III
Aquí está mi centro. El centro es el lugar donde todo tiene consistencia y realidad.
Allí son las afueras por donde uno vaga sin consuelo como las almas de los condenados en el infierno.
En ese destierro el tiempo y el espacio son irreales, desprenden un resplandor lunar que va calando en tu interior hasta convertirte en un fantasma.
En ese destierro te sientes ajeno a ti mismo, sufres un proceso de extrañamiento, los sentidos se embotan, la mente se nubla.
Aquí los gestos te incardinan en el mundo, no son repeticiones absurdas. La luz de este reino realza las formas y los colores. La vida se revela en sus inabarcables dimensiones.
Aquí la vida no es una pantomima, una fantochada, un relamido ballet. No es un paréntesis deprimente, una apostilla de difícil comprensión, un edificio de cimientos de arena.
IV
Olvidarme de ti equivaldría a morir de la peor de las muertes. Sería convertirme en un zombi. Como los que pululan por allí.
El centro es el lugar de la existencia y de la energía, el punto de intersección del tiempo y de la eternidad. En el centro convergen el pasado y el futuro que se condensan en un presente glorioso.
Es aquí y únicamente aquí donde se manifiesta lo real absoluto porque, no hace falta decirlo, éste es un enclave santificado por nuestros sufrimientos, nuestras alegrías, nuestras ilusiones, nuestros sueños.
Aquí, en esta casucha con su emparrado y su huertecillo, donde vives ahora con el porquerizo, está mi ónfalo, mi montaña, mi faro, mi imán. Aquí está el santuario donde las oraciones brotan puras y sinceras del corazón.
Incluso el mal ocupa aquí su lugar como algo incompresiblemente necesario.
Ayer estuve paseando por el pueblo, por ese laberinto de atracciones y repulsiones, por esa amalgama luminosa, por la matriz en que fuimos gestados, por el crisol en que nos forjaron.
Estuve recorriendo la Orujera, el barrio más antiguo de Las Hilandarias. A medida que me adentraba en sus calles pavimentadas de adoquines y subía sus cuestas, los recuerdos se reavivaban, me renovaba, me expandía.
Los adoquines se convirtieron en teselas de colores que figuraban peces, aves, plantas…y las calles en antesalas de un grandioso templo en cuyo tabernáculo se guarda el secreto de los secretos.
Aquí te dejo esta vela de cera de abeja. Esta modesta ofrenda. Esta prueba de que te tengo presente.

Esta obra está bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported