Escuchó un grito terrible que lo estremeció. Apartó las ramas del arbusto detrás del cual se resguardaba. Critias andaba perdido. No sabía adónde iba ni en dónde estaba Una desazonante inquietud no lo abandonaba en su deambular por ese bosque desconocido.
Entreabrió la madroñera. La vegetación era densa.
Estaba escrutando los alrededores con los ojos arrugados cuando otro grito desgarrador hizo que su corazón bombease la sangre más aprisa. Sentía los latidos en las sienes y las manos le sudaban.
El dolor no era la causa de esos alaridos. Una garganta femenina los había proferido. El timbre así lo indicaba. La de un hombre no podría emitir semejante sonido agudo. Si lo intentase, sus cuerdas vocales se romperían como las de una lira tensadas en exceso.
No eran gritos de dolor ni de miedo. Eran vehementes invocaciones que perforaban los tímpanos y ascendían a los cielos con la velocidad de una saeta. Critias no veía a nadie. Había demasiados árboles, demasiada maleza.
El tiempo discurría con exasperante lentitud. Finalmente distinguió a un grupo de mujeres con el peplo desgarrado y los pelos revueltos.
Descalzas y desmelenadas formaban un caótico cortejo encabezado por la que aullaba. Las mujeres giraban y daban traspiés. Estaban ebrias.
Una de ellas, no la que dirigía la comitiva enarbolando un tirso rematado por una piña con cintas de colores, llevaba una criatura ensangrentada en sus brazos.
El horror se apoderó de Critias. Esa mujer transportaba un animal despellejado cuya cabeza se balanceaba al compás de los saltos y trompicones de su portadora.
Cuando el tirso y la víctima eran alzados al mismo tiempo, el grito se generalizaba. Las ménades se mesaban los cabellos y añadían nuevos jirones a su túnica.
En esos momentos de frenesí a Critias lo invadía el pánico. ¿Qué harían con él si lo encontrasen? Lo despedazarían. Este pensamiento le cortó la respiración.
Por otro lado, esas imágenes turbadoras lo fascinaban. No podía apartar la mirada de ese delirante cortejo que atravesaba el bosque al amanecer. Las mujeres habían pasado la noche en él, entregadas a ceremonias y correrías inimaginables.
Hasta el hombre agazapado detrás de la madroñera llegaba la onda expansiva generada por el furor de las ménades. Todo lo que esa fuerza ciega alcanzaba se doblegaba a su poder. Los miasmas orgiásticos se infiltraban en el torrente sanguíneo.
Eso era más de lo que Critias podía soportar. Su carne se separaba de los huesos. No lograba discernir si esa sensación era placentera o dolorosa.
Casi todas las mujeres habían extraviado la corona de laurel y pámpanos. Unas pocas la conservaban ladeada en la cabeza. Los tallos de las destrenzadas guirnaldas semejaban largos espolones.
Las ménades habían perseguido y acorralado a su presa. Luego la habían despellejado. Estaban llenas de magulladuras, arañazos y manchas de sangre.
El demencial cortejo, entre gritos de júbilo, se alejó perdiéndose en la espesura.
Aunque no hacía mucho tiempo que había amanecido, cayó la noche. Una oscuridad compacta envolvió a Critias. Se oyó un último aullido que fue apagándose como un eco.
La negrura lo absorbía todo. La memoria de Critias fue diluyéndose. Lo primero que olvidó fue su nombre.
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Reblogueó esto en Ramrock's Blogy comentado:
#relatos
Gracias por rebloguear. Saludos cordiales.
Tirso, peplo, pámpano… ¡¡cuánto vocabulario nuevo se aprende en este blog!! Espero impaciente el resto de la historia.
Ya sabes. Si quieres ampliar tu vocabulario, no dejes de visitar este blog. Y de mirar en el diccionario el significado de las palabras.
¡Me has vuelto loca, Antonio , con tu vocabulario ! Totalmente estoy perdida. Pero te lo agradezco mucho por obligarme trabajar tanto con el diccionario.
La parte segunda la leí antes y me pareció que no tiene que ver nada con esa parte. ¿ De donde sale la idea de este ciclo de gritos? ¿Luego las juntaras todas esas historias? Es que soy muy inquieta e impaciente…que me perdones..jajajaj Un beso.
Me alegro de contribuir, en tu caso y en el de Guido, a ampliar vuestro vocabulario. Soy un enamorado de las palabras. Peplo, tirso, pámpano… son palabras tan sonoras y evocadoras que se merecen un relato.
La primera parte va de gritos estremecedores (las ménades), la segunda de cantos fúnebres y tabernarios, y la tercera, la que he publicado hoy, de gorjeos y de silencio. Espero que el lector las junte y saque sus conclusiones.
Estás perdonada. Un abrazo.
Qué bien has recreado la escena. He podido ver a las ménades y sentir el miedo y a la vez la atracción, podría llamarse morbo, de Critias hacia ellas.
Un placer esta lectura.
Es un sentimiento ambiguo y contradictorio. Una mezcla de temor y fascinación. Incluso en la vida corriente pasa eso, imagínate en la situación de Critias. Me alegro de que hayas disfrutado.
Hace unos días vi a una mujer con un tatuaje que decía «Somos las nietas de las brujas que no pudisteis quemar» Me encantó.
En este caso se trata de las ménades, de las cuales seguramente esas mujeres son también las nietas. Un abrazo.