Salieron al amanecer, con el tisú del cielo entretejido de vetas azules y negras. Los aprendices avanzaban en fila de a dos.
El Maestro Zapatero, con su largo cayado, iba en cabeza. El crujido de las pisadas en la grava del camino resonaba en esa hora silenciosa.
Cuando llegaron al lindero del bosque, se sentaron en el suelo. Zacharías señaló a uno de los muchachos, que se descalzó y se puso en pie. El Maestro miraba la espesura que el elegido, sin detenerse, abriendo su propia senda, debía atravesar hasta la otra orilla. Allí esperaría a sus compañeros que saldrían a intervalos cortos y regulares.
Cuando le llegó el turno a Edu, se quitó los zapatos, hizo un hatillo con ellos que colgó del hombro, y emprendió la travesía.
En el bosque surgían aquí y allá calveros inundados de luz.
Al vadear un arroyo, una culebra se deslizó como un rayo y vino al encuentro de Edu, enroscándose en sus tobillos como el tallo de una enredadera. Luego, levantando su cabeza triangular y aplanada, fijó sus ojos sin párpados en los de su presa a la que mostró repetidamente su lengua bífida.
El joven contuvo la respiración. Salvo por la presión que ejercía, la frialdad del cuerpo escamoso del reptil y la de la cristalina corriente de agua no se distinguían.
Trabado como estaba, temía perder el equilibrio y precipitar los acontecimientos. Por otro lado, la necesidad de moverse era cada vez mayor.
Poco a poco la culebra aflojó su abrazo y acabó desenrollándose. Después se alejó zigzagueando por el riachuelo.
Una vez liberado, Edu se adentró en la zona más umbría del bosque.
Fue aquí donde tuvo lugar el segundo lance.
Un lobo viejo estaba echado al pie de una corpulenta haya. Edu aminoró el ritmo, aunque estaba decidido a pasar de largo.
El carnívoro contemplaba al muchacho con una expresión de ironía. No hizo nada por levantarse. Estaba a gusto en esa postura.
Edu comprendió que el animal no tenía la intención de abalanzarse sobre él. Incluso le pareció que estaba deseoso de compañía. Al llegar a su altura, tal vez sutilmente inducido por el poder hipnótico de su mirada, se detuvo. En los labios del lobo se perfiló una maliciosa sonrisa.
Al otro lado del bosque de los Frambuesos, Zacharías habló de la prueba superada por los aprendices.
Les dijo que para conservar la cabeza sobre los hombros había que tener los pies sobre la tierra. Este contacto, además, les proporcionaría la energía necesaria a su andadura.
No aludió a las experiencias individuales. Los eventuales percances sólo competían a los interesados.
Los peligros del bosque llenos de simbolismos.
El percance de Edu con la culebra me ha recordado a algo que me sucedió paseando por el campo esta primavera, también con una culebra, ¡qué susto!
Describes muy bien la Naturaleza.
Buena semana, Antonio.
Bueno, la Culebra Acuática y el Viejo Lobo son personajes del libro que intervendrán cuando llegue la hora. En la segunda prueba se hace su presentación. Saludos cordiales.