194.-Le cuento a Emma que recientemente me encontré con Jacinta. “Esa amiga que me cae tan bien y a la que aprecio tanto”.
Emma frunce el entrecejo. Le explico: “Esa amiga que me suele decir: ¿Por qué seré tan rara? Y a la que tranquilizo respondiéndole: Tú eres normal, los raros son los demás”.
Emma hace un gesto de asentimiento. Y no sé por qué me siento un poco molesto, como si también hubiese murmurado: “Hay que ver la gente con la que te relacionas”.
Ella me anima a seguir: “¿Qué ocurrió?”. Dudo en hablar. El relato servirá para echar leña al fuego.
-o-
Con las manos metidas en los bolsillos del pantalón vaquero, Jacinta se queda mirándome al sesgo. “¿Sabes lo que me ha pasado?”.
Luego se abstrae. Tengo la impresión de que se ha olvidado de mí. “¿Qué te ha pasado?”.
“El otro día un tontaina que se las da de psicólogo, y a lo mejor lo es, se empeñó en hacer un experimento conmigo.
“No esperó a que diese mi conformidad. Como ese juego le gustaba, me preguntó a bocajarro: ¿Tú qué dices después de decir hola?
“Cuando contesté que nunca decía hola sino buenos días, buenas tardes o buenas noches, lo que procediese, puso mala cara. Pensaría que le estaba chafando el invento deliberadamente, cuando sólo estaba ateniéndome a la verdad.
“Él reformuló su pregunta: Vale, mujer, ¿qué dices después de decir buenos días? Después de saludar me callo, afirmé. Esta vez puso cara de triunfo, como si me hubiese pillado en un renuncio o yo hubiese soltado un disparate”.
“Cuando sólo te atuviste a la verdad” “Ni más ni menos”.
El silencio se instala de nuevo entre nosotros. En vista de que ella no despega los labios, la sonsaco: “Y ese listillo ¿para qué quería saber eso?” “Para indicarme qué guion estaba siguiendo en la vida” “¿Cómo reaccionaste?” “Le dije que podía ahorrarse sus explicaciones, que para representación la suya, que a estas alturas yo no estaba para cuentos” “Y dejó de tocar la gaita” “De inmediato”.
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¡Cómo me gusta tu Jacinta, Antonio! Está claro que no casa con convencionalismos. No se ve obligada a hablar en el ascensor o cuando coincide en el ambulatorio con un vecino: si no tiene más que decir, basta con un «buenos días». Y ahí se detiene la conversación, aunque tengáis que recorrer 500 metros juntos hasta alcanzar el portal común. Los hombres (y, más aún las mujeres) sentimos horror silentium, de ahí la utilidad de temas tópicos y típicos como el tiempo o el fútbol. Lo que me extraña es que sea una Jacinta y no un Jacinto… Un abrazo.
Mi Jacinta es una mujer peculiar, al margen de la corriente general, inclasificable. Es de pocas palabras y largos mutismos que, en lo que a mí concierne, no me violentan porque sus silencios son auténticos, de alguien que no gasta saliva inútilmente.
Pero ella tienen conciencia de ser rara, pensamiento culpabilizador que yo combato.
En cuanto a lo que dices sobre los hombres, las mujeres y el «horror silentium», llevas razón, pero ya ves, siempre hay excepciones que cuestionan la regla. Un abrazo.
A veces se agradece un » buenos días» y nada más. Jacinta sabe de la importancia del silencio
El silencio es importante, pero hay quien no lo soporta. No es el caso de este personaje al que, a lo mejor, le dedico otra anotación que ponga de manifiesto su discreto carácter.