De vez en cuando, en una esquina o al final de un pasillo, Edu veía a las larvas. El muchacho tenía la impresión de que el castillo era de su propiedad.
Eran de costumbres nocturnas. Se paseaban sigilosamente, antes de que el sueño se adueñase de los habitantes de Haitink.
Se alejaban ondulando sus cuerpos inarticulados, lisos, sin anillos, con una cachaza que causaba asombro. Ciertamente no temían nada, al contrario que Edu, a quien el espectáculo de esos protoseres surgidos de la nada descorazonaba.
En ocasiones se agrupaban en un rincón, apelotonándose como si les faltara espacio. Allí amontonadas parecían conspirar, sólo que no emitían ningún sonido, limitándose a retorcerse con movimientos espasmódicos para evitar resbalar o caer y quedar descolgadas del conciliábulo.
Una noche, a la vuelta de la Biblioteca, Edu no vio a las orugas por ninguna parte.
Iba despacio esperando encontrarlas en cualquier momento, pero habían hecho mutis.
El silencio era apabullante. Se detuvo y aplicó el oído, pero no oyó ninguna tos, ningún crujido o chirrido. Miró el tramo mal iluminado que se extendía ante él, y la aprensión hizo mella en su ánimo.
Advirtió la presencia de alguien agazapado en la oscuridad. El miedo lo atenazaba. Seguramente se trataba del Encapuchado.
A su espalda detectó otro peligro. Se volvió y descubrió a cuatro galopines con el rostro embadurnado de hollín.
Había caído en una trampa. No tenía escapatoria. Adondequiera que se dirigiese, tendría que enfrentarse a un enemigo.
A pesar de sus caras tiznadas, reconoció a Roque, Kim y Folo que tenían cuerdas en las manos, y a Mako que llevaba una mordaza.
La intención de los Zapadores era transparente. Querían llevárselo prisionero. Atrapado entre dos fuegos, Edu, inmóvil como una estatua, permaneció a la expectativa.
Sus cuatro agresores se pararon en seco y luego retrocedieron varios pasos. Edu no comprendía lo que estaba pasando.
Por último, como si hubiesen visto al diablo, salieron corriendo. Al mirar al otro lado, Edu averiguó la causa de esa espantada.
El Encapuchado había puesto en fuga a Roque y los suyos. Con la cabeza gacha y los brazos cruzados avanzaba por mitad del pasillo.
Plantándose ante Edu dijo: “Eres mío, no de ellos”.