Anochecía tras una jornada larga y complicada. Regresaba a casa en el coche de Raúl, un compañero que conducía suavemente. La radio, que solía encender para escuchar las noticias, estaba apagada. También él estaba cansado y prefería concentrarse en la carretera.
Sin venir a cuento le pregunté: “¿No te gustaría tener unas tijeras de plata?”. Me lanzó una rápida mirada. El tráfico era denso, la hora crepuscular.
“Para la costura y otras manualidades sirven las normales” respondió. “No estoy hablando de cortar tela, papel o cualquier otro material”.
Se hizo un silencio prolongado durante el cual el ruido del motor y los faros encendidos de los otros vehículos cobraron todo el protagonismo.
“¿Te parece una pregunta absurda?” “¿Por qué me la has hecho?”.
Solía ocurrirme que entre dos luces, y más aún después de un día problemático, mis defensas se debilitaban y emergían recuerdos enervantes, molestos e incluso bochornosos. Recuerdos que se asemejaban a moscas pegajosas. Por más que trataba de espantarlos regresaban una y otra vez.
Como el ambiente se prestaba a las confidencias, le conté a Raúl ese asunto de los recuerdos semejantes a enojosas moscas. No se podía hablar de tortura, sólo de fastidio.
“A todos nos acosan de tarde en tarde nuestras malas experiencias” “No se trata exactamente de errores, tropiezos o fracasos sino de episodios que se condensan en una imagen punzante. Se trata más bien de situaciones que se han vivido mal, como al bies, y que nos han dejado en herencia un fango adherido, una sensación desagradable, como la producida por el aliento de un enfermo.
“Situaciones pretéritas que, cuando la memoria las actualiza, provocan reacciones viscerales, sublevaciones internas. Lo cual se traduce en una turbiedad que desvirtúa el presente.
“Esos feos nubarrones aparecen en el cielo despejado y descargan un chaparrón sobre el desprevenido transeúnte”.
“¿Esas tijeras de plata sirven para extirpar esas excrecencias?” “Sí, aquello que mortifica, altera o hace sentir mal. Aquello de lo que te arrepientes porque no fuiste tú en ese momento, porque te dejaste arrastrar, porque fuiste estúpidamente débil, porque te prestaste a juegos a los que podías haberte negado. Aquello que, como dije antes, malviviste y se convirtió en una rémora.
“Imagínate. De un tijeretazo cortarías esa red de recuerdos inoportunos o lacerantes, acabarías con esa marea de algas en descomposición y quedarías más limpio que una patena.
“Una vez suprimidos esos andrajos lucirías un traje nuevo, el tuyo realmente, el que debe revestir tu desnudez, con el que te sientes realmente cómodo e incluso elegante. Diríamos adiós a todos los pegotes de nuestra vida”.
“Un traje nuevo a tu medida” dijo Raúl esbozando una sonrisa, “me temo que si lo quieres, lo vas a tener que confeccionar tú mismo con tu esfuerzo” “Lo he intentado y no es posible. Lo que se necesita es unas tijeras de plata con las que eliminar, conforme va aflorando, esa material podrido”.
“O una palmeta matamoscas” “También haría el avío, pero me quedo con esas maravillosas tijeras que nos convertirían en hombres deslastrados, que suprimirían los pintarrajos y borrones de nuestra biografía.
«¡Qué inconmensurable placer contemplar, tras la poda, cómo el viento arrastra y lleva lejos esos tristes guiñapos que inopinadamente se ponen a ondear como banderas ante nuestras narices!».
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«Una turbiedad que desvirtúa el presente», sí, eso es. Me gustaría tener esas tijeras.
A mí también. Unos cuantos tijeretazos y nos incardinamos en el presente respirando a pleno pulmón.
Vaya, ¡un nuevo alarde de capacidad descriptiva! Por mi parte, no estoy tan segura de que me gustase tener esas tijeras: me da que es difícil podar excrecencias sin llevarte adherido a ellas algo que merece la pena; es como cuando de pequeña recortaba una de esas mariquitas de papel que venían acompañadas de varios vestidos: a poco que la tijera (casualmente mi abuela tenía una chapada en oro con un tuerquecita en el centro muy historiada) se desviase un poco de la línea trazada, deformabas la muñeca y perdía la forma humana. Ese fango adherido es parte de lo que vivimos y fuimos y también de lo que somos. La verdad es que tengo ganas de cotejar la segunda versión con la primera… ¿seguirás pensando lo mismo? Un abrazo.
