Cuando se dirigía a su habitación, Edu tuvo otro encuentro con el Encapuchado.
En una esquina vio una sombra al acecho. Siguió caminando, tal vez más despacio, como si no hubiese descubierto al intruso.
Decidió pasar a su lado mirando hacia adelante, como si no hubiese nadie.
El Encapuchado, en actitud desafiante, se colocó en medio. Edu no tuvo más remedio que detenerse.
No cruzaron palabras, pero el muchacho entendió el mensaje. Esa criatura achaparrada se erguía ante él como una Esfinge devoradora de incautos viajeros. Ese sería su destino si no descifraba el enigma que representaba.
Durante esos minutos eternos que le produjeron el efecto de la ebriedad, Edu no sólo supo que debía desvelar ese misterio, sino que las explicaciones, como las capuchas, se multiplicarían.
Ese engendro, se dijo, era el personaje de una historia que debía reconstruir, aunque no tenía idea de cómo proceder.
En el desayuno Edu sacó a colación este tema. Habló de una historia sin contornos, sin argumento, una historia nebulosa que exigiría numerosas tentativas.
Antes de que Hemón pudiera replicar nada, ocurrió un incidente que distrajo a ambos amigos.
Al desdoblar su servilleta, un papelito cayó en el plato de Mako, que estaba sentado frente a ellos.
El muchacho de cabeza en forma de pera lo cogió presuroso, lo estrujó e hizo un gesto de pesar.
Por la tarde los aprendices fueron convocados en el patio. Zacharías, el Maestro Zapatero, les pidió que se descalzasen y anduviesen hasta que él tocase la campana.
El cielo empezó a descargar, pero Zacharías permaneció inmutable en su tarea de vigilancia.
Era de noche cuando dio la señal de regresar. Bajo la lluvia, a oscuras, el viejo Maestro los arengó y los citó en ese mismo lugar, desde donde partirían al día siguiente para cruzar el bosque de los Frambuesos.
Has abierto dos intrigas, la del Encapuchado y la de ese papelito que disgusta a Mako.
Me gusta el nombre de bosque de los Frambuesos.
Buena semana, Antonio.
La del Encapuchado continúa, es uno de los «leitmotif» del libro. La de Mako es circunstancial, es el precio que debe pagar por hablar más de la cuenta.
Aparte del tenebroso Tuum, hay otros agradables bosques en la Isla.
Lo mismo te deseo.