Lorenzo era un hombre lo bastante culto para saber quiénes eran las Moiras. Una de ellas, Átropos, tenía unas tijeras con las que cortaba el hilo de la vida. En más de una ocasión se había preguntado de qué material estaban hechas. En la antigua Grecia no se conocía el acero, así que debían ser de hierro o de bronce.
Tanto el metal como la aleación le parecían dos opciones pesadas. Además, el hierro enmohecía y al bronce lo atacaba el cardenillo y se ponía de un venenoso color verde. El óxido no respetaba ni a uno ni a otro. Finalmente decidió que para la tarea realizada por Átropos el hierro era más adecuado. Eran unas tijeras, no una estatua.
Lorenzo fantaseaba a veces con ese instrumento que servía para poner fin a la existencia humana y sus miserias anejas. Incluso lo consideraba una llave que abría una puerta a otra dimensión. Quizá no había nada o quizá había algo. Eso nadie lo sabía. Para los griegos el tijeretazo marcaba el descenso al Hades.
Lorenzo visualizaba a la Moira con sus tijeras de hierro que chirriaban ligeramente cuando, entremetiendo el hilo entre sus hojas, las cerraba con un golpe seco. Silenciosamente la hebra seccionada caía a sus pies. Luego sonreía a Cloto, que había dejado de hilar, y a Láquesis, que había dejado de medir.
Lorenzo no albergaba en su mente ideas morbosas. Los hombres contemplan tarde o temprano la posibilidad de la muerte e incluso la tienen por una solución. La vida, en ocasiones, se hace cuesta arriba y se sueña con descansar.
Él era una persona dinámica que apreciaba la belleza de la creación y agradecía los dones recibidos. Pero eso no quitaba que la presencia de algunos puntos negros le aguase la fiesta. En realidad, no era nada importante. Por eso mismo lo incordiaba más.
Casualmente, en el bar donde iba a desayunar los días laborales, escuchó la conversación de dos mujeres mayores que estaban en la mesa de al lado. Una de ellas le hablaba a la otra de unas tijeras de plata.
Lorenzo dejó de masticar la tostada y aguzó el oído. Incluso se enderezó en la silla.
La señora le estaba explicando a su amiga que esas tijeras no se utilizaban para las labores de costura. Y añadió en un tono misterioso que tenían otra aplicación. Naturalmente su interlocutora quiso saber cuál.
“Te la diré si prometes no reírte” La otra mujer puso cara de seriedad y levantó una mano como si fuera a hacer un juramento.
“Son unas tijeras de las que sólo hay cinco o seis en toda la Tierra. Ignoro el número exacto. Son una rareza de valor incalculable. Ni siquiera se las puede calificar de piezas de coleccionista. Guardando las distancias, las comparo con el Santo Grial”.
La que escuchaba hizo un gesto de asentimiento en el que Lorenzo detectó una punta de ironía, pero la que peroraba no vio nada y siguió dando detalles como si tal cosa.
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Muy interesante esta segunda versión.
Yo no me atrevería a usar esas tijeras, al menos no en este momento. Pero entiendo lo que piensa Lorenzo.
Lorenzo siente curiosidad. ¿Quién no?
Una buena poda deja el árbol listo para dar nuevas y mejores frutas.
Muy especiales gracias por este texto. Expresa preciso y adecuado.
Sigue pareciéndome hermosa la imagen de las tijeras de plata.
Abrazobeso cariñoso y fraternal, carus magister.
Ya ves, en literatura o en arte, todo está inventado. No recuerdo si, cuando redacté la primera versión, tenía ese dato en la cabeza. Pero al escribir la segunda surgió con fuerza la imagen de Átropos y las tijeras con las que corta el hilo de la vida.
Mis tijeras de plata son un eco de las suyas. La principal diferencia es que las mías sólo tienen un uso estético: eliminar «los puntos negros». Un abrazo.
Aja…seguimos . Siempre me sorprendes con la lujosa variedad de palabras poco usadas. Bueno, quizá para mi, pero ya estoy con el diccionario. Un abrazo.
Lorenzo está a la escucha. Esa conversación le interesa. La amiga, sin embargo, no se acaba de tragar la existencia de las tijeras de plata, pero la otra está dispuesta a seguir argumentando. A ver a quien acaba convenciendo si a su amiga, a Lorenzo o a algún desprevenido lector.
Si estás ampliando tu vocabulario, me alegro. En el DRAE encontrarás todas mis palabras. Un abrazo.
Quizás este éxtasis cultural en que a veces cae lo aleje del itinerario a seguir, si bien no puede negarse el encanto que producen esas pequeñas joyas de erudición engarzadas en el discurso central de tu texto.
Gracias por permitirme leer tu creación y brindarme la posibilidad de conocer parte del misterio que dio origen a la misma. Confieso que su ternura me emocionó.
Es extraordinaria, sobretodo ágil, diferente, fuera de estereotipos. He quedado muy impresionado por su elocuente material.
Recuerda que un escritor profesional es aquel amateur que nunca se dio por vencido pues escribir es un oficio que se aprende escribiendo.
De los diversos instrumentos inventados por el hombre y la mujer, el más asombroso es el libro; todos los demás son extensiones de su cuerpo… Sólo el libro es una extensión de la imaginación y la memoria. Si ya escribiste un libro o estás planeando hacerlo, quiero ser el primero en leerlo.
Chao… Pasa por mi blog, hojéalo y lee la entrada que más te plazca.
Gracias por tu comentario, Samuel, que es más bien un análisis y una reseña.
No lo dudes, pasaré por tu blog y leeré tus siempre interesantes reportajes en los
que se pone de manifiesto tu gran humanidad. Saludos cordiales.
El experimento es interesante. Conozco las razones porque seguí tus comentarios con Máximo Disaster en una de tus últimas entradas. Un abrazo, Antonio.
La semana que viene acabo de publicar esta segunda versión del relato. Por cierto ¿te gustaría tener unas tijeras de plata? Un abrazo.
Sí son de segunda mano, sí, Antonio. Un abrazo.