Fui uno de los que acudieron a casa de Servando para ver con sus propios ojos ese hecho insólito. La noticia se había propagado como un reguero de pólvora. Tuve la suerte de ir en una de las primeras remesas de curiosos. Este asunto adquirió tal desproporción que Servando acabó dando el cerrojazo.
Esa reacción es comprensible. En Las Hilandarias hay una irrefrenable tendencia a sacar las cosas de quicio.
Servando y yo no somos amigos sino simples conocidos. Nuestro trato es cortés. Si no llega a ser por Brioso, a quien no se le escapa una, no habría sido testigo ocular.
La personalidad de Servando y la mía son bastante parecidas. Somos discretos e incluso distantes. Ambos tenemos dentro el gusanillo de la literatura, que es un rasgo compartido también con Brioso y con tantos otros vecinos del pueblo, donde la cofradía de los artistas hace la competencia a las religiosas.
Servando participa poco en la vida cultural hilandaria. Una prueba de su carácter retraído la constituye el emplazamiento de su casa.
Compró una parcela en las afueras del pueblo, en el interior de la dehesa de Rebuscallas. No se sabe cómo se las arregló para convencer al dueño de que le vendiera ese terreno. Pero lo consiguió.
Hizo un cerramiento original con ladrillos moriscos colocados triangularmente, como un castillo de naipes. Esta tapia de color rojizo producía un vivo efecto. Pero lo que realmente me llamaba la atención era la copuda encina que se erguía un poco más allá.
Era una encina centenaria, robusta, de ramas gruesas y largas que se extendían horizontalmente. Algunas llegaban a la propiedad de Servando, sombreándola en parte.
Dada su solidez, ese árbol daba la impresión de que estaba allí desde el principio de los tiempos, y de que allí continuaría hasta su consumación.
II
La casa estaba cerca y lejos, dentro y fuera. De ella se podía afirmar cualquier elemento de esos pares de contrarios sin faltar a la verdad.
El paraje en el que se hallaba tenía un aire bucólico. Las encinas estaban muy separadas entre sí. Todas tenían un porte majestuoso.
Esos magníficos ejemplares parecían avanzar en dirección a la vega, a la que se asomaban desde sus altas posiciones, como la avanzadilla de un ejército.
Los montes de suaves laderas estaban libres de maleza. Un riachuelo, a cuyas orillas crecían las adelfas, atravesaba un extenso prado que se abría a la campiña. Este era el paisaje que se contemplaba desde la vivienda de Servando.
Aunque no puso mala cara cuando nos abrió la puerta, tampoco se puede decir que se alegrase de nuestra visita.
Es un hombre poco expansivo. Hay en sus facciones y en su manera de mirar un fondo de tristeza.
Nos dio la mano y nos hizo pasar. Como tiene un punto socarrón dijo: “Supongo que no es a mí a quien habéis venido a ver” “Contigo queremos hablar” replicó diplomáticamente Brioso.
Servando nos llevó sin más rodeos al cuarto de baño. Brioso dijo: “Habrás hecho fotografías” “¿Para qué?” “Con esto se puede hacer un reportaje interesante” “Un reportaje interesante se puede hacer con lo que se cotillea por ahí” “Un reportaje delirante” precisé.
Era un cuarto de baño normal. A la izquierda estaba el lavabo, a la derecha el bidé y el inodoro, enfrente la ducha provista de mampara plegable. Al lado de la puerta había un armario lacado en blanco.
Lo que nosotros vimos fue un agujero, que a Brioso le recordó la boca de una zorrera, cerca del pedestal del lavabo.
Escudriñamos todo, como dos detectives en busca de pruebas. Incluso fuimos al patio para ver las losas rotas y la tierra excavada con las que Servando había hecho un montón de forma cónica.
Volvimos al cuarto de baño y estudiamos de nuevo el agujero. “No hay duda de que es la entrada de una madriguera” dijo Brioso.
Cuando nos cansamos de mirar el suelo, los sanitarios y ese túnel oscuro, nos dedicamos a hacer otro tanto, más o menos disimuladamente, con nosotros mismos aprovechando el espejo empotrado en la pared y enmarcado en una cenefa de azulejos con motivos florales.
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Qué buena pinta tiene este relato. Y qué ganas tengo de saber dónde va esa madriguera… Ya me tienes enganchado 🙂
Es un placer haberte enganchado. El miércoles 25 publico las partes III y IV de este relato que pertenece a un libro titulado «Una apariencia de normalidad». Te doy este dato como pista.
Digo lo mismo que Bosque Baobab
¿La dehesa de Rebuscallas existe o es un nombre de tu invención basado en algún lugar real?
El placer es doble.
Que yo sepa esa dehesa no existe. Le puse ese nombre porque es sonoro y sugerente.
En cuanto a dehesas, hay muchas en Andalucía. Estoy familiarizado con ellas. La descripción que hago es real.
Gracias, Paloma, por la lectura de «Mi abuela» y «El palacio deshabitado» que, como este relato, forman parte de esa recopilación titulada «Una apariencia de normalidad».
Y de pronto, esa madriguera me ha traído a la mente aquélla por donde cae Alicia.
Puede uno imaginarse a la perfección la ambientación que das al relato.
Abrazobeso cariñoso, fraternal y admirativo. Quedamos a la ansiosa espera de la continuación.
Alguna concomitancia hay entre ambas madrigueras. Pero no voy a tener la desfachatez de compararme con Lewis Carroll que compuso un libro genial.
Este relato me está dando quebraderos de cabeza, me tiene con el alma en vilo. Un abrazo.
Pero que sin duda lograrás vencer con donaire, maestro. Abrazobeso fraterno y cariñoso.