Me senté en una piedra redondeada. Estaba cansado, había perdido a mis amigos, tenía el coche en el taller y habían intentado liquidarme.
Incapaz de decidir nada, me abismé en la contemplación de ese aparato de fuselaje maltrecho que tenía ante mí.
García Silva trató de llamar mi atención restregando la suela de los zapatos por el suelo. En vista de que no lograba resultado, se puso a dar patadas a los guijarros. Por fin su voz resonó en mi cabeza.
“¿Sabes lo que le pasó a esa avioneta?”.
Ni lo sabía ni me importaba. Tras una prolongada pausa respondí: “No” “Tuvo una avería” “Esas cosas ocurren”.
“Le fallaron los frenos. El dueño dijo que no valía la pena arreglarla. En definitiva se trataba de un cacharro viejo.
“La guardaron en el cobertizo y los niños empezaron a jugar con ella. La sacaron de nuevo a la pista y la empujaban de un lado para otro. Se metían en la cabina, se encaramaban a las alas y hacían girar las aspas con las manos. Y un día la despeñaron por este terraplén”.
Me levanté y dije: “Tengo que ir a recoger mi coche. Me pediste que te acompañase a este lugar y accedí. Ahora te toca llevarme al taller. Si el seíta está a punto, podemos dar una vuelta”.
García Silva aceptó. Por el camino empecé a considerar una serie de inconvenientes. ¿Y si no quería bajarse cuando acabase el paseo? ¿O este le parecía demasiado corto? ¿O se empeñaba en conducir?
Por otro lado estaban mis compañeros, a los que tenía que localizar. Había hecho mal en comprometerme, pero mi conciencia no me atormentaría si, cuando llegase el momento, le daba esquinazo.
Por lo pronto no podía prescindir de su ayuda. Cuando vi el taller, me adelanté y fui a hablar con los mecánicos.
“Todavía nos queda tarea” dijo el mayor de ellos. “¿Mucha?”.
El hombre sacó un cigarrillo del paquete, lo encendió y aspiró una bocanada. Sólo entonces se dignó responder.
“Esto va para largo” “Pero usted me dijo que lo arreglaría hoy mismo”.
Como no replicara nada, añadí: “El coche me hace falta”.
El mecánico siguió fumando como si tal cosa. Esa cachaza me atacó los nervios.
“Si es cuestión de dinero, estoy dispuesto a pagar lo que me pida” “Le voy a cobrar lo que tenga que cobrarle, ni una peseta más” afirmó al tiempo que expulsaba una nube de humo.
Y concluyó sentenciosamente: “Ustedes, los jóvenes, siempre tienen prisa. En la vida surgen problemas que no podemos resolver a nuestro antojo”
Sólo faltaba que se pusiera a sermonearme.
“Su coche tiene una avería más grave de lo que habíamos pensado”. Y tras dar una calada al pitillo añadió: “La reparación va a durar, como mínimo, dos días”.
Si me hubiese anunciado el fin del mundo, no me habría sentido más consternado.
“Eso no puede ser”.
El mecánico se encogió de hombros, dio una última calada y arrojó la colilla al suelo. Luego se volvió y dio algunas instrucciones a su ayudante.
Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 Unported.
Muy buen relato
Muy amable por tu parte. Gracias y saludos cordiales.
En cuanto la termines esa novela tienes la idea de editarla en papel ?Es que ,como dije , me gusta leer los libros de papel. Había un montón de sucesos que me he perdido. Un abrazo con la esperanza que un dia la leeré entera. Besos.
Es una posibilidad que no había contemplado, sobre todo por el trabajo que supone para el autor.
«Viaje a Aracena» es un relato largo o una novela corta. Quedan solamente dos capítulos para su final, es decir, el libro acabará este mes de marzo, con el invierno. Sería necesario añadir algunos relatos más para hacer una obra de cierta entidad. No sería la primera vez que lo hiciera. Así fue como publiqué «El niño zangolotino y nueve relatos más» en Amazon (en edición papel y digital).
Entiendo lo que dices porque a mí también me gusta tener el libro en las manos, poderlo tocar y hojear. Un abrazo.
«Esto va para largo», desesperante frase muy de los talleres y arreglos mecánicos en general.
Sin el coche, el protagonista y sus amigos están perdidos y eso que muy buen viaje no les dió.
Lo menos que se puede decir del viaje es que fue azaroso. El cochecito no puede más, ha dado de sí el máximo. Los mecánicos, como los médicos, dan largas pero no garantías de que vayan a solucionar el problema.
El protagonista y sus amigos están en Aracena y parece que allí tienen que quedarse mal que les pese.
Uff qué impotencia con los mecánicos. Cada vez que dejas el coche se convierte en un auténtico acto de fe… seguro que va a ser la junta de la trócola (que no tengo idea si existe o no pero me hace gracia ese nombre 😉
Una vez solté eso de la trócola, que es una palabra sonora donde las halla, y los entendidos se me quedaron mirando de una manera rara, como si yo hubiese dicho un disparate. No hice más que repetir lo que escuché a un mecánico cuando tuve una avería a la altura de Zaragoza. Comparto tu ignorancia.
Tu protagonista está ante el dintel de su infierno. García Silva parece habérsele convertido en un emisario de éste, y la noticia del mecánico, el puñetazo que faltaba.
Bordando con maestría, como te es habitual, esta novela corta.
Abrazobeso cariñoso y fraterno, magister carissimus.
Justamente ahí: a las puertas del infierno. Y García Silva es su conductor o quizá algo todavía peor.
La información del mecánico es una puerta que se cierra, que corta la retirada.
Ahora sólo queda lidiar con ese ser acéfalo.
Que tengas una buena semana. Un abrazo.
¿Una avería más grave de lo que había pensado? Desde luego es un diagnóstico optimista para un seíta al que desde el principio le faltaba el motor en pleno… Me puede la curiosidad una vez más: dices que faltan pocos capítulos y, sin embargo, son muchos los frentes abiertos. No va a ser fácil concluir este relato… Por cierto, recomiendo a laacantha la lectura de «El niño zangolotino y nueve relatos más». Estoy segura de que va a pasar un buen rato. Un abrazo, Antonio.
Exacto, Carmen. O el mecánico miente como un bellaco por interés propio o está tomando el pelo al protagonista, sabedor también de que el seíta no tiene motor. Tal vez están conjugando el verbo engañar: yo te engaño, tu te dejas engañar…Pienso que esa pantomima es bastante corriente, así como la de asombrarnos o escandalizarnos cuando nos dicen medias verdades que deberíamos aceptar.
Faltan dos capítulos. El Lunes Santo (si el tiempo, la autoridad y los toros lo permiten) acaba este viaje. Veremos si consigo cerrar este desmandado relato. Ya ni el coche ni el conductor ni el autor pueden más.
Gracias por la recomendación que haces a Laacantha, y gracias a ti por tus siempre atinados comentarios. Buenas noches.
Reblogueó esto en Ramrock's Blogy comentado:
#relatos