187.-El mal es una de las experiencias a la que todos nos vemos confrontados, y que nos fuerza a tomar una actitud en la vida, ya sea explícita o implícita.
Tarde o temprano, normalmente en el periodo de la infancia, puesto que es entonces cuando estamos más expuestos y tenemos menos recursos, el mal irrumpe bajo cualquiera de las múltiples formas en que puede hacerlo, brutal o solapadamente. Es un hecho que, tarde o temprano, tenemos que vernos las caras y actuar en un sentido o en otro (en principio, reconociendo el mal o negándolo).
Esa experiencia nos posiciona. Hay otras, además de esta, ligadas a los temas fundamentales a cuyo influjo ningún ser humano escapa. Esas grandes cuestiones (el poder, el deseo, el tiempo, la trascendencia…) nos esculpen.
Podemos aceptar o rechazar el mal, pero siempre hay que dar una explicación. Esto no incumbe sólo a los pensadores que, en efecto, se han ocupado de este asunto consignando por escrito sus conclusiones. Otras personas se limitan a verbalizar sus ideas. Y las que ni siquiera hacen eso también tienen y se rigen por una “filosofía” que preside su comportamiento.
Nadie queda indiferente al contacto del mal. Las dos opciones básicas son la alianza (convertirse en un servidor suyo) y el enfrentamiento o la resistencia (tratar de evitar que se extienda).
El hecho de negar el mal no implica en absoluto que no exista. Esta ilusión es, sin duda, uno de sus mayores éxitos. Los que se acogen a ella o bien son unos irresponsables, o bien han tomado una decisión ideológica.
El mal tiene una doble vertiente: se sufre y se inflige. Al principio la experiencia no tiene que ser el mal recibido, la cual seguramente es la más común. Puede ser el mal perpetrado por uno mismo. Este doble aspecto divide a la humanidad en víctimas y verdugos, que pueden serlo de por vida o cambiar de estatus en diferentes periodos. Escapar a esta clasificación es un medio de no hacerle el juego al mal, que impone esta dicotomía.
El mal sufrido es el que viene de fuera, de los otros, de la sociedad. El mal infligido es el que sale de dentro, el que nosotros mismos realizamos.
Su grado de amplitud y su intensidad dependen de la anchura de las conciencias. Cuanto más lasas, más se difuminarán las fronteras, pudiendo incluso volatilizarse.
Aunque sabemos que es malo matar, robar, mentir, manipular, calumniar, etc., y nadie quiere ser objeto de esos desmanes (nadie quiere ser víctima), cuando pasamos a la otra vertiente (a la de verdugo), esos actos condenables son perpetrados y los muros de contención van cayendo uno tras otro.
Una persona buena es la que no inflige el mal. La que no devuelve la bofetada recibida. Si además pone la otra mejilla, entonces se trata de un santo. En ella el mal muere. La cadena infernal se rompe porque alguien no ha permitido ser un eslabón más.
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No hay muchas personas dispuestas a poner la otra mejilla.
Puede que porque nuestro instinto de supervivencia nos empuje a devolver el mal que nos han hecho.
Pero eso solo sirve para perpetuar el mal.
No es una cuestión nada fácil.
Tú lo has dicho. Devolver el mal que nos han hecho equivale a perpetuarlo. Por otro lado, está claro que somos humanos. La tentación de pagar con la misma moneda es grande. Pero ¿qué otra salida hay que no sea la de abstenerse?
Por supuesto, el instinto de supervivencia y la legítima defensa son dos buenas razones para responder.
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Gracias por rebloguear. Saludos cordiales.
La última frase es preciosa. Felicidades, es una imagen increíble.
Gracias, Eleazar. Celebro que esa frase te haya gustado. La imagen de la cadena rota podría ser un símbolo de la victoria sobre el mal. Saludos cordiales.
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Gracias por rebloguear. Saludos cordiales.