Conforme me alejaba, me iba apaciguando. El encuentro con García Silva me había desazonado.
En realidad no habíamos sido amigos a pesar de vivir cerca uno de otro. Nuestras relaciones se habían limitado a un cruce de saludos y al intercambio de algunas frases.
Era un niño que no se integró en ninguna pandilla, y que no participaba en los juegos.
Aunque hacíamos chistes a su costa, nos guardábamos de burlarnos de él en su presencia, sobre todo a raíz de un lamentable incidente.
Uno de los chavales, que se las daba de gracioso, se dirigió en una ocasión a García Silva llamándolo “esparraguera”. No obtuvo respuesta. El provocador tomó nota de esta reacción y esperó el momento propicio de volver a la carga.
Mientras tanto, no se privaba de ridiculizar a García Silva. Nunca se refería a él por su nombre sino por un mote. El Cara-coliflor era su preferido.
Ese día teníamos un examen que pocos habían preparado. El profesor tardaba en llegar.
“Seguro que ese espantapájaros saca un diez” dijo el niño en voz alta. El aludido no se dio por enterado.
Los que estaban al lado del gracioso lo incitaron a que fuese a preguntarle si había estudiado. Primero se negó, pero los otros insistieron argumentando que no iba porque le daba miedo.
El niño menudo de pelo rizoso se puso gallito y, metiendo las manos en los bolsillos del pantalón, se acercó al pupitre de García Silva que se puso en pie antes que el enviado llegara. Sus rasgos se habían endurecido.
Iba el chistoso con una sonrisilla en los labios. “Esos payasos creen que tú muerdes” dijo marcando las eses. “Queremos saber…”
Un puñetazo en pleno rostro dejó la frase inacabada. El chulillo trastabilló sin caer al suelo.
La respiración de García Silva era entrecortada y había enrojecido violentamente, dispuesto a seguir la pelea.
El niño bajito, que sangraba por la nariz, sólo atinó a musitar: “Estás loco”.
A pesar del tiempo transcurrido, recordaba este incidente con todo detalle.
La bóveda celeste arrojaba una luz que volvía irreales las solitarias calles por donde pasaba. Para comprobar que no eran un decorado, palpé la superficie de una pared.
Cuando llegué al centro del pueblo, quedé sorprendido por el cambio.
Alrededor de la plaza se alzaban grandes casas con balcones corridos, cenefas de azulejos y miradores coronados por piñas de cerámica. En los parterres florecían los rosales y los naranjos estaban cargados de azahar.
Entré en ese animado ámbito y deambulé por él mezclándome con la gente.
Me sentía como gallina en corral ajeno. Era obvio que desentonaba en ese conjunto de distinguidos paseantes. Los hombres iban trajeados y las mujeres lucían elegantes vestidos y zapatos de tacón alto.
Por suerte nadie parecía reparar en mí. Estaban ocupados en hablar entre ellos o en andar cogidos del brazo. La atildada concurrencia se renovaba continuamente.
Ese río humano que se dispersaba por la fragante rosaleda, nacía en una casona con grandes ventanales. Sobre el dintel de la puerta se leía: CASINO CULTURAL.
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Parece que han retrocedido en el tiempo. Me ha gustado la descripción de la plaza, ese aroma a azahar….
Del puñetazo, aunque esté mal decirlo, me he alegrado.
El pasado ha hecho irrupción en el relato. De ahí surgen García Silva y el recuerdo que revive el conductor del seíta.
¿Por qué va a estar mal alegrarse de que alguien a quien le están tocando las narices reaccione aplastando las del incordiante?
Por aquello de que la violencia genera más violencia pero lo cierto es que en algunos casos consigue cortarla. Y además es legítima defensa. Puñetazo al canto!
Cierto es que la violencia engendra violencia. También lo es que somos humanos y que todo tiene un límite. García Silva se vio forzado a elegir entre la agresión o la humillación infligida por un renacuajo..
Reblogueó esto en Ramrock's Blogy comentado:
#relatos
Gracias por rebloguear. Saludos cordiales.
Estoy de acuerdo con la siempre atinada evavill: la descripción de la plaza es impecable. En cuanto a la violencia, soy de la opinión de que, a veces, una buena torta es la mejor forma de cortarla de raíz. Aprovecho esta entrada para despedirme durante una temporadita, Antonio (confío que corta). Se me acumulan las obligaciones personales y profesionales y veo que no tengo apenas tiempo para nada. Pero seguiré al tanto de tu Viaje a Aracena, aunque leyendo varios capítulos «de seguido». Por cierto, los Reyes me han traído tu «Niño Zangolotino». Ya lo había leído en el blog, pero sigo siendo una lectora a la antigua usanza, así que disfruto mucho más con el tacto del papel. Espero tener ocasión de ir leyéndote poquito a poco. Un abrazo, y ¡hasta pronto!
Evavill, en la blogosfera, Paloma, en la esfera de la realidad cotidiana, es certera en sus juicios, tiene instinto literario como queda de manifiesto en sus comentarios. Ella escribe muy bien. A su blog te remito si no lo conoces («El blog de una empleada doméstica. Aventuras d una chacha»). Te doy las gracias por compartir su valoración.
Espero que tu ausencia sea corta, y podamos disfrutar pronto de la segunda parte de «Doña Lolita», y de otras narraciones. Ya se sabe, la obligación es antes que la devoción.
Me siento complacido de seguir teniéndote como lectora de «Viaje a Aracena», y de que los Reyes Magos se hayan portado bien contigo (seguro que lo mereces) y te hayan traído un ejemplar de «El Niño Zangolotino y nueve relatos más» (lo he releído un poco y he descubierto una pifia, qué sufrimiento esto de ser escritor). Un abrazo.