En el relato se especifica que son recuerdos que dejan un regusto desagradable por corresponder a situaciones ridículas, a estupideces e imposturas que empañan el momento presente.
Por supuesto, esas situaciones son también experiencias de las que aprendemos, o eso deberíamos. Gracias a ellas podemos crecer y enderezarnos. Profundizo en este tema en la segunda redacción de este cuento, en la que se utiliza otro tono y se da otro giro.
Sin duda, ese fango adherido nos conforma, es parte de lo que somos, pero a mí no me importaría darme un buen baño y quedar más limpio que una patena. Aunque seguro estoy de que volvería a ensuciarme.
Mi opinión personal es que más de uno sueña con esas tijeras, por ejemplo Lorenzo, el protagonista de la segunda versión. Feliz semana.
Razón tiene Max, todo está entreverado como la grasa en el jamón.
Jamón ibérico cinco bellotas, espero.
Ibérico sin duda, nada de prosciutto que viene sin hueso y sin grasa👈
Habrá que buscar esas tijeras de plata o pasar por un baño de fuego al blanco vivo, con el que se forjan los metales impolutos, casi perfectos.
Abrazobeso cariñoso y fraternal, siempre.
Esas tijeras son una fantasía con la que sueña el protagonista de este relato, una especie de bálsamo de Fierabrás que nos limpiaría de molestas adherencias.
Quizá haya otros medios más realistas de lograr ese objetivo. Un abrazo.
La magia y el encanto que implica el simbolismo de esas tijeras, jamás podrá superarlo ningún otro medio realista. Es parte inherente del poder balsámico que ejerce la imaginación literaria en nuestro espíritu.
Abrazobeso fraterno, siempre cariñoso y admirativo. cher Antonio.
Magníficamente expresado, querido colega. El poder balsámico de la imaginación literaria ha salvado tantas o más vidas que la penicilina. O las ha hecho más llevaderas. Un abrazo.
Ohhhh….Antonio , no van a servir para nada esas tijeras . Es que, a un ser humano le ha creado El Señor muy imperfecto. Cortando lo antiguo a la vez cometemos nuevas estupideces , así somos . No aprendemos. Bueno, por lo menos yo. Me gustó mucho el texto. Un abrazo.
Eres escéptica o tal vez muy realista. Es necesario dejar un espacio libre para que la imaginación nos facilite sus soluciones o remedios, como estas maravillosas y simbólicas tijeras.
Llevas toda la razón en lo que dices. Sólo puedo estar de acuerdo contigo. Somos imperfectos y reincidentes. Somos una monada.
Por eso mismo no está mal espolvorear de vez en cuando la realidad cotidiana con estrellitas de colores. Un abrazo.
Ayyyy….que bueno es lo que has escrito…somos una monada…. Se nota que estas de muy buen humor. No soy una eséptica ¡ que va ! …por supuesto, que tengo un montón de casos los que cortaría y arrancaría de mi memoria con las tijeras mágicas , o lo que sea.
¿ Quizá a lo mejor dejarlos vivos esos recuerdos vergonzosos ? Para que nos impidan ,( ¡ ojala!) de tal o de otra manera ,cometer nuevas tonterias. Un beso Antonio.
He escrito una segunda versión de este relato, que me ha salido más larga (la publicaré en tres partes), donde profundizo en este tema y desarrollo eso mismo que apuntas al final de tu comentario.
También he procurado que el humor no esté ausente. Que tengas un feliz día.
Por cierto, esta semana no hemos tenido «Los Domingos de Arte». No has acudido a la cita con tus lectores.
Esaba totalmente involucrada en la celebracion del día de Resucreción . ¡ Ojo! El domingo de este semana es el Domingo Santo de los ortodoxos…¡una celebración más! Pero la entrada del domingo pasado voy a publicar hoy.