195.-Le cuento a Emma un tropiezo que tuve con el catolicismo. “Yo he tenido tantos y con tanta gente que si empezara a hablar, no acabaría nunca” comenta ella.
“Tuvo lugar en mi adolescencia, cuando estudiaba bachillerato. Fue durante la clase de religión, con el cura que impartía dicha materia.
“No fue una discusión. Ni antes ni ahora me han gustado las polémicas ni las voces altas ni los gestos descomedidos. En cuanto al profesor, era un hombre achaparrado y simpaticón que nos amenizaba las lecciones con episodios de su estancia en Argentina y Uruguay.
“Una de esas historias nos hizo reír a todos, principalmente por la incomodidad del narrador al referirnos el detalle principal, el meollo de ese percance tan chusco.
“Cuando él y sus colegas llegaron a Montevideo, quisieron inmortalizar el momento haciéndose una foto en una de las plazas de la ciudad. Requirieron los servicios del profesional que allí estaba, y le rogaron encarecidamente, puesto que todos ellos estaban dotados de unas señoras napias, que no los cogiera de lado sino de frente.
“El fotógrafo se escandalizó o al menos tuvo una reacción de divertido asombro. ¿Cómo unos sacerdotes se atrevían a hacerle semejante petición?
“La clave del equívoco, según nos explicó el docente con gestos teatrales de no poder ser más explícito, radicaba en el uso inconveniente que el verbo “coger” tenía en Uruguay”.
“Estoy segura de que tus compañeros y tú lo entendisteis perfectamente” “Lo entendimos y celebramos con risas ese entremés.
“Esa y otras divertidas historias hacían llevaderas las clases. El problema se planteó el día en que el cura abordó el tema del mensaje cristiano y de la salvación. Le pregunté si estaba condenada una persona de vida honesta que, por razones históricas o geográficas, no hubiese conocido la buena nueva.
“El cura, haciendo los mismos visajes, la misma forzada gesticulación de impotencia que cuando intentaba hacernos comprender el sentido sicalíptico del verbo “coger”, respondió: No, fuera de la Iglesia no hay salvación.
“Ciertamente, pese a la violencia ejercida sobre sí mismo, esa conclusión no era el resultado de un doloroso parto espiritual. Él no podía decir otra cosa. Esa ausencia total de matizaciones, de casuística, de consideraciones humanas, me dejó perplejo.
“Quise retomar el tema, pero ni al cura le era grato ni a mis compañeros les interesaba. Me quedé con ese desconcierto, sin tener a nadie a quien hacer partícipe de mi malestar.
“Así estuve hasta que conocí a una pensadora francesa que murió a los treinta y cuatro años oficialmente de tuberculosis, en realidad de desnutrición. Ella también se había planteado esa cuestión y otras igualmente importantes, y las había expuesto con toda claridad en su “Carta a un religioso”.
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Contradicción no menor la del señor cura y lo que representa.
Es una contradicción. Católico quiere decir «universal». Este adjetivo no debe representar solamente una aspiración. El simpático cura respondió desde la estricta ortodoxia.
Con las contradicciones avanzamos, aunque a veces no sepamos dónde. Por lo demás, muy ilustrativa. Pensaba que algún otro comentarista ya se habría interesado por la autora de la que hablas, y que ya aparecería su nombre. Me entretendré en buscarlo. Un abrazo, Antonio, y buen fin de semana.
Las contradicciones impiden que nos durmamos, o al menos nos lo ponen difícil. Lo malo es cuando se agudizan demasiado.
Se trata de la pensadora francesa Simone Weil. Hablaré de la obra que cito («Carta a un religioso») en la segunda parte de esta entrada, que publicaré el miércoles próximo. Un abrazo.
Cada día me gusta más tu Emma como oyente. El relato me hizo recordar a una tía mía muy querida que se ordenó siendo prácticamente una niña. Ahora es una monjita casi nonagenaria, alegre, dicharachera, bellísima persona y muy candorosa. Cada vez que nos visita, sabiendo que soy atea, me pide que la acompañe al templo (como ella lo denomina), cosa que hago encantada porque sé que le agrada mucho. Allí permanecemos sentadas durante largo rato frente a una tosca cruz de madera, ella rezando y yo dándole vueltas a cualquier tontería o preocupación (imagino, porque nunca me había parado a pensar en ello) . Y cuando abandonamos la iglesia, me pregunta indefectiblemente, con un candor casi infantil: ¿Qué, notas ya la fe? Para mi tía, la fe es la explicación primera y última de todo y la única verdad. Quizás, por su carácter amable, no sería tan tajante como tu cura, y la imagino diciendo «Dios será benevolente porque esas personas están en la ignorancia», para añadir después con agudo sentido práctico: ¡pero no estaría de más mostrarles el buen camino por si acaso! Un placer leerte, Antonio.
Normalmente es Emma quien tiene la palabra y yo quien mete una cuña cuando puede. Por lo demás, me gusta más escuchar que hablar.
Esta historia que has contado de tu casi nonagenaria tía está a la altura de los relatos que publicas en tu blog. Me ha resultado divertida y entrañable (este adjetivo no es mi preferido, se ha colado solito).
Abordo someramente la cuestión que plantea tu tía y otras relacionadas con este asunto en la segunda y última entrega de esta artículo. La fe es importante, no sólo a nivel sobrenatural sino humano, al igual que la esperanza, pero a lo que apela Simone Weil, la autora de «Carta a un religioso», y yo comparto, es a la caridad y a la aceptación de la realidad.
Mi cura era una buena persona. Su no, para mí incompresible, fue dictado mayormente por su deseo de cortar el debate. A él le gustaba pasarlo bien en clase y no complicarse la vida con disputas teológicas. Un abrazo.
La de cosas que sois capaces de decir y todas buenas y valientes!
Tú también las dices en tus historietas con dibujos. Y además divertidas. Feliz Navidad.
Feliz😊🥂