El título completo del libro es “Vathek, cuento árabe”, que remite a “Las mil y una noches”. El protagonista, además, es nieto de Harún al-Rashid, aunque quizá habría que adjudicar ese papel principal a la fantasía de la que el autor hace un extraordinario despliegue.
Esta narración no cabe calificarla de imaginativa. La imaginación, por mucho que se aleje, permanece conectada a la realidad, en la que revierten sus planteamientos. Esta narración es fantástica porque va más allá de la realidad, de la que suelta amarras para cabriolar en el vacío.
La imaginación tiene, por escasa que sea, una vertiente práctica. La fantasía es la negación de toda veleidad utilitarista. A Beckford, heredero de una inmensa fortuna, le eran ajenas las preocupaciones materiales que atan corto a los seres humanos.
Repleto de tics literarios, el libro demuestra que la retórica puede ser sumamente eficaz a la hora de contar. Los tópicos están colocados en su sitio y, en lugar de lastrar el desarrollo de la acción, están a su servicio.
El tema central es el ansia desmedida de poder que a veces se enmascara de conocimiento. Para conseguir su objetivo, Vathek, secundado y espoleado por su madre, no duda en aliarse con las fuerzas del abismo. El deseo luciferino de omnipotencia mueve al cruel y soberbio califa.
Tras recibir una carta, Carathis, madre de Vathek, y trasunto de la posesiva y autoritaria madre del autor, sale en busca de su hijo que había desaparecido. Emprende tal expedición montada en un camello que comparte con dos negras. Cuando encuentra a su hijo, le canta las cuarenta.
“Ordenó que prepararan su gran camello Alboufaki y que hicieran venir a la horrenda Nerkes y a la implacable Cafour: No quiero nada de cortejos, dijo al visir; voy por asuntos urgentes, así que nada de desfiles; cuidaos del pueblo; desplumadlo bien en mi ausencia (…).
La noche era oscura y soplaba, de la llanura de Catoul, un viento malsano que hubiera hecho retroceder a cualquier viajero por mucha prisa que tuviera; pero Carathis se complacía mucho en todo lo que fuera funesto, Nerkes pensaba lo mismo y Cafour sentía particular predilección por las pestilencias. (…)
Carathis puso pie en tierra, así como las negras que llevaba a la grupa, y quedándose todas en camisa y calzones, corrieron bajo el ardiente sol para recoger hierbas venenosas que abundaban a orillas del pantano. (…)
Durante cuatro días y cuatro noches continuó sin detenerse su viaje. Al quinto atravesó montañas y bosques quemados a medias y al sexto llegó ante los hermosos biombos que ocultaban a todos los ojos los voluptuosos extravíos de su hijo. (…)
Carathis avanzó con sus negras y, montada todavía en Alboufaki, desgarraba las muselinas y las finas cortinas del pabellón. (…) Sin bajar de su camello y espumeante de rabia (…) estalló: ¡Monstruo de dos cabezas y cuatro piernas! ¿qué significa ese hermoso amontonamiento? ¿No te da vergüenza abrazar ese pimpollo en vez de los cetros de los sultanes preadamitas? (…) ¿Este es el fruto que sacaste de los grandes conocimientos que te di? (…) Despréndete de los brazos de esa tontuela; ahógala en el agua y sígueme”.
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