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Posts Tagged ‘Zacharías el Maestro Zapatero’

11

Salieron al amanecer, con el tisú del cielo entretejido de vetas azules y negras. Los aprendices avanzaban en fila de a dos.

El Maestro Zapatero, con su largo cayado, iba en cabeza. El crujido de las pisadas en la grava del camino resonaba en esa hora silenciosa.

Cuando llegaron al lindero del bosque, se sentaron en el suelo. Zacharías señaló a uno de los muchachos, que se descalzó y se puso en pie. El Maestro miraba la espesura que el elegido, sin detenerse, abriendo su propia senda, debía atravesar hasta la otra orilla. Allí esperaría a sus compañeros que saldrían a intervalos cortos y regulares.

Cuando le llegó el turno a Edu, se quitó los zapatos, hizo un hatillo con ellos que colgó del hombro, y emprendió la travesía.

En el bosque surgían aquí y allá calveros inundados de luz.

Al vadear un arroyo, una culebra se deslizó como un rayo y vino al encuentro de Edu, enroscándose en sus tobillos como el tallo de una enredadera. Luego, levantando su cabeza triangular y aplanada, fijó sus ojos sin párpados en los de su presa a la que mostró repetidamente su lengua bífida.

El joven contuvo la respiración. Salvo por la presión que ejercía, la frialdad del cuerpo escamoso del reptil y la de la cristalina corriente de agua no se distinguían.

Trabado como estaba, temía perder el equilibrio y precipitar los acontecimientos. Por otro lado, la necesidad de moverse era cada vez mayor.

Poco a poco la culebra aflojó su abrazo y acabó desenrollándose. Después se alejó zigzagueando por el riachuelo.

Una vez liberado, Edu se adentró en la zona más umbría del bosque.

Fue aquí donde tuvo lugar el segundo lance.

Un lobo viejo estaba echado al pie de una corpulenta haya. Edu aminoró el ritmo, aunque estaba decidido a pasar de largo.

El carnívoro contemplaba al muchacho con una expresión de ironía. No hizo nada por levantarse. Estaba a gusto en esa postura.

Edu comprendió que el animal no tenía la intención de abalanzarse sobre él. Incluso le pareció que estaba deseoso de compañía. Al llegar a su altura, tal vez sutilmente inducido por el poder hipnótico de su mirada, se detuvo. En los labios del lobo se perfiló una maliciosa sonrisa.

Al otro lado del bosque de los Frambuesos, Zacharías habló de la prueba superada por los aprendices.

Les dijo que para conservar la cabeza sobre los hombros había que tener los pies sobre la tierra. Este contacto, además, les proporcionaría la energía necesaria a su andadura.

No aludió a las experiencias individuales. Los eventuales percances sólo competían a los interesados.

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10

Cuando se dirigía a su habitación, Edu tuvo otro encuentro con el Encapuchado.

En una esquina vio una sombra al acecho. Siguió caminando, tal vez más despacio, como si no hubiese descubierto al intruso.

Decidió pasar a su lado mirando hacia adelante, como si no hubiese nadie.

El Encapuchado, en actitud desafiante, se colocó en medio. Edu no tuvo más remedio que detenerse.

No cruzaron palabras, pero el muchacho entendió el mensaje. Esa criatura achaparrada se erguía ante él como una Esfinge devoradora de incautos viajeros. Ese sería su destino si no descifraba el enigma que representaba.

Durante esos minutos eternos que le produjeron el efecto de la ebriedad, Edu no sólo supo que debía desvelar ese misterio, sino que las explicaciones, como las capuchas, se multiplicarían.

Ese engendro, se dijo, era el personaje de una historia que debía reconstruir, aunque no tenía idea de cómo proceder.

En el desayuno Edu sacó a colación este tema. Habló de una historia sin contornos, sin argumento, una historia nebulosa que exigiría numerosas tentativas.

Antes de que Hemón pudiera replicar nada, ocurrió un incidente que distrajo a ambos amigos.

Al desdoblar su servilleta, un papelito cayó en el plato de Mako, que estaba sentado frente a ellos.

El muchacho de cabeza en forma de pera lo cogió presuroso, lo estrujó e hizo un gesto de pesar.

Por la tarde los aprendices fueron convocados en el patio. Zacharías, el Maestro Zapatero, les pidió que se descalzasen y anduviesen hasta que él tocase la campana.

El cielo empezó a descargar, pero Zacharías permaneció inmutable en su tarea de vigilancia.

Era de noche cuando dio la señal de regresar. Bajo la lluvia, a oscuras, el viejo Maestro los arengó y los citó en ese mismo lugar, desde donde partirían al día siguiente para cruzar el bosque de los Frambuesos.

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8

Los siete Maestros se reunieron en la Biblioteca para hablar sobre lo ocurrido en el Taller de Calderería. Sólo el Maestro Zapatero, el de más edad, recordaba algo parecido.

Cuando ingresó en el castillo de Haitink, uno de sus compañeros sufrió el mismo percance. Zacharías explicó que el aspirante fue expulsado. Su permanencia implicaba un riesgo seguro de desestabilización.

Sentados a la larga mesa situada entre uno de los testeros y las estanterías, los Maestros rebulleron en sus sillas. Mortimer se mantuvo impasible.

“Aquellos eran otros tiempos. A nosotros nos corresponde sopesar el caso de Roque y tomar una decisión” dijo.

El Maestro Calderero tomó la palabra: “Los aprendices deben superar siete pruebas. Hay que esperar a conocer los resultados de las cuatro primeras para imponer una sanción”.

Le replicaron que el asunto era grave. Incluso cuestionaron su imparcialidad, ya que el incidente había tenido lugar en su taller durante la prueba que él organizaba.

Zacharías, que era el responsable de la siguiente, exigió que Roque abandonara el castillo.

El Maestro Zapatero, en el papel de fiscal, y el Maestro Calderero, en el de defensor, polarizaron el debate.

Tras escucharlos, el Gran Maestro expuso: “El veredicto de las aguas abisales ha sido categórico. Ese muchacho está contaminado.

“Todos lo están, pero en mucho menor grado, por supuesto. Si Gregor no hubiese intervenido, se habría producido un desastre.

“Tuvo que volcar el caldero para que las aguas soltaran a su presa. A nadie se le escapa la gravedad de este hecho.

“Las razones aducidas por Gregor son dignas de consideración. Si ese joven poseído por el mal vuelve a su isla, sembrará el dolor.

“La cuestión es si debemos dar a Roque otra oportunidad. Que cada cual en conciencia emita su voto”.

La consulta se hizo a mano alzada. Cuatro Maestros votaron a favor y tres en contra.

Roque, a quien quedaban todavía tiznones en el cuerpo, no fue expulsado.

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