiales.
Excelentes reflexiones. Siempre es mas sencillo destruir, que construir. Abrazo
Gracias, Rubén. El mal es sinónimo de destrucción y dolor. Pero no por ello quien lo inflige se detiene. El mal es difícil de vencer. Un abrazo.
Y por supuesto que el mal sólo puede ser humano, porque no es un acto instintivo; poco o mucho interviene la razón en él. No sé si forma parte de la esencia humana o no, como luego por ahí se dice; me cuesta pensar que se nace malo. Más bien sospecho que es algo aprendido y elegido.
En el resto del mundo animal no existe el mal y la naturaleza ni el cosmos son malos.
No digo nada nuevo. Los grandes filósofos del pasado lo han afirmado con mejores argumentos y mayor contundencia lógica.
El mal siempre tiene nombre y apellido.
Leerte en tu faceta reflexiva siempre mueve y conmueve, maestro querido.
Te dejo un cálido, cariñoso y siempre fraterno abrazobeso.
Los animales se rigen por su instinto. Decir que un león es malo porque se come a una gacela no es más que un abuso del lenguaje. Los leones son depredadores y se alimentan de carne.
La cuestión que planteas sobre si el mal es innato o no me parece difícil de resolver.
Tiendo a ver el mal como una entidad que se posesiona de nosotros (Dostoievski tituló uno de sus libros, en su versión francesa, «Los poseídos»; en español se ha traducido como «Los demonios» o «Los endemoniados») y nos convierte en sus lacayos.
Coincido plenamente contigo en que el mal tiene siempre nombre y apellidos. Un abrazo.
El mal podría ser innato cuando viene en la genética y se debe a alguna deficiencia electroquímica del cerebro; sin embargo, en ese caso, no habría responsabilidad de quien lo comete, pues no lo hace por decisión propia, sino por impulso… aunque no deje de ser mal.
En sí, como bien afirmas, no es fácil dilucidar si nacemos o no con el mal dentro de uno. Al final, es tópico de la moral y en ese caso es indemostrable a cabalidad, por lo que como ya lo afirmó ese grande de Könisberg: si no existiera habría que postularlo para equilibrar las cosas y, como no puede demostrarse si es innato o aprendido, cualquiera cosa que se diga a favor o en contra debe ser igual de válida (en tanto esté bien argumentada).
Abrazobeso fraterno, cariñoso et semper fidelis, frater carissimus.
Es evidente que alguien que tiene una lesión cerebral o una enfermedad neurológica grave no es dueño de sus actos. Desde el punto de vista legal no sería condenado. Las consecuencias de sus actos pueden ser nefastas, como las de un huracán, pero a ninguno de los dos se les puede pedir cuentas. De esto hablo en la entrada de mañana.
También tendré la osadía de analizar (en la medida de mis limitadas capacidades) las argumentaciones sobre el mal que han hecho las cabezas pensantes. Un abrazo.
Reblogueó esto en Ramrock's Blog.
Gracias por rebloguear. Saludos cordiales.