A través de la ventana contempló la luna llena que iluminaba el campo. Estaba cansada de la conversación. Cuando los hombres, con acaloramiento, se pusieron a hablar de política, ella tuvo un acceso de tedio.
Con una sonrisa en los labios, Marina puso en la mesa la copa de licor que apenas había probado, y se levantó. Mirando de reojo el fuego de la chimenea, cruzó el salón en dirección a la cocina o al cuarto de baño.
Pero cuando llegó a la altura de la percha, cogió un pañolón y abrió la puerta. Empujando la cortina de esparto, la apartó lo justo para salir de lado.
Una vez fuera, se echó el pañuelo sobre los hombros. No obstante, tiritó al sentir el frío de la noche.
A buen paso dejó atrás el pilón y los corrales. Cogió por el camino que discurría paralelo al arroyo, a cuyas orillas crecía la verdolaga.
A la altura de un algarrobo del que pendían numerosas vainas, la mujer dejó el camino y se adentró en el monte.
Serpenteando por entre los oscuros chaparros y las punzantes aulagas, prosiguió andando. Se detuvo a observar un momento las flores del perejil lobuno, que brillaban en la claridad lunar.
Ninguna otra cosa la distrajo hasta llegar a su destino.
Como si la atrajera una música irresistible, aceleró el paso.
Casi se palpaba la humedad. El olfato de la mujer percibió el olor del mastranzo. Poco después avistó la cenefa de juncos que bordeaba la laguna.
Estuvo examinándola largo rato, hipnotizada por su resplandor unas veces níveo y otras azulado. Incluso descubrió matices violetas en aquella perla gigantesca engarzada en la superficie acuática.
Un escalofrío recorrió a Marina. Tras los matorrales cercanos, percibió la presencia de animales nocturnos al acecho.
Lentamente, volvió la mirada hacia la laguna engalanada con su broche redondo y opalescente.
En ese mundo en el que prevalecían el matiz y la levedad, en ese mundo preñado de promesas, en ese silencio y en esa soledad se elevó un acorde que resonó en el interior de la mujer.
Marina emprendió el camino de regreso con el secreto de esa cadencia correspondida.

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Es un relato hermoso y muy sugerente: Marina, mujer, agua, noche y luna.
Felicidades! Este relato dscribe el mundo interior femenino de forma muy precisa, creo que ese impulso por salir afuera y encontrar una parte de sí misma en el agua de manera casi instintiva es algo que yo misma he hecho varias veces, me siento identificada con la protagonista. Y el final que deja ver que el equilibrioo volvió a ella le da un cierre digno a tan bella descripción del paisaje.
Saludos.
Sería presuntuoso por mi parte decir, puesto que soy el autor, que ese personaje femenino me gusta. Pero así es. Ella me permitió recrear o, más bien, esbozar apenas un mundo diferente en el que prima una discreta musicalidad, una claridad matizada, una apertura lírica…