“Siempre habrá alguien” replicó la otra “que te recuerde tus pecados” “Claro. En ese momento se actualizan, pero tan pronto como te alejas, vuelven a desaparecer porque ya son el recuerdo de un recuerdo, algo muy inconsistente que se evapora enseguida. En realidad es como si te hablaran de algo que ha hecho otra persona, alguien desconocido por quien no sientes curiosidad.
“Aun en el caso de que aportaran pruebas: una foto, un libro con una dedicatoria…, la repercusión sería mínima. Esos objetos se verían como ajenos. Serían, en definitiva, la prueba del olvido”.
Lorenzo prestaba suma atención. Lo que exponía la señora coincidía con sus fantaseos. Esas tijeras de plata eran la llave de la amnesia feliz.
“¿Qué hay que hacer con ellas exactamente?” “Aguadar a que surja el recuerdo engorroso, cerrar los ojos para intensificarlo al máximo, coger firmemente las tijeras por las agarraderas y empezar a cortar sin prisa hasta que el recuerdo se desprenda de la memoria y caiga al suelo donde se ira difuminando hasta ser absorbido por la nada. El hueco que deja es rápidamente cubierto por la actividad neuronal”.
Lorenzo, que no había perdido ripio, a quien el café con leche se le había enfriado y la tostada a medio comer se le resecaba en el plato, concibió un plan sobre la marcha.
Las palabras que había escuchado giraban en su mente como los planetas de un recién nacido sol. Ahora sabía que una de esas tijeras de plata estaba en Sevilla, al alcance de la mano, como quien dice.
Telefonearía al trabajo para comunicar que estaba enfermo, que había pasado una pésima noche e iba a ir al médico. Adonde, en efecto, iría más tarde. Pero primero tenía que esperar, seguir a la señora y abordarla en el momento oportuno. Aún no sabía cómo iba a obtener de ella la valiosa información que poseía.
Pero la idea de liberarse definitivamente, más que de sus malas experiencias, de sus estupideces, era una perspectiva irresistible. Quería sentirse ligero.
Esta solución era más efectiva y más económica que cualquier psicoterapia. Él había probado algunas y daba fe de que no eran más que paños calientes. Ya lo aparcaron una vez en un sofá hasta que se cansó de perder su tiempo y su dinero.
No quería remedios parciales o dudosos que eran los que proporcionaban los especialistas. El arreglo total a que aspiraba sólo era posible dando unos cuantos tajos.
Las dos mujeres se fueron juntas. Lorenzo salió detrás de ellas. En una esquina se despidieron. La que le interesaba entró en un bazar chino. Lorenzo dudó entre imitarla o quedarse fuera.
Optó por lo primero. La señora había desaparecido en una de las calles abarrotadas de artículos. Lorenzo no tardó en localizarla. Estaba de pie ante una estantería con objetos de decoración o de regalo.
La señora cogió algo y, al dirigirse a la caja para pagar, pasó a su lado con una sonrisita en los labios.
Lorenzo se acercó a la estantería y echó una ojeada. En uno de los anaqueles había gatos de la suerte de color dorado, algunos moviendo un brazo. Había también cuarzos de diversos colores, colgantes con botellitas de cristal, cajitas de madera de sándalo, campanillas colgantes Chi Lin.
Siguió mirando más abajo y descubrió las herramientas generadoras de energía y los espráis para crear una buena atmósfera. Y justo al lado unas tijeras plateadas con una etiqueta donde se leía: “Sirven para cortar toda negatividad. Estas tijeras te protegerán de las envidias”.
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