Tus palabras
—recuerdos de lutos
y penas apergaminadas—
me llegan envueltas en un aire antiguo.
Pero yo no canto tu adocenamiento
ni tus enaguas apulgaradas.
Sólo intento revivir
—el pneuma insuflándoles,
el tibio aliento de mi corazón—
aquellos días.
Te he visto llorando a escondidas,
desconsolada.
Y tomando café
en compañía de tus parientes,
a media tarde, en invierno,
de la desvencijada camilla
sentados alrededor,
bebiendo un café tan amargo
como una ilusión varada.
De ti se desprende un tufo a rancio.
¿Qué quieres que diga?
Si me fijo en tu pecho,
sólo veo
dos senos marchitos y vencidos,
si en tus ojos,
ojillos viboreznos,
si en tu piel,
cuero de baúl resquebrajado.
En la puerta de tu casa,
como un animal huidizo,
me miras, me inspiras
estos versos.

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