Gustav Aschenbach, autor de obras tan memorables como “Federico de Prusia”, el gran ciclo novelesco titulado “Maya” y “Un miserable”, ese gran relato alabado por todos, que lo situaban en la cúspide de la literatura, Gustav Aschenbach, al que, desde que cumplió los cincuenta años se le conocía como Gustav von Aschenbach, salió a dar un paseo, durante el que encontró a un hombre flaco, de nariz extrañamente roma y de piel lechosa.
Este lo miró tan fija y descaradamente que lo obligó, a su pesar, a desviar la vista. Lo cual fue considerado por el aclamado escritor una concesión humillante. Incluso una derrota. Eso significaba que el otro era más fuerte.
Esa penosa experiencia le había ocurrido a él, que vivía en soledad, dedicado en cuerpo y alma al arte, que llevaba una vida milimétrica, que había hecho tantos sacrificios.
El incidente le produjo desasosiego. Tuvo la fatídica virtud de espolear sueños adormecidos. Más aún, sueños que él, ingenuamente, creía liquidados.
Habiendo apostado por la disciplina, por levantarse temprano, por las duchas frías, de pronto lo atenazaba el desenfreno, en forma de exotismos, de voluptuosidades, de fantaseos en los que recorría lejanas regiones de costumbres extrañas y fragancias irrespirables.
O estaba en un extremo o en otro. La reconciliación de los contrarios era un cuento más. Hablar de síntesis era otra mentira, otro discurso de cara a la galería.
Algo se había removido en su interior. Un mundo de sensaciones le hacía guiños como una cortesana tumbada indolentemente en un diván. Una fiera había levantado una mano y lanzado al aire varios zarpazos.
Aschenbach no achacó esta reacción que lo dejó confuso, a las vindicaciones de los deseos insatisfechos, a la vida no vivida que se rebelaba, sino a un exceso de trabajo, al “surmenage”. Las únicas exigencias que reconocía eran aquellas a las que él mismo se tenía sometido.
Le llevó un tiempo comprender que el hombre del Cementerio del Norte sólo había apartado un velo. O quizá sería más exacto decir que había abierto una compuerta por la que un río impetuoso había irrumpido.
El imperativo de producir, la rutina, los pequeños placeres cotidianos se tornaron mortalmente inanes. Por arte de birlibirloque se vaciaron de significado, quedando reducidos a un armazón absurdo cuya contemplación deprimía.
Desde la plataforma del tranvía que lo llevaba de regreso a la ciudad, Aschenbach trató de localizar al hombre de nariz corta y achatada y dientes largos y blancos que sobresalían en el centro. Pero esa visión, que calificó de cómica, se había esfumado.
Tras cumplir su cometido, el hombre flaco y sin barba que, desde luego, no era un bávaro, había desaparecido. Y cuando más tarde, ya en Venecia, su presencia es un hecho interno, como delatan los escalofríos que recorren al laureado autor, y externo, como anuncian las intensas vaharadas de fenol, Aschenbach, que en Múnich respondió a su llamada, ahora ignorará esos signos. Inmerso en la turbulencia tan tenazmente combatida, ahora se inhibirá.
“Conversando un día con el peluquero –al que visitaba a menudo –, pescó al vuelo una palabra que lo desconcertó. El hombre le estaba hablando de una familia alemana que acababa de partir tras una breve estancia, e impulsado por su garrulería, añadió en tono zalamero:
-Pero usted se queda, señor. El mal no le da miedo.
Aschenbach lo miró y repitió:
-¿El mal?
El parlanchín enmudeció, se hizo el ocupado e ignoró la pregunta. Pero viendo que se la planteaban con más insistencia, declaró no estar al tanto de nada e intentó, con abochornada elocuencia, desviar la conversación”.
Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 Unported.
Me ha gustado tu escrito, sobre todo cómo describes los sentimientos del protagonista tras esa mirada. El problema es que no lo entiendo del todo. No he leído » Muerte en Venecia» ni he visto la película. Fallo mío.
Es una novelita corta pero densa. En el mismo volumen, publicado por Edhasa, hay otro relato, «Mario y el mago», no tan conocido pero muy interesante también.
En mi reseña me centro en el principio y en el fin. Omito toda alusión a la parte intermedia (el viaje, la estancia en Venecia y en el hotel, el encuentro con la familia polaca). Dejo que la descubras tú misma. Vale la pena (el libro y la película de Visconti).
Ya tengo la tentación de leerla esa novela , simplemente por el título. Gracias, Antonio. Un beso. Ya he vuelto de viaje.
¿La tentación o la intención? O las dos cosas. Sea lo que sea, seguramente te gustará esta novelita de Thomas Mann. Y la decadente película de Visconti también.
Espero que lo hayas pasado bien en tu viaje. Espero asimismo que nos cuentes algo de tu experiencia ¿berlinesa? Si estuviste en la capital de Alemania, irías a saludar a Nefertiti, a la que imagino rodeada de mirones, como la Gioconda. Eso pasa por ser una estrella. Un abrazo.
Creo que leí esa novela hace mucho tiempo, me acuerdo algo, seguro. Alemania esta todavía en mis planes . pero a Alemania iré sola , sin hijos. Los viajes determinados, con una cierta idea hay que hacer solo/a para disfrutar como te apetece sin acordar tus planes con los demas. Un abrazo.
Reblogueó esto en AGA & I.M.C. Mercadología – Mercadotecnia E./S..
Gracias por rebloguear. Saludos cordiales.