Se mira en el espejo, abre la boca, saca la lengua. Se observa. Luego se cepilla los dientes. Cada mañana realiza las mismas operaciones. Cada mañana se pregunta si conseguirá llegar al final de la jornada, si no se atascará a la hora de almorzar, a media tarde o ya mismo.
Un conato de náusea lo obliga a arrojar en el lavabo la espuma del dentífrico. Se refresca la cara y el cuello con agua fría.
A continuación enumera todos y cada uno de los actos ejecutados hasta ese momento. No compulsivamente sino recreándose en el recuento, tratando de extraer una enseñanza de esa cadena de trivialidades que con matemática precisión cumplimenta día tras día.
Levantarse, ir al cuarto de baño, mirarse en el espejo, abrir la boca, sacar la lengua…
“Ahora entraré sin hacer ruido en el dormitorio cuya puerta he dejado entornada, y con la claridad procedente del salón me quitaré el pijama, me pondré los pantalones, la camisa, el jersey de pico, la chaqueta, los calcetines, los zapatos. Sigilosamente. Para no despertar a Marina. Saldré. Regresaré a este lugar y me peinaré. A continuación apagaré las luces, palparé los bolsillos para comprobar que tengo el pañuelo, la cartera, las llaves. Que no se me olvida nada. Que todo está en orden”.
-o-
Esperando el ascensor encuentra a Mario que, esforzándose en imprimir un tono festivo a sus palabras, le dice: “Hoy te toca invitar”.
Julio esboza una sonrisa y asiente. Cambiando de registro, Mario declara: “Esta noche he dormido fatal. No sé qué me ha pasado. No he pegado ojo”.
Se le nota en la cara. Julio dice: “A mí también me ocurre a veces”.
El ascensor se detiene. El portal está a oscuras. Mario pulsa el interruptor. Todavía es de noche.
Los dos hombres caminan un trecho y entran en “Casa Paco”.
“Hoy vamos retrasados” “Vamos como siempre” “Entonces tengo adelantado mi reloj”.
Paco, sin preguntar nada, les sirve los cafés.
Julio piensa: “Tomarme el café. Mirar el garrote que cuelga del techo. Leer el cartel que previene a los clientes de lo que puede sucederles si se van sin pagar”.
Mario exclama: “¡Son las siete y media! Lo han dicho en la radio”. Julio abona las dos consumiciones. Se despiden del dueño del bar.
“Ahora que este no arranque” masculla Mario acomodándose en el coche. Por fortuna el motor se pone en marcha a la primera.
En tres minutos desembocan en la avenida. La tranquilidad del barrio queda atrás.
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El relato rezuma cierta fatalidad y hastío, ese conato de nausea lo explicita. Es la cotidiana fatalidad de cada día, hoy te toca invitar a ti, mañana me tocará a mí… Eso sí, menos mal que el coche funciona y la tranquilidad del barrio queda atrás Muy buen relato Antonio, eso sí, incomodo; te hace sentir que la tragedia habita entre la rutina. Un abrazo
Hay el hastío y la monotonía de una vida que no responde a las propias aspiraciones, a los propios sueños. Julio, el personaje principal, está atrapado en el engranaje de la rutina. De ahí proviene quizá la incomodidad que produce el relato.
En cuanto a la tragedia, está latente. Ya veremos cómo se materializa. Esa afloración no tiene por qué ser exteriormente agresiva. Un abrazo.
Cambias mucho de estilo al narrar, eso me gusta.
Me has dejado con la intriga de saber qué le ocurre o que no le ocurre al protagonista.
En las próximas dos partes en que he dividido este relato para su publicación en el blog, se irá desvelando esa intriga, aunque desde este momento se puede sospechar o intuir lo que le ocurre al protagonista. Lo que no es tan evidente es cuál será su reacción.
¡Dios: la escena rezuma monotonía por los cuatros costados! Aunque no puedo intuir qué ocurrirá con el protagonista… ¿le llevará ese tedio insoportable a tomar una decisión inesperada y loca? ¿terminará la jornada, otra igual, escupiendo la espuma del dentrífico con la misma arcada? ¿Qué deja atrás al salir del barrio? Espero con impaciencia la segunda parte…
La monotonía, cuando forma parte de un modo de vida no gratificante, es una pesada losa. Pero pienso también que la rutina es la que nos permite hacer cosas, desde adelgazar a escribir un libro.
El protagonista, Julio, ha renunciado a sus sueños, ha caído en la trampa de las expectativas sociales. De ahí nada bueno puede salir.
En cuanto a la decisión, ya la ha tomado. Es su pequeña venganza compensatoria. La segunda parte está dedicada a su jornada laboral. Y la tercera al desenlace del relato.
Gracias por tu comentario. Saludos cordiales.
https://trainsurtrainghv.com/2017/02/19/piem-pas-voleur/ …au bar. Merci de l’abonnement/
Pas de quoi.
https://trainsurtrainghv.com/2015/09/13/au-cafe-2/Igual con este…
Muy buena entrega… Me parece excelente el juego de yuxtaposiciones temporales, más aceleradas, luego notablemente lentas del final. Esta muy bien logrado…. Un abrazo, Antonio 🌟❤️💛🌟
Gracias, Aquileana. En efecto, en este relato he recurrido a la yuxtaposición que es o puede ser un recurso eficaz. Hay ilustres precedentes literarios, aunque no voy a citar ninguno para no establecer, ni siquiera implícitamente, comparaciones. Un abrazo.